Cuando Cristian llega, no lo piensa y se pone manos a la obra en la preparación del pastel. Mamá estuvo todo el tiempo queriendo probar todo lo que veía a su alcance.
Él, lejos de enojarse, la mira con ternura.
──Mamá, ¿por qué no te recuestas en el sofá cama? ──propongo.
A ella le brillan los ojos.
──Oh, sí, buena idea. ──Se va rápidamente.
Todos tienen una obsesión con ese mueble, incluso papá.
Las pocas veces que viene, se recuesta allí de forma discreta. Nunca le digo nada para no incomodarlo.
Nuestra relación se había enfriado casi por completo: nos saludábamos, pero hasta allí. Al yo dejar de intentar tener un tema de conversación con él, se dejó al descubierto que, si yo no tomaba la iniciativa, no hablábamos.
Me había felicitado por el compromiso, para luego decirme que no iba a ser gran cambio a como vivo ahora con Cristian. Sentí que me juzgaba, pero no quise darle importancia. No importaba cómo se hubieran dado las cosas, soy feliz de ser una mujer comprometida.
Miro a Cristian.
──Definitivamente, tu mejor adquisición ──digo con una sonrisa.
Él ríe.
──En realidad, mi mejor adquisición eres tú. ──Mis mejillas se encienden ante eso, él acerca su dedo hacia mi rostro, al ver chocolate no lo pienso dos veces──. ¿Te gusta?
──Me encanta. ──Él sonríe aliviado.
──¿Cómo te sientes Ballerina? ──me pregunta mientras sigue batiendo.
──Me duele el vientre.
Ya perdí por completo la mala costumbre de decir que estaba bien cuando no lo estaba, simplemente comencé a ser sincera con mis sentimientos.
Al menos con él, aún me costaba un poco de trabajo ser honesta con los demás.
Me mira, alzando una ceja, entonces deja lo que estaba haciendo y se arrodilla frente a mí. Levanta mi blusa y comienza a repartir suaves besos por todo mi vientre, tengo que reprimir el grito que quiso salir de mi boca, no quiero alertar a mamá y que nos vea así.
──¿Era necesario? ──pregunto en voz baja.
──¿No te ayuda ni un poco? ──cuestiona, acariciando la piel con su nariz.
Ahora que lo pienso, sí ayuda, el dolor se calmó considerablemente ante sus caricias.
──Sí, muchas gracias.
Sus ojos brillaron mientras observan mi vientre.
──¿Qué haces? ──vuelvo a preguntar al ver que suspira, perdido en sus pensamientos.
──Solo lo imaginaba algo más hinchado.
Me inquieto.
──¿Estoy gorda acaso?
──¿Qué? No. ──Sacude la cabeza, levantándose para finalmente sujetarme de la cintura──. Que solo lo imaginé más hinchado.
──No entiendo.
──Hinchado como lo tendrá tu madre en unos meses.
Tapo mi rostro con ambas manos, avergonzada. Él ríe al verme de esta manera.
──¿Cómo puedes pensar en eso tan pronto? ──hablo llena de nervios.
──Es culpa de tu abuela, me pidió bisnietos.
¿Qué?
──Pues dile que no habrá. Al menos en mucho tiempo.
──No seas tan cruel con ella. ──me riñe con tanta suavidad que no pude resistirme y le beso.
──Es muy pronto para pensar en eso, tú mismo lo has dicho ──recuerdo.
──Me gusta imaginarlos ──confiesa.
──¿Y qué imaginas?
──Que quiero que tengan tus ojos ──dice. Provocando que quite por completo las manos de mi rostro.
──Yo quiero que tengan tu cabello ──me veo confesando.
──No lo creo, los pelirrojos se sonrojan de nada. El pobre no podrá disimular sus sentimientos.
──Eso lo hará más adorable, como tú.
──Y no olvides que será inteligente, como tú.
No sé cuánto estuvimos así, describiendo a un bebé que ni siquiera estaba en camino. Describiendo cada uno de sus rasgos como si pudiéramos predecirlo, al menos no era la única sonrojada y avergonzada, Cristian parecía un tomatito.
El resto del día fue tranquilo, celebramos el cumpleaños de ambos más que gustosos, ya que no queríamos dos fiestas. Es impresionante ver como pasamos de ser una pareja solitaria rodeada de problemas familiares, a estar rodeados de todos ellos con tanto cariño.
No necesariamente del lazo sanguíneo, si no de la familia que ambos hemos escogido. El vínculo que habíamos formado con May, Frank y Mario… dudo que alguien pudiera romperlo.
Al quedarnos solos, le doy mi regalo.
──No tenías que comprarme nada ──dice, avergonzado──. No me gusta que gastes…
──Sé que no te gusta ──interrumpo──. Por lo que no gasté nada.
Me mira con curiosidad, abre la bolsa y saca una pequeña cinta, rosada con los bordes dorados.
──Rebeca, me avergüenza decir que no entiendo el regalo.