Bajo el Boulevard

Capítulo Siete

CAPÍTULO 7

 

Extraños esperando, subiendo y bajando el bulevar.

Sus sombras buscando en la noche, personas bajo los luceros. 

—Cuando vea a esa… “Pelos de zacate”. — escupe Lucy con voz cabreada — ¿Cómo pudo hacerte eso? 

Esa era una excelente pregunta. Yo me había hecho la misma durante todo el fin de semana, incluso, conversé conmigo misma para tratar de encontrar una respuesta, pero esta nunca llegó. ¿Qué patético, no?

—Su cabello es natural. — solté al mismo tiempo que hacia atrás mi cabeza para observar el humo salir entre mis labios y perderse entre los colores grises del cielo. 

—¿A quién le importa eso? Lo único que importa es cómo estás tú. — Lucy cala del cigarro que sostiene sus dedos, mirándome expectante por mi respuesta. 

«Pues, verás. Mi hermano no me habla, así que, este fin de semana fueron los días más largos de mi vida»

Por supuesto, jamás le daría esa respuesta. Si algo había aprendido a lo largo de mi vida es que todas las personas cargamos nuestros propios problemas, no quería darle los míos a los demás sabiendo eso; además, tampoco tengo mucho tiempo conociendo a Lucy, ¿y si vuelvo a equivocarme? Tengo la extraña manía de confiar hasta en una cucaracha. 

—Bien. — me limite. Esas palabras arden. — el mundo no se va a terminar por una pelea de hermanos.  Aarón se dará cuenta que yo digo la verdad, y le diré: «te lo dije, imbécil.» A lo que él me dirá: «Ya. Lo siento, Ays.»

Forcé una sonrisa, tratando de que se viera tan segura como mis palabras, porque las cosas eran diferentes. Aarón no era de alguien que reconociera sus errores, aunque no lo culpo yo tampoco suelo hacerlo, supongo que es de herencia ya que nuestros padres eran igual; quizás, por eso tampoco pude disculparme con Sofi. Sabía que decía la verdad sobre Travis, pero no quise escucharla, si lo hubiera hecho, ¿ella aún me hubiera apuñalado por la espalda?

Un nudo se formó a la mitad de mi garganta hasta que la incomodidad se volvió dolor y mis ojos picaron, por alguna extraña razón tenía ganas de llorar. ¿Por qué me empieza a doler el pecho?

—Ays.

Esa voz. 

—¿Qué haces aquí? — Lucy no oculta su molestia, toda pregunta grita despectiva. 

Fijé la cabeza en la persona que me había llamado. Lo primero que ví fue su cabello rubio trenzado con mechones del flequillo suelto, vistiendo una camisa de cuadros abierta arriba de una blusa blanca, un short y una botas que combinan perfectamente su outfit. 

—¿Te cambiaste de nombre o eres sorda? — Sofía no dudó en atacar — Dije “Aysel”. Y antes de que preguntes, está claro que vine a hablar con ella. 

—Ella no quiere hablar contigo. 

—¿Tienes un título de traductora o algo por el estilo? Ella puede decírmelo.

Si las miradas mataran, tendría que ir a un doble funeral. Ninguna sentía más empatía que la otra. Ambas se caían como un vampiro y un hombre lobo en plena disputa por una torpe humana. Genial, lo que me faltaba (notan el sarcasmo), formar parte de un triángulo amistoso y genuinamente dramático.

Suspiré. 

—Tranquila — dije, apaciguadora, sosteniendo el brazo de Lucy. Lo último que necesito es estar en medio de una pelea. — Estaré bien, ¿nos vemos en el salón?

Ella asintió un poco insegura.

Le dió una última calada a su cigarro y se dirigió al edificio que se encontraba a un lado del jardín para luego desaparecer mientras sube las escaleras y da vuelta en el primer piso. 

—Hasta que Tronchatoro nos deja en paz.

Sofía no oculta su desagrado. Ese es el único sentimiento recíproco que existe entre ellas.

—No le digas así. — le digo con voz áspera. Haciéndole saber que no voy a tolerarlo.

—¿Me dirás qué ella no habla mal de mí? — inquiere, levantando una de sus cejas.

Lo hace. Pero no se lo diré. Hoy no me apetece ser mediadora de su eterno conflicto, ahora mismo, solo quiero saber:

 —¿Eres consciente de lo que hiciste?

No hay respuesta. 

—¡Mi hermano no me habla y cree que soy una drogadicta! ¡Felicidades!

La expresión de Sofi cambia como si hubiera recibido una bofetada en la cara. Por un segundo me siento culpable, no pretendía herirla, pero otra parte de mí estaba satisfecha.

—Sé que la cagué. Bueno, no, no lo hice. — se ve nerviosa, no deja de jugar con su trenza. 

¿Qué? ¿Está jugando? Arqueé una ceja, y continúa: 

—Te lo advertí. Te dije que no te acercarás a ese chico, que era peligroso. Tú no quisiste escucharme.

—¿Ahora es mi culpa? — pregunté, estupefacta — Ni siquiera lo conozco. Sólo es un desconocido al que le devolví su compás. — resoplé. 

Tratar de mantener la calma era casi imposible, la paciencia nunca fue mi fuerte. Me encuentro en un conflicto, no sé, si reír, llorar, golpearla o gritarle. Quiero hacer tantas cosas y al mismo tiempo estoy luchando por contenerme. 




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