Abigail
La puerta de la casa se cierra tras nosotros con un sonido seco que resuena en el aire cargado. Estoy empapada, el vestido negro adherido a mi piel, y las gotas de lluvia todavía gotean de mi cabello. En mi mano sostengo el acta de matrimonio, ese pedazo de papel que, aunque insignificante a simple vista, tiene el poder de cambiarlo todo. Benjamin camina a mi lado, con la misma calma inmutable que ha mantenido desde el momento en que aceptó esta locura.
Lo observo de reojo mientras avanzamos por el vestíbulo. Su andar es seguro, casi despreocupado, y sus ojos no se desvían ni una sola vez hacia los detalles de la casa. Es extraño. Un hombre como él —con esa apariencia de vagabundo, con ropa vieja y gastada— debería, al menos, mostrar alguna reacción ante la opulencia que lo rodea. Las columnas de mármol, el candelabro de cristal, los retratos imponentes que decoran las paredes… todo parece pasarle desapercibido. Su indiferencia me intriga más de lo que debería.
No dice nada mientras cruzamos el pasillo hacia la oficina de mi padre. La tensión en mi pecho crece con cada paso. Sé lo que nos espera al otro lado de esa puerta: miradas de desdén, palabras cargadas de veneno y, probablemente, gritos de indignación. Pero no me importa. Ya no puedo dar marcha atrás.
Cuando abrimos la puerta, el ambiente en la oficina es tal como lo imaginaba. Nora y Grace están sentadas en los sillones de cuero, con expresiones de absoluta superioridad. El abogado de mi familia está de pie junto al juez, ambos revisando papeles. La conversación se detiene en cuanto Benjamin y yo entramos. Todas las miradas se clavan en nosotros, o más específicamente, en él.
El asombro inicial se mezcla rápidamente con el desdén. Los ojos de Grace se entrecierran, evaluando a Benjamin de pies a cabeza, como si estuviera viendo algo repugnante. Nora, en cambio, ni siquiera intenta ocultar su desprecio. Sus labios se curvan en una sonrisa burlona, casi triunfante, como si ya estuviera buscando la manera de humillarme.
Benjamin, por su parte, no muestra ninguna reacción. Su rostro permanece impasible, sus ojos fríos como el acero. Da un paso al lado, permitiéndome avanzar hacia el juez, mientras él se queda ligeramente detrás de mí, como un espectador silencioso.
Me acerco al juez y extiendo el acta de matrimonio sin una palabra. El papel mojado aún conserva algunas gotas de agua, pero la tinta sigue intacta. El juez lo toma con cuidado, revisándolo en silencio. La habitación queda sumida en un mutismo absoluto. Incluso Nora y Grace, que siempre tienen algo que decir, permanecen en silencio, sus rostros enrojecidos por la rabia contenida.
La tensión en el aire es casi palpable, una cuerda tirante a punto de romperse. No necesito mirar a Benjamin para saber que está observando todo con atención, analizando cada reacción. Y aunque no puedo verlo, sé que su presencia está dejando una huella imborrable en este momento.
El juez sostiene el acta de matrimonio con una sonrisa aprobatoria, como si este fuera un momento feliz y no una escena sacada de un drama de tercera categoría. Sus palabras son firmes, pero ceremoniosas, como si esto fuera cualquier trámite rutinario.
—Felicidades, señor y señora Murphy. —hace una pausa, mirándonos a Benjamin y a mí. "Murphy" suena tan extraño llevar el apellido de un hombre que acabo de conocer. —Les deseo lo mejor en esta nueva etapa de sus vidas.
Siento que mi rostro arde ante la ironía. Nueva etapa, como si esto fuera algo planeado o deseado. Miro de reojo a Benjamin, que permanece inmóvil, con esa expresión fría e impenetrable que no puedo descifrar. El abogado, en cambio, lo observa con un interés casi perturbador, como si intentara conectar piezas invisibles de un rompecabezas.
El juez deja el papel sobre el escritorio y prosigue, su tono adquiriendo un matiz más formal.
—Dicho esto, según lo estipulado en el testamento, la herencia le pertenece en su totalidad, señora Murphy. El trámite queda formalizado…
—¡Esto es una farsa! —la voz de Nora retumba en la habitación, interrumpiendo al juez. Se pone de pie de golpe, con el rostro desencajado por la furia. —¡No puedes aprobar esto! Es evidente que esta unión no es real. ¡Abigail solo se casó para quedarse con el dinero!
Su acusación cae como una piedra en el silencio tenso de la habitación. Aprieto los puños, conteniéndome mientras mi mente vuela. Qué ironía, pienso. Nora, quien habría hecho cualquier cosa por quedarse con la fortuna de mi padre, acusándome de lo mismo. ¿No es eso precisamente lo que ella y Grace intentaron desde que mi padre murió? Dejo mis pensamientos a un lado; no puedo permitir que su veneno se salga con la suya.
—Cállate, Nora —gruño con voz firme, aunque mi corazón late con fuerza. —No vuelvas a llamarlo vagabundo. Si alguien aquí encaja en esa descripción, eres tú y tu hija. Porque ahora no tienen ni un centavo ni un lugar donde vivir.
Nora abre la boca, probablemente para gritar algo más, pero la voz de Grace la reemplaza antes de que pueda hacerlo.
—¡Tú…! —Grace, roja de furia, se lanza hacia mí, levantando la mano con la clara intención de abofetearme.
No me muevo. No por valentía, sino porque no tengo tiempo de reaccionar. Antes de que la mano de Grace me alcance, Benjamin se interpone entre las dos. Con un movimiento rápido y contundente, sujeta la muñeca de Grace en el aire, deteniendo su golpe con una fuerza que la hace retroceder.
—No vuelvas a tocar a mi esposa. —la voz de Benjamin es baja, hay algo en su tono, algo frío y peligroso, que hace que la habitación entera se quede en silencio.
Grace intenta liberarse de su agarre, pero él no la suelta de inmediato. Su mirada es un abismo oscuro de desprecio, una advertencia sin palabras. Finalmente, deja ir su mano con un movimiento brusco, como si el solo contacto con ella lo repugnará.
Grace retrocede, sosteniéndose la muñeca, mientras Nora lanza una mirada cargada de odio hacia Benjamin y a mí. No dice nada más. Sabe que ha perdido.
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Editado: 19.11.2024