Bajo el manto de la tormenta

Pasos en la oscuridad.

El silencio del muelle estaba roto solo por el golpeteo del agua contra los pilotes y el leve chasquido de las cuerdas que sujetaban las embarcaciones. Sofía pensó que ya nada podía ponerla más nerviosa… hasta que escuchó el eco de los pasos.

No eran pasos rápidos ni torpes. Eran pausados, medidos, como si cada uno fuera una advertencia.

Liam, que estaba agachado revisando la caja, se incorporó de golpe y levantó una mano para que los demás guardaran silencio. Dereck dejó de mover la pierna —un tic nervioso que siempre tenía— y Sofía sintió cómo el aire se volvía más denso.

—Muévete, pero despacio —le susurró Liam, sin mirarla, mientras sus ojos escaneaban la oscuridad del pasillo que conectaba el muelle con la calle.

Sofía no tuvo que preguntar de qué hablaba. También lo escuchaba: crac… crac… crac. El sonido de la madera húmeda bajo un peso humano.

Dereck metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo algo que reflejó la poca luz de la farola más cercana. Una navaja pequeña, desgastada, pero con una hoja afilada.

—¿De verdad? —murmuró Sofía, más para liberar tensión que esperando una respuesta.

—No voy a quedarme mirando si nos intentan quitar esto —respondió, con una media sonrisa que no le llegó a los ojos.

Los pasos se detuvieron. Un silencio extraño, pesado, se apoderó del muelle. Entonces, una figura emergió desde la sombra de un bote varado. Alta, cubierta por un impermeable negro empapado y capucha baja sobre el rostro.

—Deben entregarme eso —dijo una voz grave, señalando la caja que Dereck sostenía—. Ahora.

La forma en que habló, sin titubeos, hizo que Sofía sintiera un escalofrío en la nuca.

—¿Quién eres? —preguntó Liam, adelantando un paso.

—No importa quién soy —contestó, con una calma inquietante—. Lo que importa es que si sabes lo que es mejor para ti, me darás esa caja antes de que las cosas se compliquen.

Dereck soltó una risita seca, casi burlona.

—Pues parece que ya están complicadas.

La figura inclinó apenas la cabeza, como si evaluara si valía la pena seguir hablando. Luego, sin previo aviso, se lanzó hacia ellos. El movimiento fue tan rápido que Sofía apenas tuvo tiempo de reaccionar.

Liam intercedió, bloqueando con el brazo el intento del desconocido de arrebatar la caja. El forcejeo fue brutal: un choque de cuerpos, golpes de codo y hombro, el sonido de tela rasgándose.

—¡Corre! —gritó Dereck, pero Sofía estaba paralizada.

La caja cayó al suelo, golpeando la madera con un estruendo metálico. La figura se agachó para tomarla, pero Sofía, impulsada por un instinto irracional, se lanzó también. Sus manos chocaron sobre el metal frío. La fuerza del desconocido era abrumadora; sentía que en cualquier momento le arrancaría la caja.

—Suéltala, niña —dijo, con un tono que más parecía una orden militar que una súplica.

—Ni loca —respondió Sofía, apretando los dientes.

En ese instante, Liam golpeó al hombre contra uno de los postes del muelle. El impacto resonó, y el desconocido soltó un gruñido grave. Aprovechando el momento, Sofía jaló la caja hacia sí y se incorporó, tambaleándose.

Pero no hubo tiempo de celebrar. El hombre se recuperó, giró hacia ella y comenzó a avanzar, lento pero decidido.

—¡Sofía, vete! —Liam le gritó, mientras trataba de bloquearlo de nuevo.

Sofía corrió. No miró atrás. Sentía el corazón en la garganta, los pies golpeando la madera húmeda, el sonido del agua chocando contra el muelle… y detrás de todo, el eco de la pelea.

Cuando llegó al final del muelle, giró hacia la calle desierta. Solo entonces se dio cuenta de que estaba sola. Ni Liam ni Dereck habían salido detrás de ella.

El silencio era peor que cualquier grito.

Apretó la caja contra su pecho, como si al mantenerla cerca pudiera proteger no solo el objeto, sino también a ellos.

—No… no puede ser… —susurró, mirando de reojo hacia la negrura del muelle.

Pero volver significaba enfrentarse a lo que fuera que estaba allí. Y esa noche, Sofía no estaba segura de tener el valor suficiente.




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