Al día siguiente, nada volvió a ser lo mismo. Kenzie no fue a la escuela el lunes, ni el siguiente, ni el siguiente a ese, Marcel no podía descifrar qué había pasado porque tampoco la había visto durante todo el fin de semana. Preguntó a su madre, tocó incansablemente la puerta de la casa de Mackenzie y no obtuvo respuestas. La desaparición de Kenzie de su vida no era lo peor, pues lo niños que antes lo molestaban, también notaron la ausencia de la niña que lo defendía, y se volvieron imparables.
Marcel ya no contaba con nadie, Kenzie se había ido sin explicación y su madre parecía no tener razones.
Los días se volvieron semanas sin ellas, y día tras día se veía envuelto en más y más líos, jamás se había defendido, jamás había intentado defenderse y tenía miedo de hacerlo, sin Kenzie, tuvo que soportar martirios y cada día de escuela era una pesadilla, Marcel no podía esperar a que llegara el fin de semana para por fin descansar de sus compañeros.
Ahora debía andar por los pasillos con cuidado y aprender a esconderse o buscar sitios concurridos por los profesores, cada día que pasaba, se volvía más y más pesado. Marcel tuvo que soportar algunos de sus próximos años aquél maltrato, hasta que antes de las vacaciones de invierno de penúltimo año, no pudo más, no podía seguir escondiéndose, había llegado a su límite y no podía permitir que lo siguieran molestando, además, lo hacían por cosas estúpidas como su vista, o el hecho de trabarse a veces cuando hablaba debido a su timidez, o incluso que sus pantalones eran un poco más flojos, cosas que él sabía, no tenían importancia o motivo para ser objeto de burlas.
Durante esas vacaciones, Marcel tuvo que cambiar para protegerse y probarse a sí mismo que podía. El proceso fue difícil, pues primero debía cambiar su guardarropa, cambió sus pantalones sueltos por jeans más ajustados, sus camisetas con estampados infantiles, por camisetas más básicas en color blanco y negro, y una que otra de algún color no llamativo, tuvo que adaptarse a utilizar lentes de contacto, y aunque fue incómodo al principio, terminó por acostumbrarse.
Por navidad, alguien le había dado dinero, así que unos días después salió a recorrer la ciudad, buscando en qué gastarlos o finalmente ahorrarlos.
Un letrero neón le llamó condenadamente la atención ¿Su madre podría matarlo si se hacía algo aunque fuera pequeñito? Lo dudó varios minutos observando la tienda, finalmente se mordió el labio nervioso y empujó la puerta. El lugar olía a tinta y había muchos grafittis y anuncios de luces neón dentro. Un mostrador grande y de madera estaba al frente y una chica con cabello de colores y muchas perforaciones hojeaba una revista mientras hacía bombas con su chicle. Marcel se aclaró la garganta y avanzó, un vistazo a los diseños podría ser suficiente, no era necesario hacerse algo, a final de cuentas, era su dinero.
La chica le sonrió ampliamente dejando la revista de lado y se recargó en el mostrador.
Marcel le pidió el catálogo para ver los diseños, solo eso, solo quería ver los diseños. La chica le pasó dos álbumes con diseños de todo tipo, desde frases, letras, animales, hasta retratos y otras cosas. Sí, eran muy bonitos. ¿Dolería? Pero, si se hiciera uno ¿Qué podría ser? Lo pensó un momento, a pesar de todo, sabía que era una responsabilidad, era algo que si se hacía, iba a quedarse con él para siempre, así que debía ser algo que le gustara o valiera la pena.
Marcel levantó la mirada y se encontró con la de la chica de antes, que al parecer no lo había dejado de observar ni un segundo, se sintió un tanto incómodo y sonrió levemente.
Mi mamá me va a matar.- pensó.
— H-hola...— se aclaró la voz. — ¿Cuánto costaría un tatuaje pequeño?
— Depende de qué tan pequeño.— el tono meloso de la chica, hizo sentir aún más incómodo a Marcel.
Lo pensó un poco, ni siquiera sabía qué podía ponerse. Algo que significase mucho para él. Pensó en un ave emprendiendo vuelo, pero no era algo pequeño. Él ya no era el mismo, y eso significaba algo para él, había cambiado, no solo por los que lo molestaban, si no también por él mismo.
Cambio... él había cambiado. Quería una pequeña oruga, que significase él unos meses atrás, para recordarle siempre quién era antes y de dónde venía.
— Quiero una oruga pequeña.— dijo finalmente.
La chica le sonrió después de explotar la bomba de chicle. — Tienes bonitos ojos.— ella le dijo.
Marcel pasó saliva y cohibido le murmuró un "gracias"
— ¿En dónde?— le miró confundido. — El tatuaje, ¿En dónde lo quieres?
— Oh, en la muñeca.— respondió rápidamente.