Bajo el manto de la tormenta

Mareas del pasado.

El olor del café recién hecho llenaba la cocina, mezclándose con el aroma húmedo que entraba por la ventana abierta. La brisa traía consigo el murmullo del mar, un sonido constante que se colaba en cada rincón de la casa, como si el pueblo mismo quisiera recordarle a Sofía que no había escapatoria.

Se sentó en la mesa, intentando relajarse, pero sus manos seguían frías a pesar de que la taza de cerámica estaba caliente. Frente a ella, Dereck se había acomodado en una silla, con la espalda ligeramente recostada y los brazos cruzados. Sus dedos tamborileaban sobre la madera, un gesto familiar que a Sofía le despertó un recuerdo punzante: noches en las que él esperaba en silencio que ella hablara primero, como si las palabras fueran un campo minado que ambos debían atravesar con cuidado.

- La librería sigue en pie, entonces - dijo Sofía finalmente, buscando un punto neutro para empezar.

- Contra viento y marea - respondió él, sin apartar la mirada de ella.- No todos sentimos la necesidad de huir.

El comentario le cayó como un golpe seco. Sofía apretó la taza con fuerza, sintiendo cómo el calor se le filtraba por los dedos hasta casi dolerle. Vera, que servía café en silencio, se detuvo por un segundo, como si hubiera percibido el filo de esas palabras, pero no intervino.

- No todos pueden quedarse - replicó Sofía, en un tono más bajo del que pretendía.

Se hizo un silencio incómodo. El pitido agudo de la cafetera rompió el momento, y Vera aprovechó para llenar la tercera taza y colocarla frente a Dereck, que la aceptó con un gesto breve.

- Supongo que tienes razón - dijo él, aunque en su voz no había rastro de aprobación, solo una pausa calculada. Dio un sorbo al café y se levantó.- Debo abrir la librería.

Su mirada se cruzó con la de Sofía, y en ella había un destello extraño: algo entre reproche y nostalgia. Luego se giró y salió, dejando la puerta abierta para que el aire frío entrara como una ráfaga.

Sofía lo siguió con la vista hasta que desapareció calle abajo.

- No lo veía así desde que… - empezó a decir Vera, pero se detuvo, como si hubiera abierto una compuerta por error.

- Desde que qué, mamá.

Vera dejó la cuchara sobre el platillo, con un pequeño tintineo.

- Desde que te fuiste - respondió sin mirarla.- Nunca pregunté por qué… y supongo que no me corresponde. Pero él… él lo sintió más de lo que imaginas.

Sofía apartó la vista. El nudo en su garganta amenazaba con cerrarle la voz, así que se limitó a terminar el café en silencio.

///

Esa tarde, el pueblo se veía cubierto por un cielo gris que anunciaba lluvia. Sofía decidió caminar por el malecón, intentando estirar las piernas y, con suerte, despejar la mente. Las gaviotas volaban bajo, graznando sobre las olas, y las barcas amarradas en el pequeño muelle se mecían con un ritmo hipnótico. El aire salado le secaba los labios y le enredaba el cabello, pero había algo en esa incomodidad que se sentía familiar, casi acogedor.

Al llegar a la calle principal, el escaparate de la librería de Dereck apareció ante ella, como un recuerdo que se materializaba. Los marcos de madera seguían pintados del mismo azul desgastado, y en la vitrina había pilas de libros antiguos, algunos con las cubiertas amarillentas.

Lo vio dentro, acomodando un montón de ejemplares con cuidado meticuloso. Sus manos se movían como si cada libro fuera un objeto valioso. En su rostro había una calma distinta, más suave que la que mostraba esa mañana en la cocina.

Sofía se quedó mirándolo sin darse cuenta, hasta que él levantó la vista y sus miradas se encontraron. No sonrió, pero tampoco apartó los ojos. Hubo un instante de reconocimiento silencioso, un cruce de emociones que no necesitaron palabras. Entonces, Dereck hizo un leve gesto con la cabeza, invitándola a entrar.

Ella vaciló unos segundos, como si dar ese paso pudiera alterar algo más profundo que una simple visita a una librería. Pero al final, la puerta se abrió con un suave tintineo de campana, y Sofía cruzó el umbral.

Dentro, el aire estaba impregnado con el olor a papel viejo y madera encerada. La luz entraba tamizada por los cristales, creando un ambiente cálido que contrastaba con el viento frío del exterior. Dereck estaba detrás del mostrador, observándola con una mezcla de curiosidad y cautela.

- ¿Vienes a buscar algo en particular? - preguntó él, apoyando las manos sobre la madera pulida.

- Solo… quería ver la librería - respondió Sofía, paseando la vista por los estantes.- Está igual que antes.

- Algunas cosas no cambian - dijo él.- Otras… no sobreviven. No supo si hablaba de los libros, del pueblo… o de ellos.

Mientras caminaba por los pasillos, sus dedos rozaban los lomos de los ejemplares, como si fueran una línea de tiempo. Recordó las tardes que pasaban allí, sentados en el suelo, leyendo en voz alta, inventando finales alternativos para las novelas. Sintió una punzada en el pecho.

Cuando volvió al mostrador, Dereck tenía en la mano un libro de tapas verdes.

- Lo dejaste aquí - dijo, extendiéndoselo.

Sofía lo tomó con cuidado, reconociendo el ejemplar de inmediato. Era un poemario que él le había regalado cuando cumplió dieciocho. Entre las páginas, todavía estaba el tiquete de tren que nunca llegó a usar.

Levantó la vista, pero Dereck ya estaba mirando hacia otra parte.




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