Bajo el Hechizo del Destino

Eres mi esposa

Benjamin

La música ensordece mis pensamientos mientras entro en la discoteca junto a Callum. El ambiente está cargado, las luces parpadeantes cruzan el espacio en colores que hieren mis ojos, y el olor a perfume, alcohol y cuerpos sudados invade el aire. Me esfuerzo por mantener una expresión neutral, ya me arrepiento de haber accedido a venir. Después de la cena, Callum insistió en que nos desviáramos aquí. "Relájate un poco", dijo. La verdad es que no quiero volver a casa.

Abigail está allí. La sola idea de enfrentarla otra vez me consume. Es una tentación que no me puedo permitir. Abigail no es solo hermosa; es una combinación peligrosa de sensualidad y tranquilidad que me desarma. Cada gesto, cada mirada suya, me empuja hacia un abismo que no puedo permitirme explorar.

Es mi esposa, solo que no en el sentido real de la palabra. Este matrimonio improvisado, que se suponía que duraría unos días, terminó siendo un año completo. Un año atado a alguien que no debería significar nada para mí; sin embargo, que se ha convertido en una presencia constante y perturbadora. Estoy arrepentido de haber aceptado casarme con ella, aunque lo niegue incluso ante mí mismo. Cada vez que la veo, cada vez que su perfume inunda los pasillos de la casa, me siento como si estuviera traicionando a alguien más.

Esa mujer… la mujer que amo. La que solo estuvo en mi vida una noche y desapareció como un sueño que se esfuma al amanecer. Ni siquiera vi su rostro, y aun así, cada parte de mí le pertenece. Llevo años buscándola, años preguntándome si fue real o una ilusión que mi mente creó para llenar un vacío. Ahora, estar casado con Abigail solo intensifica ese conflicto. No sé cómo explicárselo a nadie sin parecer un loco.

Nos sentamos en una de las mesas más apartadas que encontramos. Callum, siempre despreocupado, pide algo de beber mientras yo me recuesto en el asiento, intentando ignorar el dolor de cabeza que me provocan las luces estroboscópicas. La discoteca está repleta, los cuerpos se mueven al ritmo frenético de la música, y las risas y gritos se mezclan con los bajos retumbantes.

Para Abigail debe ser fácil vivir conmigo. Soy prácticamente un fantasma en esa casa, alguien que evita las conversaciones y pasa más tiempo fuera que dentro. Para mí, no es nada fácil. Ella no lo hace más sencillo con su actitud. Es tranquila, sí, pero tiene una maña que me saca de quicio: ignora todo lo que digo. No es que me responda con sarcasmo o desafíe abiertamente mis palabras. No. Simplemente, me ignora. Hace lo que quiere, como si yo no estuviera allí.

Y hoy, con ese comentario que ella jura no fue un reclamo… no sé. Tal vez tenga razón. Tal vez no me reclamó directamente. Para mí lo fue. Que salga cada noche es mi manera de evitarla, de evitar esta atracción que siento y que no debería estar ahí. Parece que ella lo nota. O, peor aún, le importa.

Callum me dice algo que no escucho, perdido en mis pensamientos. Mi amigo es un tipo leal, siempre dispuesto a distraerme, incluso él no entiende lo que realmente me pasa. ¿Cómo podría? Estoy casado con una mujer que me provoca en todos los sentidos equivocados mientras mi corazón sigue atrapado en el recuerdo de alguien a quien nunca conocerá.

La música sube de volumen, y cierro los ojos un instante, intentando calmar la pulsión que siento de levantarme y marcharme. Tal vez debí quedarme en casa, la verdad es que no confío en mí mismo cuando estoy cerca de Abigail. Cada noche que paso lejos es un recordatorio de por qué hice este trato: por conveniencia, no por emoción. Aunque últimamente, nada en esta situación me parece conveniente.

El vaso de whisky que Callum pone frente a mí no me anima. Bebo un trago, esperando que el alcohol calme mis pensamientos, pero sé que es inútil. La discoteca, el ruido, todo esto es solo una distracción temporal. En el fondo, todo me lleva de regreso al mismo punto: a ella. Abigail. La mujer que no quiero y que no puedo ignorar.

La música sigue retumbando, y trato de centrarme en mi vaso de whisky, pero mis pensamientos vuelven a Abigail como un imán. Estoy inmerso en mi frustración cuando Callum me saca de mi trance con una sonrisa pícara.

—Esas mujeres son algo más —dice, señalando hacia la barra. Su tono es despreocupado, típico de él cuando encuentra algo que le interesa. —La de vestido negro tiene una picardía en los ojos que quiero conocer. Y ni hablemos de su cuerpo, sexy como el infierno. Pero la de rojo… —hace una pausa, silbando bajo. —Esa es una bomba, Benjamin. Absolutamente espectacular.

Levanto la mirada con poco interés, siguiendo la dirección de su sonrisa. Cuando veo a las mujeres, mi corazón se detiene un segundo. La de vestido negro es hermosa, no cabe duda, pero no la conozco. La de vestido rojo, sin embargo… un gruñido gutural se escapa de mis labios antes de que pueda contenerlo. Es Abigail.

—Esa bomba sexy es mi esposa —gruño, girándome hacia Callum con una mirada que podría partir en dos a un hombre menos acostumbrado a mi temperamento. —Así que quita los ojos de ella, ahora. —Callum parpadea, sorprendido, y luego levanta las manos en señal de rendición, aunque una sonrisa divertida cruza su rostro.

—¿Tu esposa? —murmura, claramente impresionado. —Vaya, nunca pensé que tendrías tan buen gusto. —sonríe, divertido.

No respondo, porque en ese momento mi atención vuelve a la barra. Abigail está ahí, luciendo ese vestido rojo de lentejuelas que no deja nada a la imaginación. Su cabello cae en cascadas suaves sobre sus hombros, y sus tacones negros alargan sus piernas de una manera que me hace maldecir para mis adentros. Pero no es solo su apariencia lo que me desarma; es la manera en que me mira. Sus ojos se encuentran con los míos, y en ellos hay reproche, un juicio silencioso que corta como un cuchillo. No necesito escucharla para saber lo que está pensando: "¿No tenías una cena, Benjamin?"

»Creo que tienes problemas, amigo. Tu esposa te va a mandar al sofá esta noche. Y con razón. Seguro que le dijiste que estarías en una reunión importante. —Callum, que no deja pasar nada, se ríe bajo.




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