Bajo el manto de la tormenta

Sombras en el muelle.

La tormenta había cedido, pero el aire aún estaba saturado de sal y humedad. El pueblo parecía dormido, salvo por el rumor constante de las olas golpeando contra el muelle. Sofía había salido sin pensarlo demasiado, buscando un poco de aire fresco para calmar la presión que le atenazaba el pecho desde la conversación con su madre.

Llevaba el libro viejo bajo el brazo, aquel que había encontrado en la maleta, como si fuera un talismán que la protegía de algo que no podía nombrar. Caminó por la orilla del muelle, mirando el vaivén del agua oscura.

—De todas las horas que podías escoger para pasear, tenías que elegir esta —dijo una voz grave a su espalda.

Sofía giró bruscamente. Dereck estaba allí, de pie, con las manos en los bolsillos y el cabello aún húmedo. La farola más cercana proyectaba una sombra alargada detrás de él.

—¿Me seguiste? —preguntó, con un tono más defensivo del que había planeado.

—No eres tan difícil de encontrar. El pueblo es pequeño… y el muelle siempre fue tu lugar cuando querías pensar —contestó, acercándose un par de pasos.

Sofía apretó el libro contra su pecho.

—No sabía que aún recordabas esas cosas.

—Recuerdo más de lo que crees —replicó él, sin apartarle la mirada—. Pero no vine para hablar del pasado.

—¿Entonces para qué? —su voz se quebró un poco, aunque intentó disimularlo con una sonrisa forzada.

Dereck dudó unos segundos. La brisa fría les movía el cabello y traía consigo el aroma de madera húmeda.

—Vi a tu madre esta tarde. Dijo que estabas… diferente.

Sofía se encogió de hombros.

—No sé qué esperaba encontrar después de tanto tiempo.

Dereck dio un paso más hacia ella, acortando la distancia.

—No eres la única que cambió, Sofía.

La tensión flotaba entre ambos. El sonido del agua golpeando las maderas se mezclaba con un silencio cargado de cosas que no se atrevían a decir. Ella rompió la quietud.

—Encontré algo —dijo, extendiéndole el libro. Dereck lo tomó con cautela, hojeando hasta que un tiquete de tren amarillento cayó al suelo. Se agachó para recogerlo. Lo sostuvo entre los dedos, observando la fecha impresa.

—Esto… —murmuró—. No sabía que lo habías guardado.

—Yo tampoco recordaba tenerlo. Estaba en la maleta… junto con otras cosas —su mirada se clavó en él—. ¿Por qué nunca subiste a ese tren?

Dereck inspiró profundamente, como si la respuesta fuera un ancla demasiado pesada.

—No era el momento —respondió al fin, pero en sus ojos había algo más, una verdad que todavía se negaba a soltar.

—¿No era el momento, o no querías? —insistió ella, dando un paso hacia él.

Dereck apartó la vista hacia el mar.

—No siempre lo que queremos es lo que podemos hacer.

Sofía sintió que algo en su interior se apretaba. Esa frase era demasiado ambigua para ser una respuesta real.

El sonido de pasos en el muelle interrumpió la tensión. Una silueta se acercaba desde el extremo opuesto, moviéndose con determinación. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Sofía reconoció el rostro.

—¿Liam? —susurró, sorprendida.

Dereck frunció el ceño, evaluando al recién llegado.

—No sabía que seguías en el pueblo —dijo Liam, ignorando a Dereck y mirando directamente a Sofía—. Tenemos que hablar.

Sofía tragó saliva. El aire, antes frío, se sintió más pesado que nunca.

Dereck dio un paso hacia Liam, como colocándose entre ambos.

—Si tienes algo que decir, dilo aquí.

Liam sonrió, pero no era una sonrisa amable.

—No creo que quieras que lo escuche.

El silencio volvió, esta vez más afilado que un cuchillo. Sofía sintió que lo que fuera que Liam iba a decir podía cambiarlo todo… otra vez.




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