Bajo el mismo cielo

CAPÍTULO 3

NICOLE:

El aire quema mis pulmones después de correr más de diez cuadras, pero no puedo detenerme. Ese ladrón no puede llevarse mi celular. No es el aparato en sí, sino lo que contiene: las únicas fotos con “esa persona”. Intento que mis piernas no fallen, aunque la distancia entre nosotros se agranda. En la preparatoria jugaba fútbol, pero desde que dejé de practicarlo por problemas que tuve con él, mi condición física ha empeorado.

Cuando estoy a punto de rendirme, lo veo tropezar. Un chico le saca el pie disimuladamente, y el ladrón cae al suelo de forma dramática. No pierdo un segundo: corro hacia él, me agacho y le arranco el teléfono de las manos. Alrededor de nosotros se junta una pequeña multitud. Entre ellos, veo a un policía cerca, y aprovecho para denunciar lo que acaba de pasar. El ladrón es detenido, y por fin puedo respirar. Mi corazón late desbocado, y las piernas me tiemblan como si fueran a ceder.

Nunca me he obsesionado con lo material, pero esas fotos…son invaluables.

Me apresuro a agradecer al chico que intervino. Apenas le presto atención mientras me reprende; estoy ocupada revisando mi teléfono. Mi hermano llega poco después. Como siempre, me regaña por mi imprudencia. Ambos me reprenden, pero sólo puedo murmurar disculpas mientras bajo la cabeza. Me siento culpable por causarles tantas molestias.

Lucas, como es su estilo, se ofrece a invitar al chico a un café en agradecimiento. Sin embargo, él rechaza la invitación alegando que tiene prisa y se marcha. Apenas puedo recordar su rostro; mi atención esta en otra parte. Estoy segura de que Lucas me lo recriminará luego.

Cuando volvemos al auto, el sermón no tarda en llegar.

― Nicole, no debiste correr tras ese ladrón. No conoces esta ciudad y podría haber tenido un arma ― Lucas parece realmente molesto―

― Lo sé, tienes razón. No volverá a pasar ―prometo, aunque mis palabras suenan vacías hasta para mí misma―

Lucas suspira, agotado. Su frustración golpea una fibra sensible dentro de mí. Esa sensación de ser una carga para mi familia vuelve a invadirme. Mis ojos se llenan de lágrimas, y Lucas lo nota. Detiene el auto al instante.

― Niki, no quise hacerte llorar. Sólo me preocupa que te pase algo ―doce, ahora con tono de culpa―

― Lo sé. Estoy bien, sólo estoy… sensible ―respondo, intentando aliviar su pesar―

Con eso parece calmarse un poco. Retoma la marcha hacia casa, y el resto del camino transcurre en silencio. Al llegar, mamá nos recibe con su ternura habitual.

― ¿Cómo les fue?

Lucas y yo nos miramos. No pensamos contarle nada; sólo diría que me he puesto en peligro y se preocuparía innecesariamente.

― Todo bien, mamá. Mañana empiezo clases ―le respondo con una sonrisa forzada―

No hablamos más, mi madre es una persona de pocas palabras. La tarde pasa rápido entre cajas y decoraciones. Quiero que mi habitación luzca diferente esta vez: algo más serio, algo nuevo. Cuando termino, es tarde. Bajo a la cocina poro un vaso de leche y me encuentro con Lucas.

― ¿Lista para tu primer día? ―pregunta mientras bebe agua―

― Creo que sí. Aunque estoy un poco nerviosa. Ya sabes por qué.

― No todas las personas son como él… ―empieza a decir―

― No digas su nombre ―lo interrumpo, sintiendo una punzada en el pecho. ― Sé que no todos son como él, pero a veces temo que alguien pueda ser peor.

Lucas me observa fijamente, su preocupación evidente. Su mirada me incomoda, pero también me reconforta.

― Tranquilo. La terapia ayudó mucho. Esta vez podré relacionarme con los demás ―digo dudosa―

Lucas no parece convencido del todo, pero me abraza.

― Niki, cuéntame todo, ¿vale? Promételo ―dice serio―

― Lo haré ―respondo. Esta vez no cometeré los mismos errores ―

Subo a mi habitación y, entre pensamientos sobre la universidad y los temores de lo que podría venir, me quedo dormida.

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Cuando despierto, miro mi teléfono. Tengo tiempo de sobra. Me alisto con calma y espero a que Lucas me lleve. Mamá se despide con dulzura.

― Que tengas un buen día, pequeña.

― Gracias, mamá. Te amo ―le respondo antes de subir al auto.

El trayecto es tranquilo. La música llena el silencio. No hablamos mucho, pero Lucas me lanza una sonrisa de vez en cuando, como si quisiera asegurarse de que estoy bien. Cuando llegamos, me despido de él y bajo el auto.

La universidad es inmensa. Las aulas son modernas, y la presencia de guardas de seguridad me da algo de tranquilidad. Encuentro mi salón sin problemas. Al entras, lo veo. Un chico está sentado cerca de la venta. Lo vi desde la puerta: alto, con lentes algo anticuados que apenas lograban ocultar sus rasgos finos y su mirada tranquila. Cruzamos miradas y él me sonrío. Había algo en su sonrisa que me desarmó, un sentimiento que me hizo sentir culpable por un instante, como si traicionara un recuerdo que aún me pesaba.

Sacudo la cabeza y me siento en medio del salón. Apenas tomo asiento, siento un toque en el hombro. Es él.




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