Bajo el favor del Rey

Capítulo 2 – El precio del orgullo

El silencio del palacio pesaba más que cualquier discurso.

Las puertas del Gran Salón ya estaban cerradas, los músicos se habían retirado y los invitados partían entre murmullos contenidos.
Solo los ecos de los pasos del rey resonaban en los pasillos de mármol.

Lysandros Varyn caminaba despacio, con las manos detrás de la espalda, la mirada fija al frente. Ningún gesto de su rostro traicionaba el volcán de ira y decepción que le hervía bajo la piel.
A cada paso, los guardias se inclinaban en silencio, sabiendo que aquella noche sería recordada como una ofensa histórica.

*****

Mientras tanto, en los aposentos reales, Vanya Dravelle se preparaba para recibirlo.

La reina había ordenado cerrar las cortinas, encender las lámparas aromáticas y cubrir el lecho con sábanas de seda color marfil.

Se miró al espejo con satisfacción. Su reflejo devolvía una imagen perfecta: el cabello suelto cayendo como oro líquido sobre los hombros, el camisón de encaje delineando cada curva y un brillo de arrogancia en los ojos verdes.

—Vendrá furioso —murmuró para sí, sonriendo—, y luego se rendirá, como siempre.

Tomó una copa de vino, dio un sorbo y caminó lentamente hacia el gran ventanal, dejando que la luna bañara su figura.
En su mente, Lysandros era solo un hombre más: poderoso, sí, pero hombre al fin. Y ella sabía cómo domar a los hombres.

Cuando la puerta se abrió, ni siquiera se volvió.

—Tardaste —dijo con fingido reproche—. Pensé que habías olvidado el camino a tus habitaciones.

Lysandros no respondió. Cerró la puerta tras él y avanzó con pasos medidos, hasta quedar a unos metros de ella.

Su expresión era impenetrable, pero sus ojos… sus ojos estaban fríos como acero templado.

—Vanya. —Su voz sonó grave, controlada, peligrosamente serena—. Esta noche, has deshonrado el trono.

Ella giró con una sonrisa calculada.

—Oh, Lysandros. No dramatices. Nadie recordará una simple ausencia. Además… —se acercó lentamente, rozando su pecho con un dedo—, sabes que el escándalo también alimenta el poder.

Él no se movió.

—¿Poder? —repitió con ironía baja—. No confundas el poder con la atención. Solo los vacíos necesitan ser mirados para existir.

Vanya frunció el ceño.

—¿Vacío? ¿Te refieres a mí?

—Me refiero a la máscara que llevas —respondió, apartando su mano con delicadeza, pero con firmeza—. Pensé que me había casado con una reina, no con una actriz.

Ella retrocedió un paso, herida en su vanidad.

—¿Y quién querría ser reina de un hombre que solo sabe dar órdenes? —espetó con furia contenida.

Lysandros no levantó la voz.

—Una mujer que entienda que el respeto no se negocia —replicó.

Sus palabras fueron suaves, pero en su tono había más filo que en cualquier grito.

Vanya intentó sonreír, desesperada por recuperar el control.

—Ven a dormir conmigo —susurró, deslizando las manos por el borde de su camisón—. Podemos olvidar la gala… todos lo harán.

Lysandros la miró en silencio. Su belleza era incuestionable, casi hipnótica. Pero lo que veía en ella no era deseo, sino vacío.

Se inclinó apenas, tan cerca que ella contuvo el aliento, y dijo con una calma glacial:

—Hay noches en que un rey prefiere la soledad antes que el veneno del desdén.

Luego se apartó.

El sonido de la puerta al cerrarse tras él fue más devastador que cualquier grito.
Vanya se quedó inmóvil, con la copa aún en la mano.

Por primera vez, el miedo le rozó el alma.

Porque entendió, aunque nunca lo admitiría que había perdido algo que no podría recuperar: el respeto del rey.

****

El amanecer sobre Valtheria no trajo calma.
Los periódicos inundaban los portales, los noticieros y las calles con un solo tema:

La reina de Valtheria se niega a aparecer junto al rey.”
“Vanya Dravelle humilla al monarca más poderoso del continente.”
“Escándalo en la gala real: la soberana fue vista bebiendo y fumando mientras el rey la esperaba.”

Las imágenes eran implacables: Vanya, con el cabello suelto, riendo con sus amigas, una copa en la mano, el humo de su cigarrillo difuminándose entre joyas y risas.

El contraste con la figura solemne del rey Lysandros Varyn, solo en el Gran Salón, había desatado una tormenta mediática sin precedentes.

En el Palacio Real

El Consejo Real fue convocado al amanecer.
Doce hombres de rango y poder se sentaron en torno a la mesa oval del despacho real, pero nadie se atrevía a pronunciar palabra.
El aire olía a tensión, café y miedo.

Las puertas se abrieron, y Lysandros entró sin anunciarse.
Sus pasos eran lentos, su porte imponente.
Llevaba el mismo traje oscuro de la gala, sin una arruga, como si nada lo hubiera tocado.




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