Abril tenía siempre los mismos sueños, iba conduciendo su coche por una carretera en mitad de una tormenta, y un hombre a su lado de amarga sonrisa, le sonreía, siendo todo apagado por una segadora luz proveniente de otro coche.
Abril se despertó de golpe envuelta en sudores fríos y latiéndole a mil el corazón.
— De nuevo el mismo sueño. — Se dijo Abril que se llevó las manos al rostro.
— Abril. — La llamó Ana que tocó a la puerta de su dormitorio. — A llegado algo para ti.
— ¿Para mí? — Preguntó Abril que se levantó de la cama y caminó para la puerta. — ¿De qué se trata? — Abrió la puerta y su prima Ana señaló la calle.
— Se encuentra afuera. — Le indicó y Abril se extrañó.
En la calle, Abril contempló una Vespa de color blanca.
— ¿Es para mí? — Preguntó Abril, pensando en la que dejó en el pueblo de pescadores.
— Sí. — Contestó Sebastián subiendo sus gafas y Abril que les daba la espalda, se dio la vuelta para ellos.
— Muchísimas gracias a los dos. No teníais que haberme regalado una Vespa, se nota que a los dos os va bien. — Celebró contenta, abrazando primero a su prima y después a Sebastián. — De nuevo, muchas gracias.
— No es nada. — Dijo todo sonriente Sebastián que se rió.
— Me preparare para ir a clase. — Habló contenta Abril, que caminó hacia dentro de la pequeña casita del matrimonio.
— No es nada. — Repitió Ana a Sebastián, dando un gruñido. — Cuando Abril se enteré de que la motocicleta viene del presidente nos matara.
— Corazoncito, no te enfades. — Pidió Sebastián y Ana dio un resoplido. — Al presidente le ha gustado Abril.
— El presidente se confunde pensando que Abril es su hermana Jimena. — Protestó Ana cruzando los brazos. — Si Abril se entera yo no tengo nada que ver.
— Corazoncito. — La llamó Sebastián viendo que su recién esposa caminó hacia la casa negando.
— Tengo pensando buscarme un lugar para vivir. — Les comentó Abril a la pareja mientras desayunaban.
— Irte, ¿pero a dónde? — Preguntó Ana preocupada. — Aquí tienes un techo.
— Estéis recién casados y no quiero molestar. — Contestó Abril, que comía unos cereales integrales.
— Si quieres te puedo ayudar a buscar un lugar cerca de nosotros. — Habló Sebastián agarrando su teléfono y Ana se lo quitó clavando sus ojos protectores en él.
— No hace falta. — Pronunció Ana y Abril sonrió.
— Me iré o llegaré tarde. — Les comunicó Abril levantándose de la mesa. — Gracias por el desayuno.
— Abril. — La llamó Ana viendo que agarró su maletín.
— Ana no tienes que preocuparte, estoy aquí para labrarme un futuro mejor y traerme un día a mi madre. — Fueron las palabras de Abril, que agarró su bolso y se marchó para la puerta.
— Tal vez... — Habló Sebastián y Ana golpeó con su mano la mesa.
— Ni te atrevas a decirle a Harris, ¿me entiendes? — Se inclinó hacia él y Sebastián sonrió.
— Claro, corazoncito. — Tragó saliva y Ana sonrió incorporándose.
— Me cambio y nos vamos juntos. — Propuso Ana y Sebastián se levantó.
— Llego tarde, el presidente me tiene que estar esperando.
— Sebastián. — Dijo Ana, cuando su esposo le dio un beso en la cara marchándose.
El presidente Harris llegó como cada mañana a su empresa, siendo recibido por sus trabajadores.
Por los pasillos colgaban enormes cuadros de los famosos y modelos que vestían la marca García. Entre ellos estaba uno de Jimena, que adornaba la redacción en la que se encontraba su despacho.
Los empleados de dicho lugar se levantaron nada más verlo llegar.
— Buenos días, señor presidente. — Dijo su secretaria que se le acercó, siguiendo sus pasos.
— ¡Presidente! — Lo saludaron los empleados inclinando la cabeza.
— ¿Qué tenemos para hoy? — Preguntó Harris entrando a su despacho y encontrando allí a Sebastián, sentado en el sofá y con una taza con café.
— Pues... — Habló su secretaria que calló cuando Harris levantó su brazo.
— Retirate. — Ordenó y la secretaria asintió rápidamente, marchándose del despacho.
— Sebastián. — Se dirigió Harris a su asistente, viendo sobre la mesa el paquete.
— Ana me ha ordenado que te trajera el vestido. — Le indicó Sebastián con una gran sonrisa. — Se nota que a la muchacha no le interesas en absoluto.
— Me parece una broma que rechace un regalo viniendo de mí. — Protestó Harris que abrió el paquete sacando de dentro el vestido.
— Podrías tener a cualquier mujer, ¿por qué tiene que ser la hermana de Jimena? — Preguntó Sebastián a su presidente, que también era su amigo.
— Por qué lo deseo así. — Gruñó Harris que dejó el vestido sobre el paquete, sentándose en un sillón. — Y la vespa, ¿le ha gustado?
— Ni siquiera sabe que se la has regalado tú. — Sonrió Sebastián, que soltando la taza se subió la gafas. — No quiero ser hombre muerto. Harris se levantó caminando hacia la puerta.
— Victoria. — Llamó a su secretaria nada más abrir la puerta y todos sus empleados lo miraron.
Victoria se levantó de su silla mirando a su jefe.
— ¿Sí, señor García? — Preguntó temerosa la secretaria y vio que el presidente entró en su despacho.
Abril aparcó su nueva vespa, quitándose el casco y mirando la Academia Belleza Amanecer, las chicas entraban riendo y hablando.