ALEXANDER:
La vida en Londres, donde he vivido desde que tengo memoria, se ha convertido en una rutina monótona y sin emociones. Pronto empezaré clases en la Universidad General de London, una de las mejores universidades de la ciudad, y lo hago solo por petición de mis padres. Desde la secundaria he detestado estudiar. No porque no sea capaz, sino porque no soporto rodearme de personas hipócritas que solo buscan aprovecharse de los demás. A pesar de mi personalidad extrovertida, logré mantenerme fuera del radar la mayor parte del tiempo, al menos hasta que Alejandro, uno de mis mejores amigos, tuvo que arruinarlo todo publicando fotos de nuestras vacaciones en España.
Alejandro y yo habíamos perdido contacto antes de entrar a la preparatoria debido a problemas familiares suyos. Pasó mucho tiempo sin saber nada de él, hasta que retomó el contacto después de terminar la prepa. Aunque no le guardo rencor por mostrar mi verdadera apariencia en esas fotos, sí llegué a llamarlo para amenazarlo. Él, por supuesto, se rio y dijo que pronto vendría de intercambio a Londres junto con su adorada novia, a la cual conocí durante las vacaciones. No puedo negar que es guapa, pero tiene una vibra extraña que me hace desconfiar de ella.
Mi vida, en realidad, ha sido bastante insignificante. He tenido un par de parejas, pero nunca las tomé en serio porque fueron relaciones arregladas por mis padres, obsesionados con alejarme de la tecnología y los libros que tanto disfruto. Hoy es el día que debo inscribirme en la universidad y pagar la matrícula. Mis padres, herederos de algunas de las familias más ricas de Londres, nunca han tenido problemas de dinero, lo que me convierte a mí, como el hijo mayor, en el principal heredero. Sin embargo, mi hermano Antony es quien realmente disfruta los negocios y la economía, Yo, por el contrario, tengo una pasión por la psicología. Me fascina estudiar el comportamiento humano y ayudar a personas con problemas graves como la depresión. Por eso, con el apoyo de Antony y sin que mis padres lo sepan, planeo entrar la facultad de medicina. Sé que, cuando se enteren, habrá un gran problema, pero no me importa.
Después de completar el proceso de inscripción y pagar la matrícula, me dirijo al entrenamiento de fútbol. Adoro el fútbol más que a mi vida misma. Mi padre me enseñó a jugarlo desde pequeño, y nunca me prohibieron entrenar. Es por eso que, a veces, soporto las demás exigencias de mis padres.
Ya lejos de la universidad, me quito los lentes para estar más cómodo. A lo lejos, veo a dos personas corriendo en mi dirección. Al principio no les presto atención; podría tratarse de alguien jugando. En Londres es común ver espectáculos callejeros. Sin embargo, mi percepción cambia cuando escucho a una chica gritar que detengan al ladrón. No tengo ganas de hacerme el héroe, pero los robos en esta ciudad son poco comunes, lo que me lleva a pensar que esta chica tiene mala suerte.
Cuando el chico está a punto de pasar junto a mí, extiendo el pie y lo hago caer de inmediato al suelo. La chica que venía tras él se detiene agitada, con las mejillas encendidas por el esfuerzo. Al verla, me quedo pasmado. He conocido a muchas chicas hermosas, pero ninguna como ella. Su cabello castaño claro, revuelto por la carrera, brilla bajo el sol, y sus ojos cafés oscuros, enmarcador por pestañas largas y naturales, son hipnotizantes.
Mientras la observo idiotizado, ella se agacha para recuperar lo que parece ser su teléfono. El ladrón, que cayó con fuerza, sigue en el suelo, aparentemente incapaz de levantarse por un tobillo torcido. La chica corre hacia un policía cercano para explicarle lo ocurrido, y el oficial arresta al ladrón. Cuando la multitud empieza a dispersarse, también intento irme, pero siento una mano que me detiene por el brazo.
— Oye… Bueno, quería agradecerte por lo que hiciste — dice la chica, todavía agitada y nerviosa —
— No es nada — respondo, intentando sonar despreocupado—
En serio, gracias. No sé qué habría hecho si se perdía mi teléfono — dice, sosteniéndolo como si fuera su mayor tesoro—
— Es solo un teléfono. No deberías arriesgar tu vida así —le digo, intentado aconsejarla—
— Lo sé, pero tengo información muy importante aquí —responde, dejándome pensativo. Hoy en día todo se sube a la nube, así que debe a ver algo más en ese aparato—
Justo cuando iba a decir algo más, un chico alto y bronceado, con rasgos similares a los de ella, se acerca con un aire de preocupación.
— ¡Carajo, Niki! ¿Por qué tienes que desaparecer así? Si no fuera porque varias personas te vieron persiguiendo a alguien, no sabría dónde estabas —dice, regañándola con evidente nerviosismo—
Así me entero de que la chica bonita se llama Niki. ¿Niki de Nicole? ¿O Niki, Niki? Debo preguntárselo. Ella se disculpa repetidamente, explicando lo ocurrido con el ladrón. El señor parece preocupado, pero alivio. Luego, nota mi presencia.
— ¿Y tú quién eres? —pregunta con una ceja levantada—
— Lo siento —interviene Niki antes de que yo pueda responder—Él me ayudó a detener al ladrón—
— Oh, muchas gracias por ayudar a mi hermana —dice el chico, relajando un poco su expresión—
Me ofrece invitarme algo como agradecimiento, pero ya estoy retrasado para mi entrenamiento. Declino cortésmente y me despido. Antes de irme, noto que Niki está absorta en su teléfono, como si lo que busca fuera vital. Yo, en cambio, no pude dejar de pensar en ella. A veces, un encuentro inesperado basta para sacudir la monotonía. Quizá este era uno de esos momentos. Quizá ella era uno de esos momentos.
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Editado: 09.01.2025