Eliana Morell siempre había creído que la rutina era una forma de paz.
En Lysmore, los días se parecían entre sí: el sonido de las olas, el murmullo de los huéspedes de la pensión y el aroma del café que preparaba cada mañana junto a su tío Adriel.
Aquel amanecer no parecía diferente, pero la calma tenía los minutos contados.
El televisor de la cocina seguía encendido mientras Eliana doblaba las sábanas recién lavadas.
La periodista hablaba con entusiasmo sobre el tema que dominaba todas las conversaciones:
“El Decreto del Corazón sigue causando revuelo en Valtheria. Según fuentes oficiales, la selección de candidatas comenzará esta misma semana.”
Eliana levantó la vista, apoyando los brazos sobre la mesa.
—No entiendo cómo puede haber tantas voluntarias —dijo sonriendo—. ¿De verdad alguien desea vivir bajo la mirada de todo un reino?
Adriel, leyendo el periódico, levantó una ceja.
—Algunas sueñan con coronas, otras con poder. Pero ninguna sabe lo que implica ser la mujer de un rey.
—Debe ser solitario —respondió ella, sirviendo dos tazas de café—. Estar rodeado de todos… y no tener a nadie.
Su tío la miró por encima de las gafas, con una sonrisa indulgente.
—Hablas como si lo conocieras.
Eliana se encogió de hombros.
—Lo muestran todos los días en las noticias. Su mirada es… distante.
Adriel iba a responder, pero tres golpes firmes en la puerta lo interrumpieron.
No eran los toques suaves de un vecino ni el apuro de un huésped.
Eran golpes medidos, oficiales.
Eliana dejó la taza y fue a abrir.
Al hacerlo, se encontró con dos hombres y una mujer vestidos con trajes oscuros, insignias doradas en el pecho y la bandera de Valtheria en una solapa.
Detrás de ellos, un automóvil negro con vidrios polarizados y una pequeña bandera real ondeaba en el capó.
—¿Señorita Eliana Morell? —preguntó la mujer, con voz profesional.
—Sí… soy yo —respondió, confundida.
La visitante abrió un maletín y extrajo un sobre blanco grueso, sellado con cera dorada y el emblema del trono: un león coronado bajo un sol.
Eliana contuvo la respiración.
—Traemos una comunicación oficial del Palacio Real —anunció la mujer—. En nombre de Su Majestad, el rey Lysandros Varyn.
Adriel se acercó de inmediato.
—¿Del rey? Debe haber algún error, mi sobrina no...
—No hay error, señor —replicó la mujer, manteniendo la compostura—. La señorita Morell ha sido seleccionada para participar en el Programa de Formación Real, de acuerdo con el Decreto del Corazón.
Eliana la observó sin entender.
—¿Seleccionada? Pero… yo no envié ninguna solicitud.
—La convocatoria incluía nominaciones de las delegaciones locales —explicó la funcionaria—. Su nombre fue recomendado por la dirección educativa de Lysmore por su desempeño académico y conducta ejemplar.
El silencio se apoderó de la habitación.
Eliana tomó el sobre con manos temblorosas, incapaz de pronunciar palabra.
La cera brillaba a la luz del sol matinal, perfecta, imponente.
—Dentro encontrará la carta de convocatoria —añadió la mujer—. El traslado a la capital está previsto dentro de siete días.
Un vehículo oficial pasará por usted. Todos los gastos correrán por cuenta de la Corona.
Adriel se cruzó de brazos.
—¿Y si no acepta?
La funcionaria sonrió apenas.
—Sería su decisión, por supuesto. Pero pocos en el reino rechazan una invitación del rey.
Con una reverencia discreta, se retiraron.
El sonido del motor alejándose fue lo único que rompió el silencio.
Eliana miró el sobre en sus manos, indecisa.
—Esto… no puede ser real.
—Cuando el poder llama, niña, pocas veces se equivoca de puerta —dijo Adriel con voz grave.
Eliana rompió el sello con cuidado.
Dentro, la carta llevaba la firma de la Secretaría Real de Asuntos Internos y un membrete dorado:
“Por orden de Su Majestad Lysandros Varyn, se convoca a la señorita Eliana Morell a presentarse en la Ciudad Real de Valtheria para formar parte del Programa de Formación Real.
Su conducta, méritos y reputación la califican como candidata digna.
El traslado y la estadía serán cubiertos por la Corona.”
Eliana leyó dos veces, como si las palabras pudieran cambiar.
Su tío la observaba, sin decir nada.
—No sé si esto es una oportunidad o una trampa —susurró ella.
Adriel apoyó su mano sobre la suya.
—Quizás sea las dos cosas. Pero si decides ir… hazlo sin miedo. El miedo es lo que el poder más disfruta.