El agua helada le llegaba hasta las rodillas.
Sofía avanzaba a tientas por el estrecho canal, cuidando de no resbalar en el limo que cubría el suelo. El eco de cada paso se repetía como un recordatorio constante de que no estaba sola… aunque no veía a nadie detrás.
El aire era espeso, húmedo, y apenas podía respirar sin que el olor a sal y óxido se le pegara en la garganta.
La caja seguía firme entre sus brazos, fría como si hubiera estado enterrada en hielo.
"No puedo seguir sin saber qué hay dentro" —pensó, sintiendo cómo la curiosidad empezaba a superar al miedo.
Se detuvo junto a una rendija por donde entraba algo de luz. La apoyó sobre una roca sobresaliente y tanteó el cierre. Era un sistema de pestillos, viejos pero resistentes, y tenía grabado un símbolo extraño: un círculo partido por una línea diagonal, con dos pequeños puntos a cada lado. No recordaba haberlo visto antes.
La voz de Mateo resonó en su cabeza: "No dejes que caiga en las manos equivocadas."
—¿Y si yo soy una de esas manos? —susurró, como si necesitara oírlo en voz alta para medir el peso de la idea.
Respiró hondo, metió una uña en el mecanismo y forzó el pestillo.
Un clic metálico resonó en la oscuridad.
Dentro, envuelto en varias capas de tela impermeable, había un sobre grueso y un pequeño cuaderno de tapa negra. El cuaderno parecía más viejo que el sobre, con las esquinas gastadas y una mancha de humedad que casi borraba parte de la portada.
Sobre el sobre había una nota escrita a mano, en letras apretadas y firmes:
Si estás leyendo esto, ya es demasiado tarde.
Sofía tragó saliva. Sus manos temblaban mientras abría el sobre. Dentro había una serie de fotografías en blanco y negro, tomadas desde lejos, como con teleobjetivo. Eran personas entrando y saliendo de un mismo edificio: un almacén portuario con un símbolo pintado en la puerta. El mismo símbolo grabado en el pestillo de la caja.
Pasó la primera foto. La segunda. La tercera… y ahí se detuvo.
Su corazón dio un vuelco. En esa imagen estaba Liam, de pie frente al almacén, hablando con un hombre encapuchado.
—¿Qué demonios…?
Antes de que pudiera procesarlo, un sonido metálico retumbó detrás de ella. Alguien había saltado al canal.
El eco de pasos apresurados rebotaba en las paredes húmedas.
—Sofía… —la voz era profunda, pero no reconoció a quién pertenecía—. Entrégame la caja y te dejaré ir.
Ella cerró el sobre, lo volvió a meter en la caja y la abrazó contra el pecho.
—Ni muerta.
Aceleró el paso, chapoteando en el agua. El túnel se dividía en dos caminos más adelante, y ella tomó el camino más estrecho, casi a ras de pared. La figura detrás la seguía, su sombra creciendo a cada instante.
Mientras tanto, en la bodega, Liam y Dereck seguían buscando por dónde había escapado Sofía.
—Si el rastro de agua viene de aquí… —dijo Dereck, señalando la trampilla.
Liam asintió y se inclinó para mirar.
—Voy a bajar.
—Espera. —Dereck le puso una mano en el hombro—. Antes de hacer cualquier cosa… quiero que me digas la verdad.
Liam lo miró sin entender.
—¿La verdad de qué?
—¿Por qué salías en esas fotos?
Liam parpadeó. El aire entre ellos se volvió pesado.
—¿Qué fotos? —preguntó finalmente, con un tono que no sonaba del todo a desconocimiento. Dereck lo sostuvo con la mirada, pero no tuvo tiempo de insistir. Un grito ahogado, el de Sofía, resonó desde dentro del túnel, y eso fue suficiente para que Liam se lanzara sin pensarlo.
En la oscuridad del canal, Sofía corría a ciegas, con el agua salpicándole el rostro. El perseguidor estaba cada vez más cerca.
Y entonces, justo antes de doblar una esquina, una mano salió de la nada, la agarró del brazo y la jaló hacia una pequeña compuerta lateral.
Ella estuvo a punto de gritar, hasta que vio el rostro de Liam iluminado por la luz tenue que se filtraba desde arriba.
—Te tengo —susurró él, con el corazón latiendo tan fuerte como el de ella.
Pero el eco de pasos detrás les recordó que no estaban solos… y que el que venía no pensaba detenerse.