El ruido de pasos se acercaba como un tambor apagado, golpeando las paredes del canal.
Sofía apenas podía respirar. Tenía la espalda contra la compuerta, la caja presionada contra su pecho, y delante de ella, Liam, con la mirada fija en la oscuridad del pasadizo que acababan de dejar atrás.
—Por aquí —susurró él, abriendo la compuerta.
Era un acceso lateral estrecho, apenas iluminado por rendijas oxidadas. El olor a metal viejo y moho era tan fuerte que Sofía tuvo que cubrirse la boca con la manga.
—¿Por qué estabas en las fotos, Liam? —soltó de golpe, sin suavizar la pregunta.
Él se giró despacio, como si la respuesta pesara demasiado para decirla rápido.
—No es lo que crees.
—¿Y qué creo yo? Que mientras me ayudabas estabas reuniéndote con… con ellos.
El eco de los pasos volvió, más cerca esta vez. Liam apretó la mandíbula.
—Sofía, si quieres seguir viva, confía en mí ahora. Pregúntame después.
—No. Lo quiero saber ahora.
Liam se acercó, tan cerca que ella pudo sentir su respiración acelerada.
—Fui allí por alguien… alguien que ya no está. —Su voz bajó a un susurro áspero—. Si lo digo aquí, si lo dices tú, no vamos a salir de este túnel.
Ella lo miró, intentando leer algo en sus ojos, pero había demasiada sombra, demasiada urgencia.
Un golpe metálico resonó justo detrás de la compuerta por donde habían entrado. El perseguidor había llegado.
—Muévete —ordenó Liam, empujándola por un pasillo más estrecho. Sus hombros rozaban las paredes húmedas, y el agua les llegaba ahora hasta la cintura.
—¿Tienes idea de adónde vamos? —preguntó Sofía, con un hilo de voz.
—Sí —respondió él sin girarse—. Al único lugar donde no podrán seguirnos.
—¿Y cuál es ese?
—Debajo de ellos.
Sofía no entendió hasta que el pasillo desembocó en una cámara más amplia, con una trampilla en el techo. Liam la abrió con un esfuerzo seco, dejando caer trozos de óxido y polvo sobre ellos.
—Sube —dijo, entrelazando las manos para impulsarla.
Ella dudó un instante.
—Si me mientes… —
—Si te miento, no tendrás tiempo de reclamarme —cortó él, mirándola con una mezcla de frustración y algo que parecía preocupación genuina.
Sofía apoyó un pie en sus manos y se impulsó. Arriba había un espacio reducido, lleno de tuberías y válvulas. El calor era sofocante, como si todo el aire estuviera atrapado ahí desde hacía años.
Liam subió después y cerró la trampilla justo cuando se oyó un chapoteo fuerte debajo, seguido de un silencio tenso.
—¿Crees que…? —empezó Sofía.
—No. Todavía no —interrumpió él, llevándola por un pasillo de metal que resonaba con cada paso.
Avanzaron agachados, esquivando vapor que salía de algunas tuberías. La caja pesaba más a cada minuto, y Sofía sentía que en cualquier momento sus brazos cederían.
—Dame eso —dijo Liam, extendiendo la mano.
—Ni loca.
—Sofía… si la dejas caer aquí, nadie la recuperará.
Ella lo pensó, pero apretó la caja contra sí.
—Entonces tendrás que asegurarte de que no se me caiga.
Un ruido lejano, como un chirrido metálico, hizo que ambos se detuvieran. Liam alzó la mano para que guardara silencio.
—No estamos solos —murmuró.
Entre la niebla de vapor, se movió una silueta. Un hombre alto, vestido con ropa de trabajo, los miraba desde el otro extremo del pasillo. No tenía expresión… pero en su mano brillaba algo afilado.