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El salón estaba lleno de gente y el murmullo de las conversaciones llenaba el aire. Me sentía fuera de lugar, como si el traje que llevaba me quedara demasiado ajustado, o tal vez era el peso de la incomodidad lo que me oprimía el pecho. No quería estar allí, pero los negocios no entendían de dolores personales ni corazones rotos. Las reuniones sociales eran una obligación, no una elección. Sin embargo, desde el momento en que entré, supe que había otra razón para mi incomodidad. Algo en el ambiente me hacía sentir como si estuviera esperando algo... o a alguien.
Y entonces la vi.
Mia. De pie al otro lado del salón, con un vestido negro que resaltaba su figura y una sonrisa educada que ofrecía a cualquiera que se le acercara. Pero conocía demasiado bien esa sonrisa. Sabía que detrás de ella había una barrera, una distancia que nadie, excepto yo, parecía notar. Verla después de tanto tiempo fue un golpe directo en el pecho. Mis pensamientos se arremolinaron, mezclando el alivio de saber que estaba bien y el dolor de verla tan lejos de mí, no solo en la distancia física, sino también en el vacío que se había creado entre nosotros.
No planeaba acercarme. Había pasado semanas intentando respetar su espacio, dándole el tiempo que me había pedido, pero mis pies se movieron por sí solos, como si alguna fuerza invisible tirara de mí hacia ella. Cuando finalmente me paré a su lado, su cuerpo se tensó, y su mirada se encontró con la mía. Esos ojos que tanto había extrañado parecían brillar con una mezcla de sorpresa, dolor y algo más... algo que se asemejaba demasiado a lo que yo sentía en ese momento.
—Hola, Mia —dije, mi voz más áspera de lo que esperaba.
Ella respiró hondo, como si estuviera preparándose para un golpe, y luego asintió levemente.
—Lucas, no esperaba verte aquí.
—Yo tampoco, para ser honesto —respondí, intentando mantener la calma cuando todo en mi interior era un caos—. ¿Cómo has estado?
Su mirada se desvió por un segundo antes de volver a encontrarse con la mía.
—He estado bien. —Sus palabras sonaron mecánicas, como si se hubiera obligado a pronunciarlas.
Ambos sabíamos que no era cierto. Había algo en su voz, en la forma en que su respiración temblaba ligeramente, que me hizo querer romper con toda la formalidad y acortar la distancia entre nosotros. No importaba cuánto tiempo hubiese pasado, ni cuánto nos hubiéramos alejado, la verdad era que no podía soportar seguir viéndola así, como si estuviera conteniendo una parte de sí misma.
—Mia, yo... —comencé a decir, pero no pude terminar. Las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentía. En lugar de seguir hablando, di un paso hacia ella, acortando la distancia que nos separaba.
Ella me miró fijamente, y en ese instante, vi la verdad en sus ojos. Una verdad que ninguno de los dos había querido aceptar: no podíamos seguir alejados. Había una tensión palpable entre nosotros, como si el aire se volviera más denso cada vez que nos acercábamos, y en ese momento, supe que era ahora o nunca. Extendí una mano, tocando su brazo con suavidad, y fue como si una chispa recorriera mi cuerpo.
—Lucas, no deberíamos... —dijo en un susurro, pero no se movió.
—No puedo seguir fingiendo que no te extraño —confesé, mi voz baja y llena de emoción. Mis dedos se deslizaron hasta su mejilla, y ella cerró los ojos un instante, como si mi toque la quemara.
La siguiente fracción de segundo pasó en un borrón de sensaciones. Antes de que pudiera pensar en las consecuencias, me incliné hacia ella y la besé. Fue un beso urgente, desesperado, cargado de todas las palabras que nunca dije, de todo el tiempo que pasamos separados. Ella respondió con la misma intensidad, sus manos aferrándose a mi camisa como si necesitara algo a lo que aferrarse.
El mundo se desvaneció. No había más ruido, ni personas alrededor. Solo estábamos nosotros, atrapados en un instante que ambos sabíamos que no podía durar, pero que necesitábamos como el aire. Sentir sus labios contra los míos, el calor de su piel, era como volver a la vida después de haber estado sumido en la oscuridad.
Cuando nos separamos, ambos estábamos sin aliento. Mia me miró con los ojos brillantes, y en su expresión vi la misma confusión y deseo que sentía yo. Pero también había miedo, un miedo que conocía muy bien.
—Lucas... —empezó a decir, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta.
—No tienes que decir nada. —Sacudí la cabeza, tomando sus manos entre las mías—. No voy a pretender que todo está bien, pero no puedo seguir alejándome de ti. No quiero.
Ella cerró los ojos, sus labios temblando ligeramente. La lucha interna que reflejaba su rostro me desgarró. Había tantas cosas que habían quedado sin resolver, tantas heridas que aún no cicatrizaban. Pero en ese momento, ninguno de los dos podía negar que lo que sentíamos era real, más fuerte de lo que habíamos querido admitir.
—Yo tampoco quiero seguir lejos de ti —confesó finalmente, su voz apenas un susurro.
La abracé, estrechándola contra mi pecho, sintiendo cómo sus brazos me rodeaban. No sabía lo que vendría después, pero por primera vez en mucho tiempo, había esperanza. Y eso era todo lo que necesitábamos.
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Editado: 26.10.2024