El pasillo se estremecía con cada impacto de la criatura que avanzaba desde la compuerta rota. El eco metálico de sus garras arañando el suelo era un ruido imposible de ignorar, un recordatorio de que tenían apenas segundos antes de ser alcanzados. La neblina se arremolinaba con violencia, como si también huyera de la bestia, envolviendo a Sofía en un torbellino frío que le mordía los pulmones.
La caja vibraba contra su pecho, cada vez más fuerte. Era un pulso que no pertenecía a ese mundo, un latido ajeno que parecía sincronizarse con el suyo. Sofía apretó los dientes: la energía que emanaba del objeto era tan intensa que sentía que en cualquier momento le arrancaría el aire de los pulmones.
—¡Sofía! —Liam extendió la mano hacia ella, la voz quebrada por la urgencia—. ¡Mírame, por favor!
Ella levantó la mirada y sus ojos se cruzaron con los de él. Había desesperación, sí, pero también algo más: una súplica desnuda, un miedo profundo que no parecía fingido. Sofía, sin embargo, no olvidaba lo que había revelado minutos antes.
—¿Confiar en ti? —espetó con rabia contenida—. ¿Después de admitir que todo empezó como una mentira?
El suelo retumbó. La criatura se estrelló contra las paredes, y de su boca brotó un rugido que parecía perforar los huesos. La sombra se revelaba poco a poco entre la niebla: era enorme, su piel negra brillaba como metal aceitado y sus ojos eran dos faros blancos, vacíos de compasión.
El hombre de la llave observaba en silencio, apoyado en el marco de la puerta dorada, girando el artefacto metálico entre sus dedos como si el tiempo no tuviera ningún valor para él.
—La duda es un lujo que no pueden permitirse —dijo con calma, casi como un susurro que se coló en la mente de ambos—. Si se quedan, morirán. Si cruzan, perderán algo más que la vida que conocen.
Sofía se estremeció. El dilema la desgarraba por dentro:
¿Morir aquí, abrazada a la desconfianza, o lanzarse a lo desconocido tomada de la mano de alguien que tal vez nunca fue sincero?
La criatura rugió de nuevo y dio un zarpazo que cortó el aire a pocos metros de ellos. La pared se abrió como papel, y trozos de metal llovieron sobre el pasillo. Una chispa saltó cerca de la cabeza de Sofía, quemándole la mejilla.
Liam avanzó un paso hacia ella, sin dejar de extender la mano.
—No puedo cambiar lo que hice al inicio… pero sí puedo decirte que ahora mismo todo lo que me importa es que vivas. —Su voz temblaba, pero había verdad en ella, una verdad que atravesaba la confusión de Sofía.
Ella respiraba rápido, el corazón martillándole el pecho. La caja vibraba más fuerte, como si respondiera a la cercanía del monstruo. Sofía sintió que las lágrimas querían asomar, pero las contuvo. No podía flaquear ahora.
—¿Y si es otra mentira? —susurró, más a sí misma que a él.
Liam dio un paso más, hasta quedar apenas a un metro. La criatura se agazapaba detrás, lista para saltar.
—Entonces me quedaré contigo en esa mentira —dijo, casi gritando para que ella lo oyera por encima del rugido—. Pero no te dejaré morir sola.
Sofía lo miró fijamente, buscando el engaño, el vacío detrás de esas palabras. Y por primera vez desde que todo había comenzado, no lo encontró.
El hombre de la llave carraspeó, impaciente, mientras la criatura lanzaba otro golpe que casi los derriba.
—Decidan ya. La puerta no permanecerá abierta eternamente.
El aire vibraba, el mundo entero parecía colapsar sobre ella. Fue entonces cuando Sofía cerró los ojos con fuerza, y en medio de ese caos, se escuchó a sí misma:
—¡Está bien! —gritó con toda la voz que le quedaba—. ¡Confiaré en ti!
Abrió los ojos y corrió hacia él, estirando su brazo con un impulso desesperado. Los dedos de Liam se entrelazaron con los suyos, y una corriente cálida recorrió su piel. Fue como si la caja reconociera esa unión: el latido que contenía se calmó por un instante, como si hubiera estado esperando esa decisión.
La criatura se lanzó contra ellos, rugiendo con furia desatada. Sofía sintió que el tiempo se rompía: vio los colmillos brillando, las garras levantadas, el reflejo de la muerte acercándose a toda velocidad.
Y entonces, el hombre de la llave giró su artefacto.
La puerta dorada se abrió por completo y, con un empuje brutal, Liam arrastró a Sofía hacia ella.
El rugido de la bestia explotó detrás de ellos, tan fuerte que Sofía creyó que le destrozaría los tímpanos. Vio, apenas por el rabillo del ojo, cómo la sombra extendía su garra a centímetros de alcanzarlos. Y justo en ese instante, la puerta se cerró de golpe, atrapando el grito de la criatura en un silencio absoluto.
Todo cambió.
Ya no había frío, ni neblina, ni rugidos. Había luz. Una luz tan intensa que parecía líquida, que los envolvía como un mar dorado. Sofía sintió que su cuerpo flotaba, que cada célula de su piel se disolvía en ese resplandor.
Por un segundo creyó que había muerto. Pero la presión de la mano de Liam en la suya la mantuvo anclada.
—No me sueltes… —le susurró él, y su voz, a pesar de la calma del lugar, sonó como un juramento.
Cuando la luz se disipó, estaban de pie en un vasto paisaje imposible. El suelo brillaba como cristal bajo sus pies, con estrellas atrapadas en su interior. A lo lejos, torres translúcidas se elevaban hacia un cielo dorado que parecía moverse como un océano en constante oleaje.
Sofía sintió un nudo en la garganta.
—¿Qué… qué es este lugar?
Liam apretó su mano con suavidad, sin apartar la mirada del horizonte.
—El inicio de todo. Y el fin también.
El hombre de la llave apareció detrás de ellos, la puerta cerrándose a su espalda con un golpe seco.
—Bienvenidos al otro lado del laberinto —anunció, con una solemnidad escalofriante—. Aquí descubrirán lo que realmente son… si sobreviven lo suficiente.
Un viento dorado recorrió la explanada, y Sofía supo, con el corazón latiendo desbocado, que aunque había elegido confiar en Liam… esa decisión era apenas el primer paso de una prueba aún más peligrosa