SIEMPRE
CLARA
26 de diciembre, el día después de navidad, guao, no sabía cómo rayos había logrado sobrevivir a tanto, a decir verdad, era mi primer 26 estando sobria y no en un bar de mala muerte en el otro pueblo que estaba cruzando el puente. Me estaba gustando, para ser sincera. Hacia una semana que no fumaba o que no me metía cosas al cuerpo.
Lo estaba logrando. Navidad había sido una locura, no tenía idea de cuanta comida se podía disfrutar en una sola noche, en definitiva, había recuperado todos los kilos perdidos, bueno, tal vez no todos, pero había comido lo suficiente como para subir uno. Estaba muy feliz y orgullosa por mí.
Después del baile, Bruno y yo volvimos a casa, era bastante tarde, por lo que Mery ya estaba descansando, al subir no nos quedamos en la habitación doble, si no en la mía, la cual, después de unos cuantos besos se volvió nuestra.
He de admitir que era el primer diciembre que sonreía tanto en años, y una parte de mí, me decía que me lo merecía, que después de todo, tenía derecho a ser feliz y lo iba a ser, porque tenía razones para serlo. A partir de ese momento le iba sonreír a la vida, porque a pesar de todo lo vivido y hecho todos merecemos ser felices.
-¿Estas segura de querer hacerlo, Clar? -Will pregunto a mi lado, en lo que llegábamos a la casa hogar.
-Sí, Will -dije, mientras respiraba profundo y mantenía la mirada fija en la carretera, no quería provocar un accidente. Hacia mucho tiempo no manejaba.
-Estas lista -me aseguró sonriendo en mi dirección.
-¿Lista?... ¿Para qué o qué? -fruncí el ceño ante lo que dijo.
-Para tomar el camino que debiste haber cruzado desde hace mucho tiempo. Sin toda la mierda que pasaste.
Oh, así que era eso.
-Creo que tenía que abrir los ojos, Will. Y tal vez esta fue la mejor forma que la vida me pudo dar. Él fue la mejor forma.
-Solo no quiero que ningún cabrón se meta en tu vida y te la joda, porque si es así yo se la jodo a él.
-Él ha probado que es muchísimo más de lo que puedo querer. Y yo no quiero a ningún otro hombre para casarme, solo a él.
-Me da envidia -se sinceró-. Él pudo atravesar cada capa de hierro que le pusiste a tu máscara.
-Lo sé, Will. Sin embargo, no deberías quejarte, tu viste que había antes de ella. Aunque hasta para mí es un sueño del cual aún soy víctima y puede que lo sea durante mucho tiempo -sonreí bobamente al imaginar una vida a su lado-. Pero, hay algo que nunca te conté.
-¿Qué cosa?
-Cuando empecé a venir a Senfil, una vez mientras caía una tormenta me topé con un niño en el mirador, él estaba aferrado a un libro, me acerqué a él y le pregunté, "¿Qué libro estás leyendo?" Y él respondió sin apartar su mirada "El cuervo y otros poemas, es de Edgar Allan Poe, deberías leerlo, es bueno"
-¿Que con eso? Fue una aventurilla, que, por cierto, debiste contarme.
-En la parte superior de las hojas estaba escrito el nombre del dueño.
-Y ¿que decía?
-Bruno Anderson.
Río un poco y me miro con ternura y quizás algo de burla. Era un pequeño diablillo.
-Oh, vaya. Bueno, ahora tienes más que recalcado que las almas gemelas se encuentran.
-No somos almas gemelas, somos el amor se nuestras vidas. Siempre que volvía, iba al mirador a esperarlo, pero dejó de llegar, es por eso que en todo Senfil y después del bosque encantado, el mirador es mi parte favorita y volver con él al lugar donde nos donde nos vimos por primera vez fue único. Siempre ha sido él y siempre lo será.
-Así que fuiste una pequeña acosadora.
-Sí y creo que desde ahí me enamoré de él, sin darme cuenta que había caído en las páginas de un libro que tenía escrito su nombre en el título.
Aun que era pronto, lo deseaba con tantas ganas que me parecía una locura, hacia un mes que nos habíamos topado y comenzamos un camino juntos, no sabía lo fascinante que era sentir que una persona estaba contigo, hasta que llegó el.
-Quien lo hubiera pensado, el tonto de Anderson fue el chico que te hizo cumplirle la promesa a tus abuelos y querer vivir la vida.
-Es extraño, ¿verdad?
-Si, en especial porque estoy yo aquí y no nunca me hiciste caso a mí.
-Sigues siendo el mismo engreído como el niño que conocí en aquella casucha de oro y plata, y con aquel buen gusto musical.
-¿Sabes? Yo nunca te agradecí por algo.
-¿Por qué?
-Gracias, Clar. Por existir y ser mi hermana, por nunca dejarme, sé que soy un maldito celoso contigo, pero no quiero que te vayas y me dejes. No quiero un día despertar y saber que tu... ya no estés.
-Will, te quiero. Nunca te voy a dejar, no te libraras de mi tan fácil, idiota -reí con una amplia sonrisa-. Gracias a ti por volver.
-No importa cuales sean las circunstancias en las que te encuentres, estaré aquí para ti. Siempre seremos Clar y Will, los dos rubios inseparables.
Amaba a William por ser mi hermano, por cuidarme de todo y, a decir verdad, por haber hecho que mi mundo se pintara de, aunque sea un solo color. Cuando llegaron los hermanos Ortiz mi cielo se llenó de tres bellos colores: amarillo, café y verde.
El día en que Bruno llegó tarde, entró en mi como un trueno cuando llueve, sin aviso; de esos que suenan tan duro que un niño pequeño se asusta y se intenta esconder detrás de alguien. Yo me escondí detrás de una máscara y de mis amigos al ver tantos colores desprenderse de él. Solo quería que alguien tiñera el cielo gris que mis abuelos habían dejado en uno de hermosos colores y él lo logró. El no solo lo pintó sino también se robó mis esperanzas y promesas rotas, transformándolas en sueños y nuevas promesas por cumplir.
Fui muy tonta en el pasado, pero quería empezar a hacer las cosas bien en el presente y futuro. Por primera vez tenía ganas de llevar mi vida a otro nivel, por mucho miedo que sintiera, la adrenalina de que alguien me estuviera acompañando en todas y cada una de mis estupideces, se había colado por mis venas y de algún modo me hizo recordar que, por muy difícil sea vivir nosotros existimos porque tenemos un propósito que cumplir.