CAPÍTULO 1
Piensa en ti como protagonista y vive cada minuto de todos los días tu propia historia.
AYSEL
SEIS AÑOS
AULA DE CLASE, SEGUNDO GRADO.
Niños.
Pequeñas personitas de corazones puros, tiernos e inocentes...
¿De verdad? ¿Puedes ver la magia volar a través de tus pequeños ojos? Entonces, ¿por qué no recuerdo haberla visto jamás? ¿O, es que había algo malo conmigo?
—No es cierto. — murmuré con la cabeza baja.
Sobre la tarima, la profesora me dedicó una mirada sería, fija y acusatoria.
—Estás copiando, Aysel. — me señaló — Eres una tramposa. — declaró duramente.
Mi compañero de asiento me miró con lástima, se veía tan incómodo como yo, solo que a él no lo señalaban ni le decían cosas hirientes.
Oprimí mis labios temblorosos, atinando a mover la cabeza de un lado a otro en espera a que me creyera. Estábamos en matemáticas haciendo operaciones mentales, ella nos daba la multiplicación y nosotros debíamos anotar el resultado. A mitad del ejercicio, una de mis compañeras —su hija — me acusó de tener las tablas de multiplicar en la otra hoja. Pero eso no era verdad. Esas operaciones eran de la tarea de ayer.
No tenía voz, temía que si decía algo me gritará más, como todos los adultos cuando les llevas la contraria. Igual a mamá. Sé que no debo dejar que sus palabras me lastimen. Que debo ser fuerte, aunque la maestra me juzgue y mis compañeros me miren mal o solo me ignoren. Me pregunto sí… ¿Siempre será así?.
—Además de tramposa, mentirosa. — alzó la voz, asustandome más, — ¿Eso es lo que te enseñan en tu casa?
ACTUALIDAD
SEPTIEMBRE 2019
Siempre me pregunté, por qué a los maestros les gustaba gritarles a sus alumnos, exhibirlos y compararlos con otros. ¿Acaso no se daban cuenta de cuánto daño nos hacían? Bajando nuestra autoestima y minimizando nuestros sentimientos.
En ese momento no comprendí lo que había pasado, pero si entendí una cosa, también los niños podíamos lastimar a los demás. Fuera travesura o no, fuera buena o mala, actuabas con una intención. Y, a decir verdad, no creo que eso cambié mientras crecemos, solo nos hacemos más conscientes y pulimos nuestra manera de dañarnos unos a otros.
Una vez escuché a alguien decir que cuando la vida te pone obstáculos en tu camino es porque sabe que cuentas con la capacidad de superarlos. Nunca entendí a qué se refería, digo, ¿acaso la vida y uno mismo no van de la mano? ¿Por qué querría yo misma ponerme trabas? No tiene sentido. Después vuelvo a meditarlo y termino pensando en cuántas personas los habrán superado y quienes tiraron la toalla. Al final, ya sea con una sonrisa, una lágrima o el ceño fruncido, todos terminamos recibiendo cada tropiezo y avance que damos. y luego, ¿qué sigue?
Lo más lógico es “seguir”, “avanzar”, “continuar”. ¿Y ya? ¿Eso es todo?
Tengo la impresión de que si le pregunto a diferentes personas, me darán respuestas similares y diferentes a la vez, y es que, he llegado a la conclusión de que no existe un orden o guía que seguir para prepararte ante las nuevas experiencias; el hecho de qué las personas pensemos y actuemos diferente, convierte nuestros sueños, deseos y anhelos en algo único para cada uno de nosotros.
No importa desde qué perspectiva la miremos, al fin y al cabo, todos nos dicen cómo se debe vivir “correctamente”, aunque lo cierto es que nadie nos pregunta cómo queremos hacerlo, y si lo hacen, opinan y juzgan, solo por no ser igual a lo tradicionalmente trazado.
Así es la sociedad, confusa y compleja, con actitudes extrañas y variantes opuestas, en pocas palabras, doblemente moral. Es como si la razón de estar en este mundo sea encontrarle sentido a nuestra existencia. Construir un camino hacía tu destino.
—¿Me das permiso, por favor? — escuché una voz a mi lado, un poco alejada.
Lentamente abrí los ojos, al sentir el resplandor de la luz volví a cerrarlos en un intento de acostumbrarme a ella. En ese momento me dí cuenta de la larga fila formada en el estrecho pasillo del camión, eso solo quería decir que habíamos llegado a mi destino. Entonces, recordé a la chica sentada junto a mí, la cual seguía esperando. De golpe, me puse de pie detrás del último chico, todavía medio dormida, no pude creerlo, si no hubiera sido por esa chica me hubiera pasado la parada y eso hubiera sido un desastre porque habría tenido que darle la vuelta al campus.
Al bajar del camión siento frío del aire suavemente contra mi rostro, al ser de madrugada el cielo aún se cubre de colores oscuros y el tenue brillo de algunas estrellas. Creo que podría disfrutar mejor de la vista si no fuera porque esta es la hora pico de los universitarios, sin importar a donde miré todo lo que veo son a los alumnos yendo de un lado a otro, bajando de camiones y metrobus, o subiendo a los camiones internos de la universidad.Agradezco que el camión me deje adelantito de la mía, así me ahorro el ajetreo.
Miré la hora de mi celular, comprobando que todavía faltan diez minutos para las siete, eso me alivia, no me gusta llegar tarde a clases. Lo cual resulta medianamente gracioso tomando en cuenta que “casi” siempre suelo llegar tarde a todo lo demás. Si bien odiaba tener que despertarme temprano, el tener que hacerlo aunque durmiera tarde, ya se había vuelto más que una costumbre, así como salir corriendo de casa por no escuchar la alarma del celular y apenas tener el tiempo suficiente para “arreglarme adecuadamente”.
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Editado: 19.06.2023