Bajo el mismo cielo

CAPÍTULO 9

NICOLE:

Contarle a Alex sobre mi fallida relación amorosa fue más liberador de lo que esperaba. Mientras hablaba, sentía cómo se aliviaba un peso que había llevado por demasiado tiempo. La mayoría de las personas me miraban con pena, pronunciaban frases como “pobresita” o “qué lamentable”, pero no él. Ni Alex ni Leo lo hacían; ambos simplemente escuchaban. Alex me reconfortaba sin necesidad de palabras innecesarias, y eso hacía toda la diferencia.

Cuando me aparté de su abrazo, lo hizo con una delicadeza que casi me hace llorar de nuevo.

― ¿Estás bien? ―preguntó con suavidad.

Asentí mientras trataba de secarme las lágrimas con el pañuelo que me había dado en la cafetería.

― Sí, lo siento. Aún me cuesta hablar de esto.

― Lo imagino ―respondió con tristeza― Pero ¿qué paso antes de que viajaras a Londres?

― Nada especial. Ellos siguieron juntos mientras yo intentaba sanar lejos. Perder el contacto con todos después de la graduación fue un alivio en cierto modo. Viajar al extranjero me ayudó a dejar atrás el dolor.

Me reí sin ganas, pero él no perdió su mirada seria.

― ¿Es por eso por lo que no quieres una relación? ―preguntó, pensativo.

Meditar la respuesta fue inevitable. Ya había trabajado esto con mi terapeuta y me había decidido a dar una oportunidad a este sentimiento por Alex. Sin embargo, no quería que pareciera una declaración precipitada.

― En parte, sí. Lo que pasé me marcó profundamente, pero estoy trabajando en ello. Quiero que sepas que estoy en terapia, que estoy avanzando. Alex, tú eres una luz en mi vida, y quiero que te quedes en ella.

Su sonrisa se iluminó de una forma que hizo desaparecer los fantasmas en mi mente. Él era diferente, y eso me daba esperanza.

― Bonita, tendré toda la paciencia del mundo si eso significa que tu corazón puede ser mío ―dijo, mirándome con dulzura― No te preocupes. Solo quiero que me permitas abrazarte y tomarte de la mano.

Mi corazón se llenó de algo que no sentía hace mucho: confianza. Lo abracé con fuerza, agradecida por su respeto y comprensión.

― Gracias Alex, por respetar mi tiempo y espacio.

Nos quedamos abrazados unos minutos más. Luego con su voz calmada, me dijo:

― Quiero que recuerdes algo: estaré para ti en todo lo que necesites y no dudes en contarme cualquier cosa bonita.

Cuando finalmente nos separamos, me miró con una sonrisa que quedó grabada en mi corazón. Aun así, sabía que no estaba lista para entregarme por completo. Las pesadillas seguían acosándome, y los recuerdos de lo que había vivido no eran fáciles de disipar.

+++

“Días después, él regresó pidiendo perdón. Confesó que se había ilusionado con lo que Frida le dijo y como tonto cayó. Yo no dije mucho porque había llorado mares esas semanas que estuvimos separados. Lo acepté enseguida porque pensé que si regresaba conmigo significaba que me amaba, que solo estaba confundido. Regresamos y él empezó a portarse muy bien conmigo, incluso me dio el primer regalo en nuestra relación, un peluche de perrito que adoro con mi vida; siempre duermo abrazada a él. La navidad no pudimos pasar juntos porque mencionó que tenía varios problemas familiares y debían viajar a Londres, donde vivían las hermanas de su madre. No hablamos mucho en esas fechas porque siempre estaba ocupado, no mandaba mensajes ni avisaba como estaba a pesar de que todos los días le enviaba un mensaje.

Al regresar de vacaciones, todo se complicó. El detonante fue una pelea entre él y Adriana en los pasillos de la escuela. Andrea, una compañera de clase, y yo llevábamos unos documentos a dirección cuando escuchamos los gritos.

― ¡Te dije que me dejaras en paz! ―gritaba Adriana, su voz temblando de rabia.

― Eres tú quien debe alejarse de Nicole ―respondía él, con el tono de alguien que estaba a punto de perder el control― Deja de meterle ideas absurdas en la cabeza.

Andrea y yo nos detuvimos en seco, mirando cómo la pelea atraía a un grupo de curiosos.

― ¡Yo no le meto ideas tontas! ―replicó Adriana― Solo le digo la verdad: que quieres aprovecharte de ella.

El corazón me dio un vuelco. Todo encajaba: las advertencias de Adriana y su distancia conmigo en las últimas semanas tenían que ver con él. Sin pensarlo, corrí hacia ellos justo cuando él levantaba la mano, dispuesto a golpearla.

― ¡¿Qué haces?! ―grité, colocándome entre ambos― ¿Te atreverías a golpearla? ―pregunté, horrorizada.

Él bajó la mano, sorprendido, pero su expresión de furia no desapareció.

― Ella es mi amiga ―le dije con frialdad― Pero tú… ¿cómo te atreves siquiera a pensar en golpearla?

Adriana, que había estado inmóvil, de repente se soltó de mi agarre y me gritó:

― ¡Yo no necesito que me defiendas, Nicole! ¡Vete con él si tanto lo quieres!

No pude evitar que las lágrimas llenaran mis ojos. La tomé del brazo con fuerza y la llevé a un aula vacía mientras los murmullos de los estudiantes se apagaban tras nosotros.




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