Bajo el mismo cielo

Capitulo 10

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Todo estaba a punto de estallar. Lo sabía desde que entré a la sala de reuniones. Mía ya estaba ahí, repasando documentos con una concentración tan intensa que podía sentir la tensión en el aire. Lo peor de todo es que esa tensión no solo era profesional. Era algo más denso, más palpable. Algo que no podía quitarme de encima, aunque tratara de ignorarlo.

Nos habíamos sentado frente a frente, como dos adversarios en un campo de batalla. Cada palabra que ella decía, cada crítica a las decisiones que yo había tomado sobre los cambios en el proyecto, era como una chispa. Y yo… yo simplemente no podía contenerme. Había algo en su forma de retarme que hacía que mi sangre hirviera.

—Lucas, no puedes simplemente hacer cambios de esta magnitud sin consultarlo —me espetó, su voz afilada, sus ojos centelleando con esa mezcla de determinación y frustración que me desarmaba.

Apoyé los codos en la mesa y me incliné hacia adelante, sin perderla de vista. El eco de la lluvia golpeaba las ventanas del edificio, el sonido amplificaba la tensión que crecía entre nosotros. Ella no lo entendía. No entendía que a veces, ciertas decisiones no pueden esperar, que el mundo no gira solo alrededor de su planificación perfecta.

—Mía, ya lo he dicho —mi voz salió más dura de lo que esperaba—. Estos cambios eran necesarios, no había tiempo para discutir cada detalle contigo.

—¿Discutir cada detalle? —bufó, soltando una risa amarga—. ¿Sabes lo que esto va a costarnos? No estamos hablando de un pequeño ajuste, Lucas, estamos hablando de todo el maldito presupuesto.

Me levanté de la silla, mi cuerpo completamente tenso. La tormenta que rugía afuera parecía sincronizada con lo que sucedía dentro de mí. La lluvia torrencial repicaba sobre el cristal con fuerza, y las luces del edificio parpadeaban ocasionalmente, como si la electricidad también se viera afectada por el ambiente cargado.

—Escucha —empecé, caminando alrededor de la mesa para acercarme—. No soy tu enemigo, Mía. Lo que he hecho ha sido para mejorar el proyecto, no para sabotearlo. Si pudieras dejar de verlo todo como un ataque personal…

—¡No es personal! —gritó, poniéndose de pie de golpe, su voz resonando en la habitación—. Pero tú… siempre haces lo que te da la gana, sin pensar en cómo afecta a los demás.

Hubo un momento en el que sus palabras se quedaron en el aire, flotando entre nosotros. Estábamos frente a frente, respirando con dificultad. El calor subió a mi pecho, mi mandíbula apretada mientras trataba de controlar el impulso de gritarle que no sabía de lo que hablaba. Que no era tan simple. Pero en ese instante, nuestras miradas se encontraron y algo cambió.

Sentí como si el tiempo se detuviera.

La tormenta afuera seguía rugiendo, pero ahora parecía lejana. Todo lo que podía escuchar era su respiración, rápida y agitada, igual que la mía. Y entonces, sin previo aviso, esa tensión que habíamos estado cargando durante semanas, quizás meses, estalló. Pero no como esperaba. No en gritos o reproches, sino en algo más oscuro, más intenso.

Atracción.

Era como si todo lo que había intentado ignorar, esa extraña atracción que había sentido hacia ella desde el primer día, se intensificara de golpe. Me acerqué un poco más, notando cómo sus labios se entreabrieron, como si también estuviera luchando con la misma sensación.

—Mía… —susurré, pero ni siquiera yo sabía lo que iba a decir.

Ella tampoco retrocedió. Se quedó ahí, a solo unos centímetros de mí, su cuerpo tensándose de una manera diferente. No era rabia, ni frustración. Era deseo. Y lo sabía porque lo sentía reflejado en cada fibra de mi ser. Un deseo que no teníamos derecho a sentir, no después de todo lo que habíamos vivido. Pero ahí estaba, golpeándonos como la tormenta que azotaba el edificio.

Las luces parpadearon una vez más, y de repente, todo el lugar quedó en penumbra. La tormenta había cortado la electricidad. Nos quedamos quietos por un segundo, escuchando solo el sonido de nuestras respiraciones y la lluvia golpeando con furia los ventanales.

—Genial —murmuró ella, su voz más suave, casi resignada—. Estamos atrapados aquí.

—Parece que sí —respondí, mi voz ronca. Intenté mantener el control, pero era casi imposible ignorar el calor que irradiaba de su cuerpo, tan cerca del mío.

Podía sentir la adrenalina corriendo por mis venas, esa mezcla de frustración y deseo haciendo estragos en mi autocontrol. La oscuridad parecía darle a todo un matiz más peligroso, más tentador. Mía se movió ligeramente, y en ese pequeño gesto, su mano rozó la mía. El contacto fue breve, pero suficiente para hacerme perder el hilo de cualquier pensamiento racional.

—Esto no debería estar pasando… —dije, más para mí que para ella.

Pero ella no respondió. No porque no quisiera, sino porque sabía que ambos estábamos en el mismo lugar. Atrapados. No solo en este edificio, sino en algo mucho más grande, algo que habíamos estado evitando durante demasiado tiempo.

En ese momento, todo se desmoronó. Mis barreras, mis defensas. No era el Lucas frío y calculador, el que siempre tenía el control de todo. Era solo un hombre, parado frente a una mujer que me desarmaba sin siquiera intentarlo. Y ella, por mucho que quisiera negarlo, estaba sintiendo lo mismo.

La distancia entre nosotros desapareció antes de que pudiera pensar en las consecuencias. Pero en ese instante, las consecuencias eran lo último en lo que pensaba.

La tormenta seguía rugiendo afuera, pero la verdadera tormenta estaba aquí, entre nosotros...




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