Bajo el mismo cielo

Capitulo 12

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El sonido del mensaje entrante resonó en la tranquilidad de la mañana, rompiendo el momento de calma que me había costado tanto encontrar. Tomé mi teléfono sin pensarlo mucho, esperando ver alguna notificación trivial o quizá algo del trabajo, pero lo que encontré me hizo sentir un frío inexplicable que me recorrió todo el cuerpo.

"Mía, no voy a pedirlo dos veces. Quiero ver a Mateo. Me debes eso."

Era de Graviel. Sus palabras eran secas, cortantes, como una cuchilla afilada. Mi respiración se detuvo por un segundo y, de repente, el mundo a mi alrededor pareció encogerse. Sentí que mis manos temblaban mientras mantenía el teléfono frente a mí, los dedos agarrotados por el miedo que lentamente se transformaba en un nudo en mi estómago.

Hacía tanto que no escuchaba de él, que casi había comenzado a convencerme de que no volvería a aparecer. Me equivoqué. Graviel estaba de vuelta, y no iba a conformarse con simplemente desaparecer de nuevo.

Me levanté del sillón, caminando por la sala mientras trataba de procesar lo que estaba pasando. La tensión en mi pecho aumentaba con cada paso que daba, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Todo lo que quería era proteger a Mateo. Él era mi mundo, mi razón de seguir adelante cada día. Y ahora Graviel, el hombre que había arruinado tantas cosas, volvía a amenazar con destruir lo que más amaba.

Otro mensaje llegó.

"Voy a por él. Tarde o temprano, no puedes ocultarlo de mí."

Mis piernas se volvieron de gelatina y me dejé caer en una de las sillas de la cocina, sintiendo que el aire se volvía espeso y pesado. ¿Qué iba a hacer? No podía dejar que Graviel se acercara a Mateo, no después de lo que me hizo. Sabía que no era seguro, que lo único que traería a nuestras vidas sería caos y dolor.

Mis pensamientos estaban dispersos, enredados en recuerdos que creía enterrados. La relación tóxica que había vivido con Graviel me había dejado marcas profundas, cicatrices invisibles que aún ardían en momentos como este. Y ahora, él estaba intentando meterse en mi vida de nuevo, usando a Mateo como un arma.

Sentí un nudo en la garganta y me obligué a respirar hondo, intentando calmarme, pero era inútil. Cada vez que miraba la pantalla, esos mensajes parecían gritarme, recordándome que la paz que había construido no era tan sólida como creía.

El sonido de la puerta del apartamento me sacó de mis pensamientos. Era Lucas. Desde la tormenta, había mantenido un contacto más cercano conmigo, mostrándose más protector de lo que esperaba. Nunca hubiera imaginado a Lucas como alguien preocupado por mi bienestar más allá de lo profesional, pero aquí estaba, en mi puerta. Y en ese momento, lo agradecí.

—¿Mía? —llamó desde la entrada, su voz grave y seria, como siempre, pero con una nota de preocupación que no solía escuchar en él—. ¿Estás bien?

Intenté responderle, pero las palabras no salieron. Me levanté y caminé hacia él, con el teléfono aún en la mano, temblando un poco. Cuando lo vi parado en la puerta, su figura alta y firme parecía ofrecerme un refugio que no sabía que necesitaba hasta ahora.

—No… no estoy bien —admití finalmente, mi voz quebrada mientras le extendía el teléfono.

Lucas lo tomó sin hacer preguntas, sus ojos grises recorriendo la pantalla en silencio. Vi cómo su mandíbula se tensaba al leer los mensajes de Graviel, y luego, lentamente, levantó la mirada hacia mí.

—¿Desde cuándo te está enviando estos mensajes? —preguntó, su voz más oscura, más controlada, pero con una rabia subyacente que nunca había visto en él.

—Hoy… es la primera vez que me contacta desde que se fue —susurré, sintiendo el peso de mis palabras—. No había sabido nada de él en meses, y ahora quiere ver a Mateo. No sé qué hacer, Lucas.

Él guardó silencio por un momento, sus ojos clavados en los míos como si estuviera evaluando la situación. Nunca había visto a Lucas de esta manera, pero la intensidad en su mirada me hizo sentir que no estaba sola en esto.

—No vas a enfrentarlo sola —dijo finalmente, con una firmeza que me sorprendió—. No voy a permitir que ese hombre se acerque a ti o a Mateo. No mientras yo esté aquí.

Había algo en la manera en que lo dijo que me hizo sentir una extraña mezcla de alivio y vulnerabilidad. No estaba acostumbrada a que alguien se ofreciera a ayudarme de esta manera, a tomar una posición tan firme por mí. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentirme indefensa, como si estuviera perdiendo el control de mi propia vida.

—No quiero que te metas en esto, Lucas —dije con un tono bajo, aunque sabía que lo necesitaba—. No es tu problema. Yo… puedo manejarlo.

Él soltó una risa amarga, mirándome como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.

—¿Manejarlo? —repitió, sus ojos centelleando con una mezcla de incredulidad y enfado—. ¿De verdad crees que vas a manejar a alguien como Graviel sola? Este tipo no va a parar. Lo conozco… gente como él no se detiene hasta que obtienen lo que quieren, y no puedes arriesgarte a que se acerque a Mateo.

Su tono era duro, pero no cruel. Era la realidad. Y, aunque no me gustaba admitirlo, sabía que tenía razón. Graviel no era alguien que se intimidara fácilmente, y aunque había hecho todo lo posible por mantenerlo alejado de mi hijo, sabía que no sería suficiente si él realmente quería aparecer en nuestras vidas.

—Entonces, ¿qué sugieres que haga? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme, aunque por dentro me sentía a punto de romperme.

Lucas me miró, su expresión suavizándose apenas un poco.

—Déjame ayudarte. Yo me encargaré de Graviel.

La oferta era tentadora, pero me asustaba. No quería involucrar a Lucas más de lo necesario, no quería que se viera arrastrado por mi caos personal. Pero algo en su mirada me hizo sentir que tal vez, solo tal vez, podía confiar en él.

—No sé si es buena idea —admití—. Esto podría empeorar las cosas.




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