El amanecer no trajo calma a Valtheria.
Las calles, los cafés y los portales digitales repetían la misma noticia: “La reina desafía al rey durante la gala anual”.
Las imágenes de Vanya Dravelle en su salón privado, fumando con insolencia mientras los invitados esperaban, se habían vuelto virales. Nadie hablaba de otra cosa.
Los periódicos mostraban la misma fotografía: el rey Lysandros Varyn con el rostro tallado en piedra, de pie ante una sala repleta de cámaras, sin una sola palabra de su esposa.
Algunos lo consideraban humillado; otros, más cautos, lo miraban con una mezcla de miedo y fascinación.
Porque incluso en medio del escándalo, su poder seguía siendo absoluto.
En la ciudad de Lysmore
A cientos de kilómetros del palacio, en una pequeña ciudad costera, Eliana Morell doblaba cuidadosamente las sábanas en la pensión donde trabajaba a medio tiempo.
El televisor del comedor seguía encendido.
Las voces de los presentadores llenaban el aire con un entusiasmo morboso.
—Dicen que la reina lo hizo a propósito —comentaba una clienta, mientras untaba mantequilla en su pan—. Nadie en su sano juicio reta así a Lysandros Varyn.
—Quizás se cansó de ser una adorno —respondió otra, con una risa nerviosa.
Eliana trató de concentrarse, pero las palabras flotaban en el aire como un eco imposible de ignorar.
Conocía el nombre del rey, por supuesto. ¿Quién no?
Su rostro aparecía en los billetes, en los noticieros, en los retratos colgados en las oficinas públicas.
Era el hombre que había mantenido al reino en paz durante una década, el mismo al que las revistas llamaban el monarca de acero.
Aun así, verla tan distraída era inusual.
Su tío Adriel Morell, que corregía papeles en la mesa del fondo, la observó por encima de las gafas.
—No te obsesiones con eso, niña. Los poderosos siempre caen por su propio peso —dijo con tono sereno—. Nosotros vivimos en otro mundo.
Eliana sonrió apenas.
—Lo sé, tío. Pero… ¿no te parece triste? Tenerlo todo y perderlo por orgullo.
Adriel levantó la vista un instante, pensativo.
—Quizás el orgullo no fue solo de ella. —Cerró el libro con cuidado—. A veces el amor también se vuelve un campo de batalla.
*****
Eliana salió más tarde al muelle, donde el viento salado agitaba su cabello.
El mar tenía ese color azul profundo que tanto amaba. Allí todo parecía más sencillo: la vida, el silencio, la paz.
Sin embargo, esa mañana algo se sentía diferente.
Como si el destino la observara desde lejos.
Las campanas de la iglesia repicaron. En el puerto, un noticiero se reproducía en la pantalla gigante de una tienda: el Consejo Real había sido convocado con urgencia.
Las palabras del presentador resonaron en el aire:
“El rey Lysandros Varyn ha ordenado una reestructuración completa en la Casa Real. Se espera un nuevo protocolo para restaurar la imagen del trono.”
Eliana no sabía por qué, pero un escalofrío le recorrió la piel.
*****
El Consejo seguía reunido.
Nadie se había atrevido a levantarse desde que el rey había dicho aquella única palabra:
“De acuerdo.”
El silencio era insoportable.
Los hombres alrededor de la mesa no sabían si celebrar la serenidad del monarca o temerla.
Lysandros permanecía de pie, mirando a través de los ventanales del despacho real. Afuera, Valtheria despertaba bajo una lluvia fina que hacía brillar las torres del palacio como espejos.
El periódico seguía sobre el escritorio, doblado con precisión militar.
La foto de Vanya Dravelle riendo, con una copa en la mano, parecía observarlos a todos desde el papel.
—Majestad —se atrevió a decir el canciller Edran—, el comunicado será redactado de inmediato. Pero… hay un asunto que debemos considerar.
—Habla. —La voz del rey fue serena, pero nadie la confundió con calma.
—El trono no puede permanecer vacío —continuó el canciller—. El pueblo necesita una figura de estabilidad, una reina. Las alianzas extranjeras preguntan por el futuro de Valtheria.
Lord Mervan asintió.
—Las casas reales de Evenia y Nordhal han mostrado interés en establecer vínculos. Podríamos iniciar conversaciones de matrimonio. Hay princesas jóvenes, hermosas, educadas en la diplomacia. Su Majestad podría...
—No. —La respuesta del rey fue inmediata, firme, definitiva.
Los presentes se miraron, confundidos.
Edran insistió con cautela:
—Su Majestad… ¿se niega a recibir propuestas?
Lysandros se volvió lentamente.