Abigail
El reloj en la pared avanza con una calma que me desespera, cada tic-tac es como un recordatorio del desastre en el que estoy metida. Ayer enterré a mi padre, y hoy tengo que enfrentar las absurdas condiciones de su testamento. Casarme en menos de cinco horas o perder todo lo que me corresponde. Suena a un mal chiste, pero no lo es. Es mi realidad, y estoy atrapada en ella.
No puedo evitar pensar en él, mi padre. Siempre fue un hombre pragmático, incluso cruel, si era necesario. Tal vez pensó que esta cláusula era una manera de protegerme, de asegurar que mi vida tuviera una estructura o un propósito. Pero ¿cómo se supone que esto sea justo? ¿De dónde voy a sacar un esposo de la nada? Ni siquiera tengo novio. Mi última relación terminó hace años, y fue tan desastrosa que juré no volver a perder mi tiempo con alguien así.
Sin embargo, ahora no se trata de amor ni de romance. Se trata de supervivencia. Si no me caso hoy, todo —la casa de mi infancia, las empresas familiares, incluso los recuerdos tangibles de mi madre— pasará a manos de Nora y Grace, mi madrastra y su hija. Solo imaginar sus sonrisas victoriosas me revuelve el estómago. Sé lo que harán. Venderán todo, disfrutarán del dinero y destruirán cada rincón que alguna vez fue mío. No puedo dejar que eso suceda. No puedo.
Entonces, ¿qué hago? ¿Salgo a la calle y le propongo matrimonio al primer hombre que vea? Suena ridículo, pero tal vez no tanto como dejar que Nora se adueñe de mi vida. Mi mente gira, buscando soluciones, estrategias, un milagro. Tal vez pueda convencer a alguien de que esto es solo temporal, un acuerdo para cumplir con la cláusula y después podemos anularlo. Incluso eso requiere tiempo. Tiempo que no tengo.
Me levanto del sofá y empiezo a caminar por la habitación. Mi vestido negro todavía huele a la iglesia, al incienso del funeral. No he tenido ni un momento para llorar a mi padre como es debido, para enfrentar su ausencia. Todo se ha reducido a esta cláusula ridícula y a la sensación de que me dejó una última prueba, una última forma de controlarme incluso después de muerto.
Mi teléfono vibra en la mesa, y un correo de mi abogado me recuerda que la cuenta regresiva no se detiene. Cuatro horas y cuarenta y cinco minutos. Cada segundo que pasa me acerca más a perderlo todo. Estoy atrapada entre el enojo hacia mi padre y el miedo a fallarle. ¿Acaso esperaba que tuviera un plan perfecto para este momento? ¿O solo quería darme una lección?
Cierro los ojos, intentando calmar el caos en mi cabeza, pero la realidad es ineludible. Tengo que encontrar una solución, y rápido. No tengo otra opción. Mañana podría despertar sin nada, pero hoy… hoy aún tengo una oportunidad, por imposible que parezca.
La casa está más silenciosa de lo que debería, un eco constante de lo que alguna vez fue un hogar lleno de vida. Camino a la oficina de mi padre, aunque mi corazón late como un tambor de guerra. Sé que están aquí. No podrían perderse esta oportunidad de disfrutar mi aparente caída.
Están, cómodamente instaladas en los sillones de cuero que tanto adoraba mi padre. Grace está recostada con un vaso de vino en la mano, su sonrisa venenosa más evidente que nunca. Nora, por su parte, está de pie junto a la ventana, mirando como si ya estuviera tomando posesión de todo. Ambas voltean hacia mí cuando me detengo en la entrada.
—Vaya, pero si es la princesa destronada —se burla Grace, cruzando las piernas como si fuera la dueña del lugar. —¿Vienes a rendirte, Abigail? —mi querida hermanastra, pienso con desdén.
—¿Rendirme? —levanto una ceja, luchando por mantener la calma. —No sabía que había algo que ganar en este juego de serpientes. —Nora se da la vuelta lentamente, con esa expresión de superioridad que siempre lleva consigo.
—Oh, cariño, no es un juego. Es la realidad. Y en unas horas, será nuestra realidad. Tú, en cambio… bueno, espero que tengas un buen lugar debajo de algún puente. Las calles pueden ser crueles con alguien tan… delicado como tú. —Grace estalla en una risa aguda, chocando su copa con la mesa.
—Ay, mamá, no seas tan dura. Quizás alguien le dé una limosna para que no se muera de hambre. Aunque, quién sabe, con lo inútil que es, tal vez ni eso. —¿Inútil?, si yo soy la que tiene un título universitario y no ella.
—¿Terminar en la calle? —repito, cruzándome de brazos mientras las miro a ambas. —No sabía que estaban tan desesperadas por proyectar sus propios destinos. —Nora frunce el ceño, pero Grace solo ríe más fuerte.
—¿Y de qué estás hablando, Abigail? En unas horas perderás todo. Esta casa, las empresas, todo el dinero. ¿De verdad crees que alguien va a casarse contigo para salvarte? No eres tan especial. —escupe con asco.
—Eso lo veremos —respondo con firmeza, dando un paso hacia adelante. —Pero lo que sí sé es que ustedes no tienen cabida aquí. —señalo el piso con mi dedos. —Mi padre pudo haber sido ciego al permitirles quedarse tanto tiempo, pero créanme, no pienso cometer el mismo error. —Nora se cruza de brazos, intentando intimidarme.
—Eres tan ingenua, Abigail. Creer que puedes enfrentarte a nosotras… ¿Con qué? ¿Con tu orgullo? Eso no vale nada. Esta casa será nuestra, y tú serás nada más que un recuerdo patético. —siento cómo mi rabia se transforma en algo frío y letal.
—Pueden reírse ahora, disfrutar de su teatro mientras les dure. Pero les aseguro algo: en cuanto cumpla con esa cláusula, las dos serán las que terminen empacando sus cosas y largándose. —dejan de reír. —Porque esta casa no les pertenece. Y jamás lo hará. —se ven entre ellas con nerviosismo.
El silencio que sigue es pesado. Grace deja su copa en la mesa con un golpe, y Nora me lanza una mirada que podría matar. Pero no retrocedo. Ellas piensan que ya ganaron, solo que no saben que yo nunca me doy por vencida.
(...)
La puerta de la casa se cierra de golpe tras de mí, sofocando las risas y las burlas de Grace y Nora. Suena como un eco en mi cabeza, repitiéndose una y otra vez, perforando mi paciencia. La rabia me consume, pero sé que quedarme no cambiará nada. Necesito un plan, una solución. Algo que me salve de esta pesadilla.
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Editado: 19.11.2024