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Todo se vino abajo en un instante, como un castillo de naipes azotado por un viento inesperado. El antiguo socio de Lucas, un hombre de mirada afilada y sonrisa venenosa, había irrumpido en nuestras vidas trayendo consigo una verdad que me golpeó como un puñetazo al estómago. Me quedé helada, con el corazón retumbando en mis oídos, mientras las palabras salían de sus labios con una crueldad medida.
—Tu querido Lucas no es quien dice ser, Mia. Y su familia… bueno, digamos que tiene más esqueletos en el armario de los que te imaginas.
Miré a Lucas, esperando una negación rápida, una explicación que disipara la tormenta que se estaba formando en mi interior. Pero lo que encontré en su rostro no fue la seguridad tranquila de siempre, sino una mezcla de furia contenida y algo más oscuro… algo que nunca antes había visto en él. Culpabilidad.
—¿Es verdad? —pregunté, sintiendo cómo mi voz temblaba con una mezcla de incredulidad y traición. Mis ojos lo escudriñaban, buscando una chispa de honestidad que me asegurara que no había estado viviendo en una mentira.
Lucas apretó la mandíbula, sus puños cerrándose a los costados. Había un brillo peligroso en sus ojos cuando se giró para enfrentar a su antiguo socio, pero el daño ya estaba hecho. Yo lo sabía, él lo sabía.
—No es lo que piensas —dijo finalmente, con la voz más grave de lo habitual—. Te lo iba a contar, Mia, lo juro. Solo estaba esperando el momento adecuado.
El momento adecuado. Esa frase resonaba en mi mente como una burla. ¿Cuántas veces había escuchado esas palabras? ¿Cuántas veces había esperado, con la esperanza de que él confiara en mí, de que me abriera su mundo, en lugar de dejarme afuera?
—¿El momento adecuado? —repetí, sin poder contener la amargura en mi tono—. ¿Cuándo iba a ser, Lucas? ¿Después de que tu pasado nos destruyera? ¿Después de que yo me diera cuenta de que no te conozco en absoluto?
Él dio un paso hacia mí, sus ojos buscando los míos desesperadamente. Pero yo retrocedí, sintiendo cómo la distancia entre nosotros se expandía, no solo físicamente, sino en cada rincón de mi corazón.
—Por favor, Mia. Tienes que creerme. Nunca quise ocultarte esto. Es solo que… —se detuvo, como si las palabras se le atascaran en la garganta—. Es complicado.
Suspiré, sintiendo una ola de dolor mezclada con rabia. Siempre era complicado. Desde el primer día, nuestra relación había sido un campo minado de secretos, riesgos y verdades a medias. Había aceptado eso porque, en el fondo, pensé que valía la pena, que él valía la pena. Pero ahora, mientras me encontraba frente a una verdad que ni siquiera había imaginado, no sabía si podía seguir confiando en él.
—Ya no sé qué creer, Lucas. —Mis palabras salieron con un tono que apenas reconocí como el mío—. Si hay más secretos, más cosas que me estás ocultando… no sé si podré soportarlo.
El dolor que vi en su rostro casi me hizo retroceder, pero me mantuve firme. Tenía derecho a sentirme así, tenía derecho a querer la verdad, incluso si esa verdad era lo que podría separarnos para siempre.
—No hay nada más que no sepas —replicó, su voz casi un susurro—. Juro que te lo contaré todo, pero necesitas confiar en mí. Necesitas creer que lo que siento por ti es real, que todo esto es real.
Quise creerle, lo juro. Quise aferrarme a la esperanza de que esta verdad, por dolorosa que fuera, no cambiaría lo que habíamos construido. Pero las dudas eran como sombras, alargándose y enredándose en mi mente. ¿Cuántas veces me había dicho que podía confiar en él? ¿Cuántas veces había sentido que algo se ocultaba detrás de sus silencios?
El antiguo socio, cuyo nombre ni siquiera me interesaba aprender, sonrió como si supiera algo que yo no. Como si ya hubiera ganado esta batalla.
—¿Ves, Lucas? —dijo, burlón—. Te lo dije. No se puede esconder la verdad para siempre.
Lucas giró hacia él, y por un instante pensé que lo golpearía. Pero en lugar de eso, se acercó lentamente, con una calma fría que era casi más aterradora que su rabia.
—No te atrevas a intervenir en mi vida otra vez —gruñó, con un filo cortante en cada palabra—. Esto es entre Mia y yo.
Su exsocio se encogió de hombros, fingiendo indiferencia, pero podía ver la satisfacción en sus ojos. Había plantado la semilla de la duda, y ahora me tocaba a mí decidir qué hacer con ella.
Cuando finalmente nos quedamos solos, el silencio que cayó entre nosotros fue pesado, opresivo. Sabía que tenía que decir algo, hacer algo, pero me sentía paralizada por la magnitud de lo que acababa de descubrir.
Lucas dio un paso hacia mí, con una expresión en su rostro que casi me hizo ceder.
—Mia… por favor. —El dolor en su voz era innegable, pero también lo era mi incertidumbre.
—Dame tiempo —dije finalmente, mi voz quebrándose—. Necesito tiempo para pensar.
Me giré y salí de la habitación, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a rodar por mis mejillas. Detrás de mí, podía escuchar a Lucas susurrar mi nombre, pero no me volví. Por primera vez, no estaba segura de si quería mirar atrás.
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Editado: 26.10.2024