Los trabajadores entraban y salían de la empresa García, dedicada a la fabricación y comercialización de ropa, cuando un grupo de hombres trajeados salieron del edificio para ponerse en fila frente a un elegante coche negro recién llegado. De su interior salió el presidente de la compañia abrochándose su chaqueta.
— ¡Buenos días, señor! — Todos saludaron al presidente García, un hombre de apariencia arrogante para aquellos que no lo conocían personalmente, atractivo y mujeriego según las bocas ajenas a su círculo más cercano.
— Buenos días. — Respondió Harris inclinando la cabeza y caminando para entrar por la puerta del edificio que se abrió sola.
— Señor Presidente. — Lo saludó su secretaria que lo esperaba en recepción y se le acercó con un grupo de trabajadores.
— ¿Cómo van los nuevos diseños? — Preguntó Harris sin dejar de caminar.
— Lo lamento, aún quedan algunos detalles. — Se disculpó la secretaría y Harris se paró frente al ascensor.
— Nos reuniremos en quince minutos. — Ordenó Harris García y la secretaria se inclinó.
— Sí, señor Presidente. — Contestó ella, que se incorporó observando como el presidente entraba en el ascensor.
Abril era una chica risueña que como cada mañana conducía su vespa de color rosa por las calles de su pequeño pueblo, situado en una encantadora isla.
Las vistas mientras conducía hacia el pequeño pueblo de pescadores eran asombrosas.
— ¡Abril! — Gritaron su nombre cuando la chica de veinte años se quitó el casco de la moto.
— Hola, Juan. — Saludó Abril al cartero que le extendió una carta.
— Espero que sean buenas noticias. — Le deseó Juan, ella dejó el casco de la moto colgado en el manillar y rápidamente agarró la carta, observando que venía de la Academia de maquillaje Belleza Amanecer.
— ¡Ay no! — Abril inmediatamente abrió la carta ante la mirada del cartero Juan, un hombre conocido en todo el pueblo, ya que allí todos se conocían.
— ¿Qué, te han aceptado en la Academia? — Le preguntó Juan y Abril miraba la carta, observando en grande las palabras escritas en la carta.
«Estás aprobada en la prestigiosa Academia Belleza Amanecer».
— ¡Dios! por fin. — Dijo Abril sonriendo y enseñándole la carta. — Juan, me iré a la ciudad. — Celebró contenta y el hombre que miraba la hoja se alegro por la muchacha.
— Su madre se pondrá muy contenta. — Habló Juan y ella asintió.
— Se la enseñaré, no sé lo creerá. — Pronunció contenta Abril, que salió corriendo calle abajo en busca de su madre que tenía un puesto en la plaza del pueblo, donde los pescadores paraban para comer después de una gran jornada de trabajo.
— María se pondrá contenta. — Dijo Juan que siguió con su trabajo.
Cuando Abril llegó hasta el puesto de comida de su madre, una caravana con toldo, bajó el que se colocaban las mesas.
— ¡Mamá! — Gritó Abril que se acercó hasta la caravana y los hombres que comían allí la miraron.
— Pero, hija — Dijo Dolores que preparaba más comida para los clientes. — Tenemos clientela.
— Mamá. — Pronunció Abril, que entró en la caravana con una gran sonrisa que su rostro no podía ocultar.
— ¿Qué te ha pasado? — Dolores le preguntó a su hija mirándola.
— Me han aceptado en la Academia de Belleza Amanecer. — Contó Abril saltando de alegría y agarrando a su madre.
— ¿De verdad? — Dolores preguntó a Abril igual de ilusionada que su amada hija.
— De verdad. — Contestó Abril a su madre y Dolores la abrazo.
— Que alegría, que gran noticia. — Festejó Dolores, cuadro Abril observó el fuego.
— Mamá, ¡la comida! — La avisó y Dolores soltó a su hija.
— ¡Dios! — Dolores fue corriendo a atender la comida en la hornilla.
— Al final quemarás tu negocio por tantas emoción. — Se acercó la hermana de Dolores, que la ayudaba con el puesto de comida.
— Tía Marcela, por fin seré una alumna de la prestigiosa Academia de belleza Amanecer. — Le contó Abril que caminó para la puerta de la caravana y le enseñó la hoja.
— ¿Lo dices en serio? — Su tía Marcela agarró la hoja, mirando con atención lo escrito en ella.
Abril no podía dejar de sonreír, su sueño era ser la mejor maquilladora y poder dedicarse a ello, para un día poder llevarse a su madre del pueblo y darle una mejor vida en la ciudad.
Una Semana Después.
Era la primera vez que Abril iba a la ciudad e ilusionada miraba los grandes rascacielos, era un sueño para ella estar allí.
— No te quedes ahí. — Le habló su prima Ana que la agarró de la mano.
— Ana, gracias por dejarme quedarme contigo en tu apartamento. — Le agradeció la chica y Ana le sonrió.
— Mi madre me hubiera matado, dejarte sola en la gran ciudad. — Contestó Ana que la arrastró con ella por las enorme calles del centro de la ciudad.
— Y a todo esto, ¿dónde vives? — Preguntó Abril mirando a su prima.
— Cuando lleguemos lo verás. — Ana la hizo quedarse parada en la puerta de la compañía García, donde ella trabajaba y le indicó. — Ahora quédate aquí.
— ¿Aquí? — Preguntó Abril mirándola y Ana asintió.
— Tengo que ocuparme de un asunto, no tardo. — Le avisó Ana, que camino después no muy segura de dejar sola a su prima.
Ana subió en el ascensor ocupado por más trabajadores de la empresa.
— ¿Por qué esa cara? — Preguntó un hombre con gafas y Ana se sobresaltó.