ALEXANDER:
Ahí estaba ella. Niki, la chica que conocí ayer y que no pude sacar de mi mente en toda la tarde y noche. Cuando nuestras miradas se encontraron esta mañana, sentí una conexión inexplicable. Mi madre siempre dijo que, cuando encuentras a la persona indicada, lo sabes. Que todo lo que siente tu corazón es instintivo y claro. Nunca le creí, pensaba que eran cosas de novelas. Pero ahora empiezo a entenderlo.
Niki es diferente. No sé cómo explicarlo, pero su sonrisa para mi es preciosa. Hay algo en su forma de ser que me atrae. Quizá es la mezcla de dulzura e inocencia en sus gestos, combinada con esa cautela que me intriga. Sin embargo, esto también me preocupa. No quiero precipitarme ni hacer algo que la aleje. Apenas la conozco, y ya siento esta absurda necesidad de protegerla, como si fuera lo frágil y valioso del mundo.
El intercambio que tuvimos antes de clase fue breve, pero suficiente para confirmar lo que pensé desde ayer: es tan dulce como parece. Su voz suave, casi titubeante, tiene algo que me desarma. Durante las clases, no pude evitar observarla de vez en cuando. Estaba concentrada en tomar notas, y cada tanto mordía el extremo de su bolígrafo, como si eso le ayudara a organizar sus pensamientos. Todo en ella me parecía fascinante.
Cuando terminó el primer horario, decidí acercarme. Quería invitarla a recorrer la universidad juntos, pero antes de que pudiera decir algo, vi que varias chicas se le acercaban. Una de ellas, más pequeña y de cabello oscuro, se presentó como Leonora. Aunque Niki sonrió y trató de ser amable, noté cierta incomodidad en su postura. Sus ojos, que habían estado brillantes hace unos momentos, se tornaron más reservados. No quise interrumpir, así que me quedé observando desde mi asiento al fondo del aula. No es habitual que me interese tanto por alguien, pero con ella es distinto. Siento una urgencia que no entiendo.
Después del receso. Niki regresó riéndose con Leonora. La escena me alivió; parecía más relajada. Aunque traté de concentrarme en las clases, mi atención gravitaba hacia ella. Cada vez que me miraba de reojo, me esforzaba por disimular una sonrisa, pero no pod´dia evitarlo del todo. Su presencia llenaba el aula de una manera que nunca había experimentado.
Al terminar la última clase, finalmente reuní el valor para hablar con ella. Me acerqué antes de que se levantara del asiento.
― ¿Qué te pareció tu primer día? ―pregunté con genuino interés―
― Fueron clases maravillosas. Estudiar psicología siempre fue mi sueño ―respondió, y su mirada se iluminó al mencionarlo. Su entusiasmo era contagioso, y no pude evitar sonreír también ―
― Es genial que tengamos eso en común ―dije, casi sin pensar. Al instante noté un destello de incomodidad en sus ojos y maldije mi torpeza―
― Mmm… sí ―respondía en un murmullo, como si no supiera cómo continuar―
― Perdona si te incomodé ―me apresuré a disculparme, sintiendo que tal vez había cruzado una línea invisible―
Ella suspiró, pareciendo reunir valor antes de hablar.
― No te preocupes. Es solo que… no estoy acostumbrada a hablar con chicos ―confesó, desviando la mirada―
Esa declaración me sorprendió. Con su belleza y carisma, era difícil creer que no tuviera experiencia tratando con chicos. Pero su tono era sincero, y aquello despertó más preguntas en mi mente: ¿por qué evitaba a los hombres? ¿Había un trasfondo en esto?
― Está bien ―dije con calma― Iremos a tu ritmo.
Mi respuesta pareció relajarla, porque me regaló otra de esas sonrisas que hacían que todo valiera la pena. Era sincera, sin rastros de hipocresía, algo tan raro de encontrar.
― Gracias, Alexander…. Me tengo que ir ―dijo de pronto, y sentí un leve pesar al ver cómo se alejaba―
― Nos vemos mañana ―me despedí, tratando de sonar casual, aunque por dentro no quería que se fuera.
Se reunió con Leonora, y ambas salieron juntas del aula. Me quedé parado unos segundos, observándolas hasta que desaparecieron. Fue entonces cuando un chico se me acercó con una sonrisa amplia.
― Alexander, ¿verdad? ―preguntó con entusiasmo―
Lo miré con una mezcla de curiosidad y desgano ― Sí, ¿por qué?
― Soy Cristian. Mucho gusto ―se presentó, extendiendo su mano. Había algo en su actitud que no cuadraba con la falsedad que solía encontrar en los eventos de mis padres―
― Un gusto ―respondí secamente, sin estrechar su mano, y me dispuse a marcharme.
― Espera ―dijo con nerviosismo, pero reunió el valor para continuar― Sé que no eres muy sociable, pero… me gustaría ser tu amigo.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. Siempre he mantenido distancia de la gente, acostumbrado a que busquen algo de mí. Pero él no parecía tener intenciones ocultas. Después de unos segundos, asentí.
― Supongo que está bien ―respondí―
Cristian sonrió ampliamente, como si mi respuesta fuera lo mejor que le había pasado. Salimos juntos de la universidad, y al poco rato me encontré disfrutando de su compañía. Descubrí que había estudiado en mi preparatoria, pero se había cambiado a otra por problemas familiares.
La tarde trascurrió entre mi entrenamiento y reflexiones. Al llegar a casa, exhausto, solo una imagen llenaba mi mente: Niki. Esa chica de ojos castaños que había entrado a mi vida de forma inesperada y ahora, debía decidir si estaba listo para dejar que este sentimiento creciera y se convirtiera en algo más.
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Editado: 09.01.2025