Bajo el mismo cielo

Capitulo 3

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El sol comenzaba a descender en el horizonte, pintando el cielo de un cálido tono anaranjado, mientras Mateo y yo caminábamos por el parque. Era un lugar que siempre había significado tranquilidad para mí. Los árboles se mecían suavemente con la brisa, sus hojas susurrando secretos al viento, mientras las risas de los niños en el área de juegos llenaban el aire con una sensación de alegría. Cada vez que venía aquí, sentía que el tiempo se detenía un momento, y esa tarde no era la excepción.

Mateo, con su energía inagotable, corría delante de mí, girando y saltando como si el mundo fuera su escenario personal. Era un niño de seis años, con cabello rizado y ojos brillantes que reflejaban su curiosidad insaciable. Mirarlo jugar me llenaba de una felicidad profunda, aunque también me recordaba la gran responsabilidad que tenía como madre. Mientras lo observaba, una corriente de ansiedad se deslizaba por mi pecho.

—¡Mamá, ven! —gritó, girándose para correr hacia el columpio. La forma en que sus ojos se iluminaban al jugar era una de las cosas más preciosas que había visto. Me sonreía con esa inocencia que solo los niños poseen, y era mi recordatorio constante de por qué trabajaba tanto. Pero en el fondo, una pequeña parte de mí se preguntaba si realmente valía la pena.

Me senté en una banca cercana mientras él se columpiaba, y dejé que mis pensamientos fluyeran. Había pasado horas preparando la presentación para la reunión con Lucas, y a pesar de que la emoción por esa oportunidad brillaba dentro de mí, no podía sacudirme la sensación de presión. Era un proyecto que podría cambiar la dirección de mi pequeña empresa, un sueño que había trabajado con tanto esfuerzo, pero la idea de fallar me aterraba.

—Mamá, ¿por qué trabajas tanto? —Mateo me sorprendió, sus ojos fijos en mí con una sinceridad que solo un niño puede tener. Sus palabras hicieron eco en mi mente, y en ese instante, el ruido del parque se desvaneció. La pregunta era simple, pero cargaba un peso emocional que me hizo dudar.

—Trabajo para poder darte lo que necesitas, cariño —le respondí, tratando de mantener una voz firme. Pero al decirlo, me di cuenta de que no era solo eso. No era únicamente por el dinero o los juguetes que quería comprarle. Era más profundo. Quería que Mateo viera que su madre podía lograr sus sueños, que era capaz de luchar por lo que quería.

—Pero a veces me siento solo, mamá. —Su voz era suave, casi un susurro. Y en ese momento, el peso de su sinceridad me golpeó. Era como si me estuviera mirando a través de una ventana, viendo mis luchas, mis sacrificios. El brillo en sus ojos se desvaneció por un segundo, y vi en él una mezcla de confusión y tristeza.

Cerré los ojos por un instante, sintiendo cómo las emociones afloraban en mi pecho. No quería que Mateo sintiera que no era lo suficientemente importante como para que dejara de trabajar, pero también sabía que, al mismo tiempo, no podía dejar que su infancia se convirtiera en un segundo plano. A menudo, la carga de ser madre soltera se hacía pesada, y los momentos de duda asomaban más de lo que me gustaría admitir.

—Lo sé, amor —dije finalmente, acercándome a él cuando se detuvo en el columpio. —A veces, mamá se pierde un poco en el trabajo, pero siempre estás en mi corazón. Nunca quiero que sientas que no estoy aquí para ti.

Mateo se acercó, abrazándome con la fuerza que solo un niño puede tener. En su abrazo, sentí la calidez y la pureza de su amor, un recordatorio de lo que realmente importaba. La brisa suave jugaba con nuestros cabellos mientras me aferraba a ese pequeño momento, ese momento que me llenaba de energía y esperanza.

—Te quiero, mamá —dijo, separándose un poco para mirarme a los ojos. Aquel brillo que había perdido por un instante volvió a iluminar su rostro. —¿Podemos ir a comprar helado después?

No pude evitar sonreír, aliviada. En medio de las preocupaciones y el estrés, la alegría de los pequeños momentos me recordaba por qué seguía luchando. —Claro que sí, campeón. Un helado suena perfecto.

Mateo soltó una risa alegre y corrió de vuelta al columpio. Lo observé mientras se balanceaba, disfrutando del viento en su rostro. Sus risas resonaban en el aire, y me sentí un poco más ligera. Las preocupaciones del mundo de los adultos parecían perderse en la alegría infantil que me rodeaba.

Aproveché la oportunidad para reflexionar sobre el futuro. Sabía que el proyecto con Lucas significaba mucho más que solo trabajo; era un paso hacia un futuro más brillante para nosotros dos. Tal vez ese cambio que sentía en el aire no era solo el comienzo de una nueva colaboración, sino el inicio de un capítulo diferente en nuestras vidas.

Mientras Mateo seguía jugando, decidí que no podía dejar que la presión me abrumara. Ser madre y empresaria era un acto de equilibrio difícil, pero momentos como este me recordaban que, a pesar de las dificultades, siempre había espacio para la felicidad.

Cuando llegó el momento de irnos, tomé la mano de Mateo y nos dirigimos hacia el quiosco de helados. El sol se ocultaba lentamente, tiñendo el cielo de un azul profundo. Con cada paso, la emoción por lo que estaba por venir comenzaba a superar mis dudas. Sí, el futuro era incierto, pero sabía que con Mateo a mi lado, estaba dispuesta a enfrentar cualquier desafío.

Y mientras compartíamos un helado de chocolate y vainilla, la risa de Mateo resonaba en mis oídos como una melodía reconfortante. En ese instante, entendí que aunque la vida a veces presentaba desafíos difíciles, también ofrecía momentos de pura felicidad que valían la pena luchar...

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