Abigail
Dejo a Benjamin atrás, sin mirar atrás, y camino directamente hacia Tracy, que está conversando animadamente con Callum. Ella me ve venir, y su sonrisa se ensancha, no le doy tiempo para decir nada. La tomo de la mano y la arrastro hacia la pista de baile, ignorando las miradas de Benjamin que siento quemándome la espalda.
La música vibra en el aire, un ritmo sensual que invita a perderse. Nos posicionamos en el centro de la pista, rodeadas de hombres y mujeres que se mueven al compás de los bajos retumbantes. Tracy comienza a bailar, y yo la sigo, dejando que mi cuerpo se deje llevar por la música. Nuestros movimientos son fluidos, sensuales, diseñados para atraer miradas. Y lo logramos. Siento cómo los ojos de los hombres a nuestro alrededor se posan en nosotras, admirando cada giro y cada balanceo de nuestras caderas.
Tracy ríe, acercándose a mí para que pueda escucharla por encima del ruido.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué actúas como si te diera igual todo? —pregunta, divertida pero curiosa.
—Mi esposo me dio carta libre —respondo con una sonrisa irónica, dejando que mi cuerpo se mueva aún más provocativamente. —Así que esta noche voy a encontrar a un hombre que me lleve a la cama. —Tracy abre los ojos como platos, sorprendida.
—¿Estás segura de lo que haces? Porque Benjamin está mirándote, y te juro que su rostro está rojo de celos. —enarco una de mis cejas con diversión.
Río, aunque su comentario hace que gire un poco la cabeza para confirmar sus palabras. Benjamin está de pie al borde de la pista, y su rostro está efectivamente rojo, desde el cuello hasta las mejillas. Pero no son celos. Lo sé. A él no le gusta que lo desafíen, y menos en público. Es un hombre acostumbrado a controlar todo, y mi actitud ahora debe estar sacándolo de sus casillas. Es un huraño al que le irrita cualquier negativa. Ese pensamiento me divierte aún más.
—No son celos —replico, moviéndome aún más cerca de Tracy. —Odia que le lleven la contraria. Solo eso. —ella no parece muy convencida con lo que digo.
Seguimos bailando, nuestros cuerpos rozándose en un movimiento sincronizado que atrae aún más miradas. Entonces, aparecen dos hombres. Uno castaño y de sonrisa confiada se acerca a Tracy, rodeando su cintura con las manos. El otro, un rubio alto, hace lo mismo conmigo, posicionándose detrás de mí. Siento sus manos en mi cintura y su pelvis presionando suavemente contra mí mientras seguimos el ritmo de la música.
Por un momento, me permito disfrutar del momento. Bailo con él, dejando que el mundo desaparezca. Pero el momento dura poco. De repente, el hombre detrás de mí pierde el equilibrio y cae al suelo. Me giro bruscamente, confundida, y lo veo en el piso con la nariz ensangrentada, claramente aturdido. Frente a él, está Benjamin.
Está respirando con dificultad, sus ojos ardiendo con una furia que nunca había visto antes. El hombre en el suelo intenta levantarse, solo que Benjamin no le da la oportunidad, avanzando un paso más como si estuviera a punto de golpearlo de nuevo.
Lo empujo con fuerza, obligándolo a retroceder.
»¿Te volviste loco? —le grito, mi voz cortando a través del ruido de la música.
Benjamin no responde de inmediato. Sus ojos se encuentran con los míos, y por un momento, veo algo más allá de la rabia. Algo que no logro descifrar. Pero la tensión entre nosotros es insoportable, y sé que esto no terminará bien. La pista de baile se ha detenido, y todas las miradas están sobre nosotros. Ahora mismo, no me importa. Todo lo que quiero es entender por qué demonios mi esposo, que me dijo que podía hacer lo que quisiera, decidió arruinar mi noche de esta manera.
Benjamin corta la distancia entre nosotros en un par de pasos largos, sus ojos ardiendo con algo que no logro descifrar. Se detiene frente a mí, su mirada fija en la mía mientras sus labios se curvan en una expresión peligrosa.
—Nadie toca a mi mujer —gruñe con voz grave y firme.
Sus palabras me dejan perpleja. Por un momento, el ruido de la discoteca parece apagarse, y solo puedo escuchar mi propia respiración. No obstante, no me quedo callada por mucho tiempo. La rabia hierve en mi pecho, y no tardo en replicar.
—¿Ahora soy tu mujer? —espetó, cruzando los brazos. —Llevas una semana entera saliendo "a reuniones", y resulta que eran discotecas. ¿Con quién te revolcabas mientras yo estaba sola en casa, Benjamin? —mi respiración se acelera, y puedo sentir el calor subiendo a mis mejillas. Estoy furiosa, tanto que mi voz tiembla.
Benjamin, en lugar de responderme, sonríe. Una sonrisa divertida que solo aviva mi enojo. Da un paso hacia mí, y antes de que pueda reaccionar, se agacha y me toma de las piernas, alzándome con facilidad.
»¡Benjamin! —grito, completamente anonadada. —¡Bájame ahora mismo! —ordeno.
—Nos vamos a casa. —habla con calma, dirigiéndose a Tracy mientras me acomoda sobre su hombro como si fuera un saco de papas.
Tracy, con la boca abierta, solo asiente. Parece tan desconcertada como yo, no dice nada. Mientras tanto, yo no dejo de vociferar.
—¡Eres un idiota! ¡Un cavernícola! ¡Un imbécil arrogante! ¡Maldito controlador! —grito, golpeando su espalda y su trasero con la poca fuerza que puedo reunir desde mi incómoda posición.
—Eso no me hace daño, Abigail. —Benjamin, sin inmutarse, responde con una tranquilidad que me enfurece aún más.
La gente en la discoteca se aparta a nuestro paso, sus miradas fijas en nosotros mientras Benjamin me lleva hacia la salida. Puedo sentir mi rostro arder, tanto de la rabia como de la vergüenza. Entonces, de repente, un pensamiento aterrador cruza mi mente.
—¡Benjamin, detente! —gruño, moviéndome desesperada sobre su hombro. —¡No llevo ropa interior! ¿Eres consciente de que todo el mundo está viendo mis partes íntimas? —se detiene por un segundo, y luego su voz llega, baja pero cargada de reproche.
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Editado: 21.12.2024