El estruendo del cristal rompiéndose retumbó por todo el ala este del palacio.
Los sirvientes se detuvieron en seco, conteniendo la respiración.
Detrás de las puertas talladas con el emblema real, la voz de Vanya Dravelle resonaba entre gritos y sollozos.
—¡No puedes hacerme esto, Lysandros! —su voz, entrecortada por la rabia, se alzaba como una tormenta— ¡No permitiré que conviertas al reino en un circo! ¡Yo soy tu esposa!
La puerta se abrió con fuerza. Vanya irrumpió en la sala privada del rey, su vestido de seda desordenado, el maquillaje corrido, los ojos verdes encendidos de furia y desesperación.
En contraste, Lysandros Varyn permanecía de pie junto a su escritorio, sereno, impecable, un retrato de control absoluto en medio del caos.
—El matrimonio —dijo él con voz tranquila— terminó hace mucho.
—¡Mentira! —replicó ella, acercándose— ¡Nos complementamos, Lysandros! ¡Tú lo sabes! Nadie te conoce como yo, nadie te hace sentir lo que yo te hago sentir.
Él la observó en silencio.
Su respiración era calmada, pero en sus ojos había un cansancio tan profundo que ni su propia majestad podía ocultarlo.
—En menos de un mes —dijo finalmente— saldrá el decreto de divorcio.
—¿Divorcio? —Vanya soltó una risa incrédula, amarga—. ¡Jamás!
De un movimiento furioso, barrió el escritorio, haciendo caer un jarrón de porcelana. El agua y las flores se esparcieron por el suelo como un eco de su orgullo roto.
—¡No permitiré que otra mujer ocupe mi lugar!
Lysandros esbozó una sonrisa apenas perceptible, una mueca que mezclaba ironía y desprecio.
—Tú dejaste tu lugar, Vanya. Y no fue la primera vez. —Sus palabras fueron frías, exactas—. Lo hiciste cada vez que preferiste las luces de las cámaras a los deberes del trono. Pero la noche del aniversario… eso fue la gota que derramó el vaso.
Vanya lo miró con lágrimas en los ojos, pero no era tristeza, sino furia.
—Te defendí, Lysandros. Fingí amar tus reglas, tu disciplina, tu hielo. ¡Y ahora me pagas con desprecio!
Ella se acercó con rapidez, aferrando su camisa, sus labios casi rozando los suyos.
—No puedes vivir sin mí —susurró con voz temblorosa—. Tu deseo me pertenece. Yo soy la mujer que te vuelve loco, la que te hizo sentir vivo.
Lysandros cerró los ojos un segundo, exhalando con cansancio. Luego la apartó con delicadeza, pero con la firmeza de quien separa una sombra de su piel.
—Haz tus maletas.
—¿Qué dijiste?
—Serás enviada al Palacio de Lareth, donde residen las reinas viudas. Permanecerás allí hasta que el divorcio sea legal. Después podrás seguir viviendo tu vida… lejos de los deberes que tanto detestas.
Vanya lo golpeó en el pecho, el llanto arrastrando su maquillaje.
—¡Me degradarás ante el mundo! ¡Me quitarás mi título, mi corona!
Lysandros no parpadeó.
—Ya no eres reina —dijo con voz helada—. Eres, de nuevo, la princesa Vanya Dravelle.
Ella lo miró con un dolor tan hiriente que por un instante pareció humana. Pero la furia volvió, más fuerte.
—¡Me vas a buscar de rodillas, Lysandros! —gritó mientras los guardias entraban—. ¡Ninguna mujer será como yo!
El rey hizo un gesto con la mano.
—Acompañen a la princesa Dravelle a sus aposentos —ordenó con calma.
Cuando la puerta se cerró tras ella, el silencio volvió.
Solo el aroma del perfume de Vanya quedó flotando en el aire, mezclado con el del vino derramado.
Lysandros apoyó las manos sobre el escritorio, respiró hondo y susurró:
—Por primera vez… mentiré a mi pueblo.
Cerró los ojos.
—No elegiré a una reina con el corazón. Elegiré a una mujer que ame al país más que a sí misma.
En Lysmore
A cientos de kilómetros, bajo la brisa marina, Eliana Morell doblaba la esquina del mercado con una cesta llena de pan y flores.
Era una muchacha de belleza serena, de esas que no necesitan adornos para ser miradas.
Su piel era clara como porcelana, su cabello castaño caía en ondas suaves sobre los hombros, y sus ojos de un azul límpido y dulce, parecían mirar siempre más allá de lo evidente.
Llevaba un vestido sencillo de lino azul, y aun así, los vendedores se volvían a verla al pasar. No por coquetería, sino por la paz que irradiaba.
Frente a la panadería, una pantalla mostraba la noticia que todos comentaban:
“El rey Lysandros Varyn ha firmado el Decreto del Corazón. Mujeres solteras de todo Valtheria serán invitadas al Palacio Real. Una de ellas será elegida como futura reina.”
Eliana se detuvo.
El viento jugó con los mechones sueltos de su cabello.
—El decreto del corazón… —murmuró con curiosidad.