Bajo el mismo cielo

CAPÍTULO 5

ALEXANDER:

Tres meses después:

Los días se transformaron en semanas, y las semanas en meses. En todo ese tiempo, me di cuenta de que Niki valía la pena. Era sincera, empática y generosa. Siempre estaba lista para ayudar a cualquiera que necesitara, aunque también era estricta, una cualidad que, curiosamente, la hacía aún más atractiva para mí. Sin embargo, me frustraba que, a pesar de todos mis intentos, Niki mantenía su distancia. Parecía inmune a mis esfuerzos por acercarme.

El primer mes, la invité a un café famoso de la ciudad. Me rechazó con una excusa que me pareció razonable: necesitaba tiempo para adaptarse a su nueva vida en la ciudad y en la universidad. Pero esa renuencia no era solo hacía mí. Durante ese tiempo, varios chicos también intentaron algo y ella los rechazó con la misma firmeza. No voy a mentir, cada vez que alguien lo intentaba, sentía unas ganas irracionales de intervenir. No mostraba mi enojo porque prefería mantener la fachada de un chico que comprende los límites, pero por dentro me consumía una sensación extraña y casi territorial.

¿Por qué me afectaba tanto? Tal vez porque desde el primer momento que vi a Niki algo en ella despertó en mí una sensación de protección que nunca había experimentado. A pesar de mi frustración, decidí respetar sus tiempos y seguir buscando formas de acercarme, sin invadir su espacio.

Con el tiempo, las cosas comenzaron a cambiar. Durante el segundo mes, Niki aceptó trabajar conmigo y Cristian en varios proyectos de la universidad. Siempre incluía a su amiga Leonora. En esos momentos, empecé a conocerla un poco más. Era extremadamente responsable y tenía una opinión firme sobre casi todo, pero también podía ser divertida cuando se relajaba.

Cristian y yo también nos volvimos cercanos. Se unió a mi equipo de entrenamiento, y nuestra amistad creció rápidamente. Al principio dudé de él; crecer en un ambiente donde mis padres me enseñaron a no confiar plenamente en nadie me había hecho cauteloso. Sin embargo, Cristian demostró ser alguien genuino y leal, cualidades que comencé a valorar profundamente.

Con Niki, a pesar de nuestros avances, aún había muchas cosas que no sabía. Nunca hablaba de sus amigos de España o de por qué vino a Londres. Tampoco mencionaba si tenía pareja, y llegué a pensar que si por el rechazo constante a todos los chicos que se le acercaban.

Fue el tercer mes cuando finalmente aceptó salir conmigo. La emoción que sentí fue tan grande que comencé a prepararme horas antes de la cita. Llegué mucho antes de lo previsto, pero no me importó esperar. Sabía que Niki siempre era puntual; lo había notado desde el primer día de clases.

Cuando llegó, me dejó sin palabras. Llevaba un vestido corto que acentuaba su figura de manera elegante y unos zapatos de tacón alto que la hacían parecer más segura de sí misma. Su cabello caía en ondas sueltas, y no podía apartar la mirada.

— Hola, Niki —saludé con una timidez no habitual en mí —

— Hola, Alex —respondió con esa sonrisa que siempre lograba desarmarme —

— ¿Nos vamos? —pregunté, intentando sonar relajado —

— Claro ―dijo con una pequeña inclinación de cabeza―

Mientras caminábamos, mantuve cierta distancia. Desde que la conocí, noté que ella era reservada tanto con hombre como con mujeres. No quería incomodarla con ningún gesto imprudente. Al llegar al café, decidí seguir el ejemplo de mi padre, quien siempre decía que los pequeños gestos importan. Aparté una silla para que Niki se sentara primero, un detalle que pareció tomarla desprevenida. Me lanzó una mirada extraña, pero al final sonrió y se sentó agradecida. Me acomodé frente a ella, y entonces comenzó la parte más complicada: la conversación. No estaba seguro de cómo empezar. ¿Debía hablarle directamente sobre mis sentimientos? ¿O eso la espantaría? Mientras me debatía, Niki rompió el silencio.

― ¿Cómo estás? ―preguntó―

― Bien… eso creo ―respondí, y casi me golpeo mentalmente por mi torpeza―

― Me alegra mucho ―dijo con una sonrisa cálida, pero luego el silencio volvió a instalarse entre nosotros―

La mesera llegó para tomar el pedido, y fue entonces cuando descubrí algo nuevo sobre ella: amaba la fresa. Pidió un batido, un cheesecake y hasta un chocolate de fresa. Me pareció adorable, un detalle que guardé como un tesoro. Cuando llegaron nuestros platos, supe que ya no podía postergar más lo que quería decir. Tomé una respiración profunda, tratando de calmar mis nervios.

― Bueno… este… ―comencé con dificultad, sintiéndome torpe― Para lo que te invité a salir es…

Sentí que las palabras no salían, y la duda se apoderaba de mí. Noté cómo ella arqueaba ligeramente una ceja, su mirada cargada de curiosidad.

― ¿Estás bien? ―preguntó con suavidad, y eso solo hizo que me sintiera más tonto―

Finalmente, reuní el valor para decirle lo que llevaba meses queriendo confesar. Sabía que era un riesgo, pero no podía seguir callándolo.

― Niki ―dije, buscando su mirada― Desde la primera vez que te vi, siento algo por ti. No quiero que te sientas presionada, pero necesitaba decirte lo que siento.

Ella me miró, sorprendida. Su expresión era indescifrable, y mi corazón latía con fuerza mientras esperaba su respuesta.




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