Bajo el Hechizo del Destino

No busco un hijo para que me ames

Benjamin

Entramos en casa, el sonido de nuestros pasos llenando el silencio incómodo que ha reinado desde el auto. Abigail camina delante de mí, sus movimientos tensos, cargados de frustración. Cierro la puerta tras nosotros con un golpe seco, mi paciencia al borde del límite. Todo el trayecto fue una discusión unilateral, ella lanzándome preguntas y reproches, mientras yo me mantenía en un silencio deliberado.

—¿Por qué me besaste, Benjamin? —vuelve a preguntar, girándose para mirarme. Sus ojos están llenos de indignación y algo más, algo que no logro descifrar.

Suelto un suspiro cansado, frotándome el puente de la nariz antes de responder.

—Porque eres mi esposa, Abigail. —levanto la mirada, enfrentándola con calma. —Y puedo besarte cuantas veces quiera.

Ella parpadea, claramente perpleja por mi respuesta. Su expresión oscila entre la incredulidad y el enojo, pero antes de que pueda lanzar otro reproche, empiezo a caminar hacia ella. Cada paso que doy reduce el espacio entre nosotros, y puedo ver cómo su respiración se acelera.

Cuando estoy lo suficientemente cerca, levanto mis manos y las apoyo en la pared a ambos lados de su cabeza, atrapándola. Mi cuerpo está lo suficientemente cerca como para que sienta mi calor, pero no tanto como para tocarla. Sus ojos se elevan hacia los míos, y en ellos veo una mezcla de desafío y algo que podría ser miedo… o anticipación.

»Y lo haré de nuevo —susurro, mi voz baja y cargada de intención. Mis labios están peligrosamente cerca de los suyos, casi rozándolos. —Hasta conseguir lo que quiero. —traga en seco, sus ojos buscando los míos, intentando descifrarme.

—¿Qué cosa? —pregunta, su voz apenas un murmullo.

—Mi luna de miel. —mis palabras son un arma cargada, y antes de que pueda reaccionar, cierro la distancia que queda entre nosotros.

Mis labios capturan los suyos en un beso que no tiene nada de suave o comedido. Es un choque de fuego y furia, de deseo contenido que se desborda sin control. Mis manos abandonan la pared y se posan en su cintura, atrayéndola hacia mí con fuerza. Su cuerpo se ajusta al mío como si siempre hubiera pertenecido allí, y siento cómo mi control se desmorona con cada segundo que pasa.

El beso es una lucha por el dominio, no cedo terreno. Mis labios se mueven sobre los suyos con una intensidad que no puedo reprimir, explorándola, reclamándola. Mis dedos se aferran a su cintura, presionándola más contra mí, mientras el mundo exterior desaparece por completo.

Ella responde, primero con duda, luego con una pasión igual de feroz. Sus manos suben por mi pecho, aferrándose a mi camisa como si necesitara algo a lo que aferrarse mientras la arrastro al abismo conmigo. Su boca es cálida, suave, y el sabor de ella me intoxica, encendiendo un fuego que amenaza con consumirnos a ambos.

Cuando finalmente me separo, ambos estamos respirando con dificultad, como si hubiéramos corrido una maratón. Mi frente se apoya contra la suya, mis ojos aún cerrados mientras trato de recuperar el control que ella, sin saberlo, desmorona con cada segundo que pasa.

—Esto no ha terminado, Abigail —murmuro, mi voz todavía cargada de deseo. —Ni siquiera ha comenzado.

Abro los ojos y la miro, viendo el rubor en sus mejillas y la confusión en su mirada. Sé que estoy jugando con fuego, pero ahora mismo, no me importa.

Mis manos se deslizan hasta sus muslos, atrapándola con firmeza, y antes de que pueda procesarlo, la levanto en el aire. Ella lanza un suave jadeo que se pierde entre nuestros labios. No rompo el contacto; no podría, ni aunque lo intentara. Sus piernas se aferran instintivamente a mi cintura, y yo aprovecho esa conexión para sostenerla aún más cerca de mi cuerpo. El calor que irradia su piel traspasa la tela de mi camisa, encendiendo cada fibra de mi ser.

Camino hacia las escaleras, mis pasos firmes aunque mis ojos están cerrados, enfocados únicamente en la suavidad de sus labios y en la manera en que responden a los míos. El aire a nuestro alrededor parece cargado, pesado, como si el mundo contuviera la respiración. Abigail se aferra a mis hombros, sus dedos hundiéndose en mi camisa, marcándome con su necesidad. La pasión en sus movimientos me impulsa a seguir, a ignorar todo excepto el deseo que arde entre nosotros.

Subo los peldaños sin vacilar, mi cuerpo guiado por un instinto primitivo que no necesita ver para saber adónde ir. Cada paso nos acerca más, no solo al dormitorio, sino a algo que sé que cambiará lo que sea que tenemos, aunque no estoy seguro de qué es eso todavía. El roce de su cuerpo contra el mío hace que mi control se resquebraje poco a poco, y el beso se vuelve más intenso, más desesperado.

Llegamos al dormitorio. Mi dormitorio. La puerta se abre con un ligero empujón, y sin dejar de besarla, camino hasta la cama. La deposito con cuidado sobre las sábanas, solo que no dejo de explorar sus labios, su cuello, esa piel que parece hecha para mis manos. Mi peso la cubre parcialmente, mi cuerpo inclinándose sobre el suyo mientras nuestras respiraciones se mezclan en un ritmo frenético.

Me detengo por un segundo, lo suficiente como para mirarla a los ojos. Necesito saber si esto es lo que quiere, si está dispuesta a cruzar esta línea conmigo. La encuentro despeinada, con el cabello enredado en suaves ondas alrededor de su rostro. Sus mejillas están enrojecidas, su pecho sube y baja rápidamente, y su vestido se ha subido hasta sus muslos. Es una visión tan sensual que tengo que contener un gruñido. No dice nada, no necesita hacerlo. En su mirada hay deseo, y eso es todo lo que necesito para continuar.

La beso de nuevo, más profundamente, dejando que toda la frustración y el anhelo que he reprimido se derramen en cada movimiento. Mis manos exploran su cuerpo, memorizando cada curva, cada respuesta qué logro arrancarle. Siento sus uñas arañando ligeramente mi espalda, dejando rastros de su propio deseo, y eso solo aviva las llamas dentro de mí.




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