VESTIDO
—Mariposa, es el séptimo vestido que te pruebas —se burló de ella, absorbiendo el último poquito del jugo en caja que había comprado en la tiendita de una cuadra antes.
—Cállate. Ninguno me gusta —abrió la cortina del probador dejándose ver con un vestido lila que le llegaba hasta los talones, era de tirantes y hombros caídos, tenía corazones plateados.
—¿Por qué lo dices? Si te ves hermosa con cada uno de ellos.
—Porque hacen que mi cuerpo se vea cuadrado.
—Si crees eso es porque el vestido no es el correcto, no tu cuerpo.
—Gracias, Bru, pero mejor sigamos buscando antes de que me frustre más de lo que ya estoy —bufo, volviendo a cerrar la cortina.
Se probó uno azul tornasol de escote pronunciado, otro de color verde menta hecho con tul, el siguiente fue rosa palo que tenía mangas, pero tampoco le gusto porque decía que era muy rosa. Cuando estaban por rendirse e ir a otro lugar la dependienta en un intento desesperado por hacer que le compraran le mostró un vestido azul de tul, con un bordado de flores rosas, azules y blancas, también tenía tirantes, pero luego escogería una bufanda para el frío de la noche.
—Mariposa, ese es.
—¿El que, Bru?
—Nos lo llevamos —declaró Bruno, dando un salto del asiento.
—Bru, no me lo he probado —dijo Clara con obviedad.
—¿Y eso que? Ya te he imaginado con él cubriendo tu cuerpo y —dio un paso hacia atrás escaneando su anatomía de pies a cabeza—. ¡Dios! Es perfecto.
—¿Estás seguro? —lo miró con inquietud e inseguridad—. Puede quedarle mal a mi cuerpo, ¿no ves que está cosa —se señaló— es difícil de complacer?
—Te aseguró que te quedará hermoso. Ese vestido solo resaltará lo preciosa que eres.
—Así que ya no solo eres poeta, si no también encargado de subir la autoestima de las chicas.
—¿Quien dijo que de las chicas? Si a la única a la que se lo quiero subir es a ti.
Las mejillas de Clara tomaron un tono carmesí, lo miró con vergüenza y dijo:
—Está bien. Nos lo llevamos —aceptó finalmente, mirando a la dependienta.
—Perfecto, pasen a caja que ya de lo envuelvo y cobro, señora.
—Señorita —la corrigió Bruno—. Aún no nos casamos.
—Mis disculpas, señor.
Clara rodó los ojos, divertida. Desde la mañana que habían despertado, Bruno la había tratado con mucha más atención, le parecía extraño sus acciones hacia ella, pero no le disgustaba, en lo absoluto.
En realidad, la hacía sentir especial y... también, algo en el estómago, no sabía si eran las muy famosas mariposas o una indigestión aun así, amaba que él fuera el responsable.
—¿Pagarán en efectivo o tarjeta?
—Efectivo —habló Clara sacando su cartera de la mochila blanca que traía en el hombro.
—...Tarjeta —contestó el chico a la par de ella, haciendo la misma acción, pero con su billetera.
—¿Quién pagará? —cuestionó nerviosa la mujer.
—Yo —dijeron ambos.
—Ehhh.
—Mejor cárguelo a la cuenta de Bruno Anderson.
—¿Tienes una cuenta en este lugar? —preguntó su rubia frunciendo el ceño, creando una cara divertida en su rostro.
—Sí, Mariposa, compré un vestido para mi madre aquí hace unos meses y es donde ella compró mi esmoquin para el baile.
—Bien, pero la próxima vez que vengamos pagaré todo, ¿de acuerdo?
—Anda, que sí, Mariposa.
Luego de dos horas de estar en la tienda, pasaron a una zapatería que no estaba muy lejos en el auto de Bruno.
—Mariposa, ten cuidado —le advirtió Bruno cuando la vio intentando caminar con zapatos con tacón de aguja.
—Tranquilo, Bru. Camine en este tipo de zapatos desde muy niña, cuando mi padre me llevaba a sus ridículas reuniones para que aprendiera —contó—. Mamá solía decirme que mientras más alto el tacón más respeto te tendrán. Cosa que es una estupidez, pero ya que.
—No —protesto—. Mariposa, quiero que por favor te cambies esos zapatos, te saldrán ampollas con esas monstruosidades, ¿estás viendo que tienen como diez centímetros de alto?
—Trece centímetros, en realidad —le corrigió.
—No me interesa cuantos centímetros sean. No quiero que estés incómoda en el baile, por qué no mejor te llevas unos Converse blancos y ya. Esos te gustan y están cómodos.
—Es un baile formal, Bru —le recordó.
—A la mierda con ello. Prefiero que estés cómoda antes que parezcas una Barbie para impresionarlos a esos idiotas.
—De hecho, reconozco que tengo parecido a la muñeca de “sé lo que tú quieras ser,” debo admitir que tiene un buen eslogan.
—Solo, llévate algo que no lastime ninguna parte de tu cuerpo.
—Está bien, Bru. Sabes, suenas como un papá preocupado por su hija.
—Tomaré eso como un halago para cuando sea padre.
—¿Que te parecen esos? —señaló unos tacones rosas pálido, de unos siete u ocho centímetros, traían una correa con distintas figuras y perlas—. Se ven cómodos y no son muy altos.
Inhalo profundamente, tallando el puente de su nariz.
—¿Esos son los que realmente quieres?
—Sí —admitió—. ¿No te gustan?
—Son lindos, pero yo no me los voy a poner, si te gusta tómalos, yo pago.
—Vale, gracias —le mostro una sonrisa sincera.
—Por verte sonreír daría todo.
—¿Quisieras dejar de hacer que mis mejillas se enciendan? No es normal en mí, Bru.
—No, me gusta hacerlo. Me gustas tú y tus mejillas sonrojada —susurro en su oído antes que pasar a pagar.
Una hora después estaban llegando a la mansión. Metieron el auto de Bruno al garaje y al entrar sintieron el fuerte olor a tallarines golpeando sus narices.
—Mmm... huele demasiado bien.
—Tal parece que Mery ya debe tener listo el almuerzo.
—Y que bien, porque no sé tú, pero yo si tengo hambre —dejó su abrigo el perchero y camino a la entrada del gran salón—. ¿No vienes?