Anderson, Carolina del Sur.
En la actualidad.
El característico runrún del Impala del 67' dejó de oírse cuando Dean giró las llaves del contacto al estacionar frente al Orfanato Calvary. Los hermanos Winchester habían acudido hasta allí para investigar la muerte de tres niños que habían sido descorazonados mientras dormían. Vestidos con sendos trajes —para hacerse pasar por federales—, Sam y Dean dirigieron sus pasos hacia el gran edificio que se alzaba frente al ellos.
El orfanato estaba muy concurrido, y a pesar de los espantosos sucesos que habían acontecido durante las últimas semanas el ambiente era bastante distendido. Los niños correteaban por los pasillos jugando y cantando, haciendo que el lugar resultará bastante acogedor.
Una de las monjas que regía el hospicio se percató de la presencia de los cazadores en el vestíbulo y se acercó a ellos.
—Buenos días, señores. ¿Puedo ayudarles en algo?
Sam tomó la iniciativa aclarándose levemente la garganta antes de hablar.
—Sí, soy el agente Jones. —pronunció mostrando una de sus tantas placas falsas—. Él es mi compañero, el agente Bonham. FBI.
Dean imitó el gesto de su hermano enseñando su respectiva identificación.
—Nos gustaría hacerle unas cuantas preguntas sobre las muertes que han tenido lugar durante las últimas semanas.
—Me tomaron declaración ayer en comisaría. Es duro volver a relatar todo lo que presencié.
—Lo sabemos, pero llevamos una investigación paralela y necesitamos algunas respuestas.
—De acuerdo... Lo que sea por esas almas inocentes. Dios los tenga en su gloria.
—Así sea... —siguió la corriente el cazador— os tres niños fueron encontrados con el pecho abierto durante las tres últimas semanas.
—Hmjú... Uno por cada semana y siempre en la mañana de los miércoles.
Dean dirigió una rápida mirada a Sam. Estaban a martes, lo que significaba que si no encontraban antes de acabar el día al responsable de aquellos asesinatos probablemente tendrían que lamentar otra víctima.
—Dígame, hermana. ¿Tenían alguna relación entre ellos más allá de vivir aquí?
—Compartían habitación.
—¿Cuántos niños duermen por habitación?
—Cuatro.
Restaba un niño vivo que podría haber sido testigo del ser causante de aquellas muertes. Los hermanos preguntaron por el nombre del pequeño y la monja les guió hasta él.
En una esquina del patio, donde los demás niños compartían juegos, se encontraba un enclenque chiquillo, con gafas y mirada perdida, sentado en un banco completamente solo.
—Toby siempre ha sido un poco retraído, pero lo sucedido últimamente ha acabado por encerrarle aún más en su mundo. —informó la mujer mirando con lástima en dirección al pequeño—. Y tiene una gran imaginación. No creo que nada de lo que les diga les pueda servir de mucha ayuda... Si necesitan algo más estaré dentro.
—Gracias. ¿Hombre lobo? —susurró el menor cuando se quedaron solos.
—Definitivamente. Tórax destrozado, corazones ausentes...
—Sí, pero... ¿niños?
—¿En serio, Sammy? Son malditos monstruos, no creo que les importe mucho si han cumplido o no la mayoría de edad.
—Tienes razón. ¿Te encargas tú? —agregó mirando al pequeño.
—¿Qué? Ni hablar. Tú eres el de las charlas. Yo iré a investigar el cuarto donde aparecieron muertos.
—¿Por qué siempre te coges lo más sencillo?
—Porque soy el mayor. —respondió con una sonrisa.
—Eso no es justo. Decidiremos esto a la antigua: piedra, papel o tijera. —resolvió posando el puño sobre su palma izquierda. El otro lo imitó y a la de tres mostraron sus gestos—. Siempre con las tijeras, Dean.
—Espera, espera. El mejor de tres.
Finalmente, Sam dirigió sus pasos de vuelta al interior del edificio mientras Dean se encaminaba con resignación hacia el niño. Más tarde ambos hermanos se encontraron en el coche.
—Fíjate en esto. —habló Sam sacando de uno de sus bolsillos una uña de garra y dejándola sobre el salpicadero del Impala—. Parece que nuestro hombre lobo perdió algo por el camino.
—Asqueroso. Saca eso de ahí. Y para qué conste, buscamos a una mujer lobo.
—¿Cómo lo sabes?
—Por lo visto la "gran imaginación" de Toby tiene poco de fantasía y bastante de realidad. Me ha contado que fue testigo de la última muerte. Que vio a la cosa que mató a su compañero de habitación.
—Así que tenemos una descripción.
Dean asintió.
—Mujer rubia de unos treinta años y, cito textualmente las palabras del niño, increíblemente guapa. Supongo que cuando Toby la vio su boca no tenia esos repulsivos caninos fuera.