Bajo el mismo cielo

CAPÍTULO 12

ALEXANDER:

Esperaba con ansias este día, ver de nuevo a mi bonita y hablar con ella. Desde que la conocí, algo en mí cambió. Esa mezcla de dulzura y misterio que la rodeaba me tenía fascinado. Al salir de casa, el destino parecía querer ponerme a prueba: la llanta de mi coche se pinchó. Perdí un tiempo precioso esperando a que la cambiaran y llegué justo a tiempo para la clase. Al entrar, el docente iba apenas cruzando la puerta, lo que me permitió escabullirme sin llamar mucho la atención.

Busqué con la mirada a Niki. Ahí estaba, en su puesto habitual, con esa sonrisa que me desarma. Sin embargo, algo en su expresión cambió de repente; frunció el ceño y sus ojos parecieron apagarse por un instante. Me preocupó. ¿Qué había pasado? Decidí que esperaría al final de la clase para hablar con ella.

El profesor pidió que nos presentáramos para fomentar la integración del grupo. Pero, para ser honesto, apenas presté atención. Mis ojos estaban fijos en Niki, memorizando cada pequeño gesto. Cuando la clase terminó, me quedé en mi lugar, esperando que se acercara ya que la vi pararse. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso hacía mí, una figura familiar se interpuso.

― ¡Alex! ¡Qué gusto verte aquí! ―La reconocí de inmediato por su tono chillón y su exceso de entusiasmo. Era Isabela Lane, la hija de la mejor amiga de mi madre. Siempre se las arreglaba para aparecer en los momentos más inoportunos.

― Hola, Isabela ―respondí dándole una sonrisa educada, pero distante. Mientras intentaba buscar a Niki detrás de ella. Pero Isabela parecía decidida a monopolizar mi atención.

― No sabía que estudiabas aquí ―continuó, con esa voz melosa que me resultaba insoportable― Mi mamá me había dicho que ibas a la facultad de economía.

― Cambié de carrera. Ahora, si me disculpas… ―Intenté moverme para apartarme de ella, pero dio un paso al frente, demasiado cerca de mi silla.

― ¡Oh, espera! No seas así, hace tanto que no hablamos ―dijo, inclinándose como si fuera a abrazarme.

No podía permitirlo. Si Niki nos veía, malinterpretaría todo. Levanté una mano para detenerla.

― ¡Alto ahí! Ni se te ocurra. Ya no somos niños, Isabela. Mantén tu distancia.

Su rostro reflejó una mezcla de dolor y molestia, pero no me importó. No iba a poner en riesgo lo que estaba construyendo con Niki por culpa de sus excentricidades.

― Alex, somos amigos de la infancia. No seas cruel ―intentó suavizar la situación, pero ya no le prestaba atención.

Finalmente, logré zafarme de ella, pero fue demasiado tarde. Niki ya no estaba en el aula. Alcancé a ver cómo Leonora la tomaba de la mano y ambas salían juntas. Al principio, no me preocupé. Tal vez habían salido a comprar algo. Sin embargo, las siguientes clases comenzaron y ellas no regresaban. Poco a poco mi inquietud creció.

Cuando terminaron las clases de la mañana, salí rápidamente en su búsqueda. Revise el bar, las gradas, el estadio y hasta el coliseo, pero no había rastro de ellas. Mandé mensajes a Niki y la llamé varias veces, pero no obtuve respuesta. Estaba a punto de marcarle a Leonora cuando, finalmente, las vi sentadas en una banca. Sentí un alivio inmenso y me acerqué corriendo.

Niki estaba bien, al menos físicamente. Pero había algo en su actitud que no me cuadraba. Cuando intentó levantarse para irse, Leonora la detuvo. Le agradecí mentalmente por eso.

― ¿Estás bien, bonita? ¿Qué pasó? ―le pregunté, intentando mantener la calma.

Niki evitó mi mirada y jugueteó con la cadenita que siempre llevaba puesta, un hábito suyo cuando estaba nerviosa.

― Estoy bien… ―respondió en voz baja. Leonora la miró con una mezcla de advertencia y ternura antes de levantarse.

― Los dejo para que hablen. Debo ir a casa ―anunció.

― Leo… ―intentó detenerla Niki, pero su amiga negó con la cabeza y se marchó.

Me senté a su lado, decidido a obtener una respuesta sincera.

― ¿Bonita? ―insistí― ¿Puedes decirme qué pasa?

Niki suspiró y evitó mis ojos. No quería presionarla, así que esperé en silencio. Después de unos minutos, murmuró:

― No es nada… Solo me sentí mal. Leo me acompañó a comprar una pastilla y algo de comer.

Algo en su tono no me convenció, pero decidí no insistir. Sabía que forzarla no serviría de nada.

― Está bien, bonita. Pero la próxima vez, por favor, contéstame el teléfono. Me preocupé por ti.

Ella asintió ligeramente y me miró por fin.

― ¿Y tú? ¿Qué tal las clases? ―preguntó, cambiando de tema.

― Nada interesante. Solo presentaciones e introducciones. No te perdiste de nada importante.

― ¿Y las presentaciones?

― Aburridas. Ya sabes que no presto mucha atención a los demás.

― ¿Y quién era la chica? ―preguntó de repente, mirándome fijamente.

― ¿Qué chica? ―respondí, confundido.

― La que se acercó a hablarte ―aclaró, con una mueca.

Me tomó un segundo recordar a Isabela. Ah, así que eso era.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.