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Todo ocurrió tan rápido que apenas tuve tiempo de procesarlo. Un momento Mateo estaba jugando en el parque, su risa llenando el aire como siempre, y al siguiente… el vacío. No estaba. Había desaparecido. Busqué en cada rincón, mi voz quebrándose en un grito que no reconocía como mío. Gritaba su nombre, una y otra vez, mientras la desesperación me arañaba por dentro. Sabía que algo horrible estaba sucediendo incluso antes de recibir la llamada.
—Mia, si quieres volver a ver a Mateo, harás exactamente lo que te diga.
Esa voz… Me heló la sangre. Gabriel. Sabía que había regresado, pero nunca imaginé que sería capaz de algo tan monstruoso. El miedo se convirtió en ira pura, mezclada con la culpa que me apuñalaba el pecho. Mateo no tenía la culpa de nada. Era solo un niño, mi pequeño, y yo lo había puesto en peligro sin siquiera darme cuenta. Por confiar en las personas equivocadas. Por dejar que Gabriel se acercara lo suficiente para causar este daño.
Me sentí perdida, como si el suelo bajo mis pies hubiera desaparecido. Todo lo que importaba en ese momento era encontrar a Mateo. Las palabras de Gabriel eran como veneno, sus condiciones una trampa que se cerraba cada vez más alrededor de mí. No tenía idea de a quién recurrir o en quién confiar. ¿Cómo había llegado todo tan lejos?
Lucas fue la primera persona en venir a mi mente. Aunque me costara admitirlo, él era el único que había demostrado estar dispuesto a cualquier cosa por mí, a pelear por lo que fuera necesario. Tomé el teléfono con manos temblorosas y lo llamé. No sé cómo logré explicarle entre sollozos lo que había pasado, pero en cuanto dije el nombre de Gabriel, sentí la tensión en su voz.
—Voy para allá. No hagas nada hasta que llegue.
Esperar era lo más difícil. Cada segundo que pasaba, me parecía un siglo, un nuevo golpe a mi corazón. Me odiaba por ser tan impotente, por no poder proteger a la persona que más amaba en este mundo. Cuando Lucas llegó, la determinación en su rostro me dio una chispa de esperanza, una pequeña llama que luchaba por mantenerse encendida en medio de la oscuridad.
—Vamos a encontrarlo, Mia —dijo, con una certeza que parecía inquebrantable—. No voy a permitir que le pase nada.
No había tiempo para preguntar cómo lo haría, ni por qué estaba dispuesto a involucrarse tanto. Lo seguí porque no tenía otra opción, porque la alternativa era perderme en el abismo de mi propio miedo. Lucas movilizó a toda su gente, recursos que ni siquiera sabía que tenía. En cuestión de minutos, había docenas de personas buscando a Mateo, utilizando todos los medios posibles para rastrear cualquier pista. Era impresionante y aterrador al mismo tiempo. ¿Cuánto poder tenía Lucas realmente? Y, ¿por qué lo estaba usando para ayudarme?
Mientras las horas pasaban, la ansiedad se acumulaba en mi pecho, apretándome la garganta. Gabriel me llamó de nuevo, su voz goteando malicia. Me pidió cosas, favores, secretos… Me exigió que lo traicionara a cambio de la vida de Mateo. Era un juego cruel, y yo era solo una pieza en su tablero.
—Si quieres que esto termine, Mia, sabes lo que tienes que hacer.
Sus palabras resonaban en mi mente mientras miraba a Lucas, que se encontraba a unos metros, hablando por teléfono con un tono firme y autoritario. Sabía que no podía cumplir con las exigencias de Gabriel. No podía traicionar a Lucas, no después de todo lo que estaba haciendo por mí. Pero, ¿qué otra opción tenía? Mateo era lo único que importaba.
De repente, las lágrimas comenzaron a caer sin control. Me di la vuelta para que Lucas no me viera, pero él notó mi dolor de inmediato. Colgó la llamada y caminó hacia mí con pasos decididos. Me rodeó con sus brazos, y por un segundo, me permití quebrarme. Sentí su fuerza, su apoyo incondicional, y supe que no estaba sola en esto.
—No voy a dejar que lo lastimen —me susurró al oído, con una voz grave y cargada de emoción—. Lo traeremos de vuelta, te lo prometo.
Era una promesa que yo necesitaba desesperadamente creer, aunque mi corazón estaba dividido entre la esperanza y el terror. Con cada minuto que pasaba sin noticias, mi mente se llenaba de imágenes horribles. La culpa me corroía. Si algo le pasaba a Mateo, nunca podría perdonármelo.
Lucas, fiel a su palabra, no se detuvo. Sus contactos, sus aliados, incluso algunos a los que yo hubiera preferido no acercarme jamás, todos estaban involucrados en la búsqueda. Y fue en medio de esa desesperación que me di cuenta de lo mucho que él significaba para mí. Lucas no solo estaba ayudando porque era lo correcto. Se estaba jugando el todo por el todo porque le importaba… porque me quería, de una manera en la que Gabriel nunca lo hizo.
La noche cayó y aún no había rastro de Mateo. La incertidumbre me estaba matando. Sentí que el tiempo se escapaba de mis manos, cada segundo robándome un poco más de esperanza. Lucas permanecía a mi lado, su presencia era lo único que me mantenía en pie.
Finalmente, cuando pensé que no podía soportar más, recibimos una pista. Una dirección. Un lugar donde habían visto a Gabriel con un niño que coincidía con la descripción de Mateo. Me aferré a esa pequeña esperanza con todas mis fuerzas. No sabía qué esperar, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para salvar a mi hijo.
Lucas y yo nos dirigimos al lugar lo más rápido posible. Apenas podía respirar mientras nos acercábamos, el miedo se apoderaba de cada fibra de mi ser. Cuando llegamos, vi a Gabriel de pie junto a una camioneta, y allí, en el asiento trasero, estaba Mateo. Su carita asustada y los ojos llenos de lágrimas me partieron el alma.
—Gabriel, por favor… —supliqué, mi voz quebrándose—. Déjalo ir.
Su mirada estaba llena de frialdad, como si todo esto fuera solo un juego para él. Pero Lucas no se quedó de brazos cruzados. Se lanzó hacia Gabriel, y en un instante, la situación se descontroló. Los gritos, el sonido de golpes, todo se mezclaba en mi cabeza. Corrí hacia la camioneta y abrí la puerta.
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Editado: 26.10.2024