Bailando Bajo La Lluvia

Capítulo 23

HOGAR

—Clara..., han pasado veinte minutos desde que inició la sesión y aún no me has dicho que es lo que te ha traído otra vez a ese sillón.

—No es nada —aseguró, jugando con sus dedos.

—Si no fuera nada importante no estarías aquí, Clara.

Apretó la pequeña pelota que tenía en su mano derecha con más fuerza de lo normal y miro a su terapeuta.

—Han pasado tres días...

—¿De qué?

—Bruno..., el...

—Tranquila, respira. Todo está bien, no te apresures.

—... me besó... —susurro.

—¿Y qué tiene de malo eso? ¿No te gustó?

—No, me fascinó, pero... —se pauso tragando saliva— no he podido verle a la cara sin sentir vergüenza. No quiero que creen chismes sobre él por estar conmigo, es decir; no quiero que lo perjudiquen en lo absoluto. Estar conmigo es echarte una manada de leones y en definitiva yo no lo valgo.

La terapeuta suspiro.

—Clara, eso es lo que tú quieres y crees. Él tiene que tomar esa decisión, y si ese chico en verdad te quiere no le importará nada de eso. Y tú en definitiva no vales eso, vales muchísimo más.

—No, eso lo dices porque eres mi terapeuta. Es difícil... creer aquello cuando no hay nadie que te lo diga.

—Veo que aún tienes el problema de autoestima.

—¿No podría tener mejor un auto encima? —recargo su espalda contra el suave respaldo de la silla y echó la cabeza hacia atrás.

—¿Cómo vas con lo de las drogas?

—La última vez que fume tabaco fue hace una semana y han pasado.... —volvió a jugar con sus dedos— dos semanas desde que fue la marihuana, tal vez menos, no lo recuerdo muy bien —trago muy grueso.

—Bien, ¿cómo lo has sentido?

—No me da mucha hambre y solo quiero estar en cama, pero Bruno sea estando quedado conmigo en la última semana, es la única razón por la que me he levantado todos estos días he intento no pensar en eso. Sin embargo, es muy difícil. He vomitado hasta quedarme dormida en el retrete.

—De acuerdo, ¿has considerado la opción de ir a un centro de rehabilitación?

—En... los últimos dos días sí y creo que es tiempo de buscar uno. La ansiedad está acabando conmigo.

—¿Entiendes que estarás ahí doce meses? Esta pregunta no es para que dudes, Clara. Solo quiero asegurarme de que estés completamente consciente del gran paso que estás por dar, y si tienes algún problema, te podré ayudar.

—Sí, lo entiendo. Es para poder ser mejor que esto —se señaló con asco.

—Bien.

La sesión no tardó en terminar, al salir ya era de noche y no había llevado algún chófer así que le tocó caminar de vuelta a la mansión.

No lograba conciliar el sueño. Se retorcía en la cama tratando de encontrar una posición cómoda en ella. Relamió sus labios deseando poder recrear en su mente aquel beso inesperado.

A pesar de todo lo que se decía de ella por los pasillos de la universidad nunca había dado su primer beso.

—¡Maldición, Bru! —frotó sus ojos—. ¿Podrías intentar no quitarme el sueño? Ya tenía suficientes ojeras como para que me dejaras más.

Se giró en dirección a la cama que había ocupado el chico la semana pasada, sacó el aire contenido en sus pulmones tratando de no sentir emoción alguna.

—Desearía que siguieras aquí —sin pensar mucho, quitó las sábanas que la cubrían y se metió a la otra cama.

Sintió como el golpe de olor a él daba directamente a sus fosas nasales. Desde la almohada hasta las sábanas tenían su olor, ese que tanto le gustaba sentir. Le entraron ganas de llamarlo y poder escuchar su voz, pero en los días anteriores no le había cogido el teléfono, ni a ella, ni a sus amigos.

La última vez que lo había visto fue cuando la había besado, luego de salir de clases vieron a su padre hecho una furia con él. Muchas veces, en eso tres días vio su casa a lo lejos con la esperanza verlo, pero no fue así y tal vez ella estaba muy loca que en su cabeza tenía planeado entrar a su casa por la noche, y rescatarlo como si él fuera una princesa en apuros secuestrada por su padre.

Era el momento. Con la vergüenza y la adrenalina corriendo por su cuerpo, se cambió el pijama y tomó lo esencial: una lámpara pequeña y su celular.

—Señor y señora Anderson, espero no me odien sin antes conocerme por robarles a su hijo.

Salió de la mansión a toda prisa, pero previendo no hacer ruido. Camino por las humedades y frías calles donde no había ni una sola alma, cosa que era muy obvia al ser la dos de la madrugada. No faltaba mucho para llegar a su destino, estaba cruzando el mirador.

Minutos más adelante se encontraba frente a la casa de los Anderson.

—Vamos, Clara —cerró los ojos fuertemente intentando recordar la vez que habían entrado a robar las llaves del auto—. Recuerda, maldita sea.

Sus esfuerzos fueron en vano. Por más que intentaba no lo logró.

—¡A la mierda!

Trotó hasta la puerta del servicio y miró por todos lados en busca de una maceta seguramente había una llave de alguna mucama muy olvidadiza. A lado de la puerta había un macetero bastante largo con flores abundantes, con la poca luz que resplandecía del foco amarillo apenas logró distinguir el brillo plateado de sobresalía muy poco de la tierra.

—¡Bingo! —dijo dando saltitos.

Abrió la puerta con suma delicadeza, miro por todos lados en busca de algún movimiento extraño a parte del de ella entrado como una ladrona, afortunadamente no había nadie. Subió las escaleras de servicio, apenas lograba recordar dónde estaba la habitación de los señores Anderson y el baño. Camino por el pasillo hacia la izquierda donde se topó la puerta de los señores,

Más adelante había otra habitación de la que por debajo de la puerta salía una luz amarilla. Tomo el pomo, lo giró y abrió la puerta.

Lo primero que vio fue a Bruno que estaba sentado frente a su escritorio con varias latas de refrescos esparcidas, también había hojas arrugadas por todos lados del piso que caían de bote de basura lleno hasta el tope. Tenía el cabello desordenado y traía puesto solo un pantalón de pijama de rayas azules y blancas, no llevaba camiseta, aunque había fresco, dejaba ver su torso desnudo con las marcas del ejercicio.




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