Bajo el Boulevard

Capítulo Cuatro

CAPÍTULO CUATRO 

       Juntate con cuervos y te sacarán los ojos. 
 

AYSEL.

Asomé la cabeza al vigésimo, de inmediato, todas las miradas — incluso del profesor — recayeron en mí.  Y, de nuevo, no estaba ahí la persona que buscaba. Me sentía como una acosadora buscando a su crush, de hecho, todos me miraban de esa manera. 

<<¡Estupendo! Lo único que me falta es aparecer en la página de la escuela con una etiqueta de "CUIDADO">> suspiré cansina. 

Esto no iba como yo había planeado. Apenas dió por concluida mi clase de Epistemología,  salí corriendo hacia arquitectura con el único objetivo de encontrar a Eros y darle el bendito compás de la discordia, para que él se lo entregará a su dueño sin que Sofía o Seth lo supieran. El plan era simple, el problema es que no he encontrado a Eros por ningún lugar, estoy segura que para este momento Sofí ya sospecha que yo tome el compás de su bolsa. 

Pero, ¿quién me manda de metiche? 

Tome aire, y pensé, <<bien, este es el último salón al que me fijo, si no está, me doy por vencida.>>

Inhale un poco de aire, y una última vez, asomé la cabeza al interior del salón. No parecía haber nadie, así que, por instinto decidí entrar y recorrer con la vista cada rincón de esa aula. Paga mi fortuna o desgracia, me dí cuenta que no estaba tan vacío como creí. 

Sentado en la última banca al fondo del salón y cubriendo su cabeza con una gorra de béisbol, estaba el causante de tanto alboroto. Se veía tan concentrado en los trazos que hacía sobre la hoja que no parecía que se hubiese dado cuenta de mi presencia, solo relamía el aro de su labio y fruncía el ceño cada dos segundos. 

Bien, ¿cómo debería empezar? Nunca he sido buena iniciando una conversación, y mucho menos, con una persona tan extraña como este sujeto. Mi cabeza empieza a generar miles de excusas creíbles que respondan "qué hago allí" o "por qué tengo su compás"; sin embargo, antes de que las ideas fluyan, su voz fría llega a mis oídos: 

—Si sigues ahí, me harás pensar que has venido por mí. — musitó él sin dignarse a mirarme.

Rayos, no se supone que sería así.

—Uhm.. Uhm...— carraspeé la garganta. Intentando que, al menos, levante su cabeza. 

—Ya sé que estás aquí, te vi desde que estabas afuera. Así que deja de hacer esos ruidos molestos.— gruñó mecánicamente fastidiado.

Volvi a carraspear, esta vez, en lugar de llamar su atención quería fastidiarlo. Él alzó la cabeza, dirigiéndome una mirada feroz, casi quiero regresar por donde vine. No había nada conciliador en sus facciones, aunque, yo no era una cobarde —bueno, tal vez, sí —, pero vine aquí por una razón y no me iría hasta cumplir mi cometido.

—Siento interrumpir lo que estás haciendo — aclare mi garganta sin entender porque me estoy disipando — Te estaba buscando.

Quise golpear mi cabeza. ¿De verdad? ¿Había dicho eso? ¡Eso era obvio! Y él también parecía saberlo. 

—Está claro, ¿de no ser así por qué estarías aquí hablando patéticamente? — atacó.

—Tengo una razón. 

Abrí el cierre de mi mochila para empezar a buscar la caja de metal. Ante esto, el azabache ladeó la cabeza, no sabría si decir que me miraba curioso o molesto, quizás, una combinación de ambas.

—¿No me darás una carta de amor, verdad? Si es así, no me hagas perder mi tiempo.

Detuve mi búsqueda y me quedé escéptica, con los ojos y boca abierta e indignada. ¿De dónde demonios sacó eso?

—¿Por qué querría darle una carta a un tipo petulante y maleducado cómo tú? — exclamé, arrugando mi nariz.

—Debía asegurarme. No porque conozca tu nombre significa que seamos conocidos — farfulló indiferente. — Además, detesto a las chicas odiosas como tú. 

¿Odios? Muy bien, me arrepiento de haber venido.

El chico comenzó a guardar sus cosas en su mochila, y un compás de plástico llamó mi atención, tenía la pinta de ser de esos que cuestan $10 pesos. Entonces, caminé hasta donde él estaba, ganándome una mirada de desconfianza, y más cuando comencé a sacar la cajita de mi mochila. 

—Toma. — dije, entregándole el estuche.

Frunció sus pobladas y espesas cejas, algo que ya había previsto, así que, antes de que dijera nada, yo hablé primero:

—Siento mucho los inconvenientes.

—¿Por qué me pides disculpas? — pronunció imparcial — Tú no le pediste a tus amiguitos que me lo quitaran usando como excusa a un chico de primero, ¿o si? 

Si la situación fuera suficiente diría que tiene una bonita voz: suave y un poco ronca. Rasqué mi brazo, aquí es cuando debería irme, ¿no? Justo antes de despedirme, su voz volvió a resonar dentro de mi oído.

—Bien, ya me lo devolviste. ¿Qué esperas recibir a cambio? ¿Cuál es tu plan? — cuestionó duramente, a la defensiva.

No entiendo qué quiere decir. Esto no lo hago con ninguna intención maliciosa. 




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