Bajo el favor del Rey

Capítulo I – El poder de Lysandros Varyn

El mundo conocía su nombre.

Lysandros Varyn, rey soberano de Valtheria, no gobernaba un país, sino un imperio moderno que se extendía por más de ciento veinte alianzas internacionales.
Bajo su mando, la economía florecía, los tratados se firmaban por miedo o por admiración, y ninguna decisión global escapaba a su influencia.

Su sola presencia era una sentencia: frío, impecable, peligroso.

Con apenas treinta y dos años, era considerado uno de los hombres más poderosos y más deseados del planeta. El heredero de una dinastía que había mantenido la monarquía viva en un mundo de repúblicas y corporaciones. En él convivían el refinamiento de un rey y la mente de un estratega sin debilidades.

Sus enemigos lo llamaban el Monarca de Acero, pero las mujeres del continente lo veían como una fantasía imposible: alto, de hombros anchos, rostro cincelado con una simetría cruel, ojos grises que parecían hielo líquido, y una voz grave que convertía cada palabra en una orden.

Lysandros no necesitaba gritar para dominar, ni sonreír para hechizar. Bastaba su mirada.
Y esa noche, en el Gran Salón de Cristal del Palacio Real, toda Valtheria esperaba esa mirada.

La noche de la humillación

Era el aniversario de la Corona, la gala más importante del año.
Embajadores, magnates, familias nobles y prensa internacional se habían reunido para celebrar el legado de la Casa Varyn. El aire olía a flores exóticas y ambición, las orquestas tocaban valses antiguos, y cada cámara apuntaba hacia el estrado donde Lysandros aguardaba a su reina.

Pero la reina no aparecía.

El ministro de protocolo se acercó, pálido.

—Majestad… la reina aún no ha llegado.

Lysandros giró lentamente la cabeza. Su rostro no mostró sorpresa, solo una sombra de impaciencia.

—¿Cuánto tiempo?

—Una hora, Su Majestad.

El rey dejó su copa sobre la mesa. La sala se llenó de un silencio tenso.
Afuera, las cámaras seguían grabando. Los ojos del mundo estaban sobre ellos.

En los aposentos de la Reina

Mientras el Gran Salón esperaba, en las habitaciones privadas del ala este resonaban risas y copas chocando.

Vanya Dravelle, la reina de Valtheria, estaba reclinada sobre un diván de seda, rodeada de amigas vestidas con brillo y desdén.
El humo de su cigarrillo se mezclaba con el perfume caro y la música suave.

—¿No piensas bajar al salón? —preguntó una de las mujeres, con un tono divertido.

Vanya arqueó una ceja y soltó una risa suave.

—¿Y arruinar esta paz por otra noche de discursos vacíos? No, gracias.

Su cabello rubio caía sobre los hombros desnudos, y la luz dorada acentuaba la perfección arrogante de su rostro.

—El rey te espera —insistió otra, algo nerviosa—. Las cámaras también.

Vanya bebió un sorbo de champaña y apoyó la copa con un sonido leve.

—El rey… —repitió con ironía—. Mi esposo es rey, sí, pero en mis aposentos, yo soy quien decide.

Las risas llenaron el cuarto.
Una de sus acompañantes, más audaz, comentó:

—Dicen que tiene mal humor cuando lo hacen esperar.

—Que espere —respondió Vanya con frialdad—. Si el amor no lo mantiene paciente, que lo haga el orgullo. Después de todo, ¿quién querría a un hombre que solo sabe mandar?

Sus palabras fueron un golpe. Nadie se atrevió a reír.
Pero Vanya sonrió con placer al saborear su propio desafío.

En el Gran Salón

Dos horas después, el rumor de su ausencia ya era un escándalo.
Los embajadores murmuraban; los ministros fingían calma. El aire estaba cargado de tensión y vergüenza.

Lysandros permanecía de pie, inmóvil, con el semblante de mármol. Solo la contracción leve en su mandíbula delataba su ira contenida.
Lord Mervan, jefe del Consejo Real, se acercó en voz baja:

—Majestad, quizás podríamos decir que Su Alteza se encuentra indispuesta…

Los ojos del rey se alzaron.

—¿Indispuesta? —su voz resonó grave, contenida, peligrosa—. No, lord Mervan. El silencio también habla.

Entonces subió al estrado. Las cámaras enfocaron su rostro. Su imagen apareció en todas las pantallas del país.

—Valtheria —dijo con serenidad helada— celebra esta noche su fuerza, su unidad y su historia.
Pero la grandeza de un reino no depende de una persona, sino del respeto que sostiene su corona.

Las palabras fueron medidas, pero su tono era una sentencia.
Y aunque el público aplaudió, Lysandros sabía que su corazón acababa de sellar una puerta que jamás volvería a abrir.

Las consecuencias

Esa misma noche, los titulares del mundo entero explotaron:

La reina de Valtheria humilla al rey durante la gala real.”
“Vanya Dravelle: la mujer que desafió a Lysandros Varyn.”
“Crisis en la monarquía más poderosa del continente.”




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