Bajo el mismo cielo

CAPÍTULO 14

ALEXANDER:

Ver a Niki tan perdida en clases me hizo sentir un nudo en el estómago. Su mirada, fija en un punto invisible, cargaba con una tristeza que no entendía del todo, pero me inquieta profundamente. Cuando el maestro le llamó la atención y ella no reaccionó inmediatamente, supe que algo andaba mal. ¿Sería por lo que ocurrió con Isabela? Esa posibilidad me carcomía. Niki tenía una manera de sobrepensar las cosas que, aunque admiraba, podía jugarle en contra. Pero lo que más me dolía era la idea de que mi acción, o mi falta de acción, pudiera estar causándole ese malestar.

Apenas tocaron el timbre, me levanté y me acerqué a ella. Antes de que pudiera escaparse entre la multitud, tomé delicadamente su muñeca. Podía sentir su frágil y delicada piel bajo mis dedos. Sus ojos me miraron con una mezcla de sorpresa y duda, pero antes de que pudiera inventar alguna excusa para alejarse, Leonora apareció de la nada y le lanzó una mirada que claramente decía: “No te atrevas a esquivarlo”. Al estar en un lugar alejado, finalmente hablé.

― Bonita, ¿qué pasó? ―pregunté, intentando que mi voz sonara calmada.

― Nada, solo me distraje. No es algo que tenga que ver contigo ―dijo, su tono seco clavándose como un cuchillo en mi pecho.

“No tiene que ver contigo”. Esa frase retumbó en mi cabeza como campana, apagando cualquier otra cosa a mi alrededor. Había algo en su forma de decirlo que dolía más de lo que quería admitir. Por un momento, no supe qué responder. Ella no solía ser tan agresiva. Pero justo cuando las palabras empezaban a formar un nudo en mi garganta, vi cómo su expresión cambiaba. Sus ojos, normalmente llenos de dolor, ahora mostraban arrepentimiento.

― ¡ L-lo siento! ―murmuró, su voz temblando. Su respiración se aceleró y pude ver cómo sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas―. No me puedo controlar, en serio lo siento.

― Bonita, no te disculpes. Solo quiero saber qué tienes.

Ella respiró hondo y pareció calmarse un poco, aunque seguía sin mirarme directamente. El silencio entre nosotros era pesado, pero me negué a romperlo hasta que ella estuviera lista. Finalmente, con un hilo de voz, susurró:

― Me puse celosa.

Mis ojos se abrieron un poco más, sorprendido por su confesión. Podía sentir una sonrisa formándose en mi rostro, pero no quise presionarla, así que, inclinado hacia ella, le dije:

― Disculpa, no te escuché bien. ¿Qué dijiste?

― ¡Que me puse celosa! ―exclamó de pronto, su rostro encendiéndose de un rojo intenso. Me miró y, al notar mi sonrisa, pareció hundirse un poco en su vergüenza.

Aquello me alegró más de lo que podía admitir. Su confesión, aunque envuelta en nerviosismo, era un paso adelante. Niki me miraba como algo más que un amigo, y eso me llenaba de esperanza.

― Bonita, ya te lo dije: Isabela solo es la hija de la mejor amiga de mi madre. No hay nada entre nosotros.

― Pero dijiste que no te agrada, y estaban muy juntos escuchando música ―replicó, cruzando los brazos en una expresión que me hizo sonreír aún más.

La forma en que se fijaba en los detalles me dejó claro que necesitaba ser más cuidadoso con mis palabras.

― Tienes razón, pero ella ofreció ser mi amiga y llevarnos en paz. No hay nada más. Te lo prometo.

― Ella no te ve como un amigo ―insistió con una mezcla de molestia y vulnerabilidad que me hizo querer abrazarla.

― Lo sé, bonita. Pero yo no tengo ojos para otra chica que no seas tú ―dije, tomando sus manos y llevándolas a mis labios.

El gesto pareció calmarla un poco, aunque también la puso nerviosa. Su rostro se encendió de nuevo y apartó la mirada mientras tartamudeaba:

― Ba-basta.

― ¿Estás más tranquila, bonita? ―pregunté, dejando caer un beso más en sus manos.

― Lo estoy ―dijo finalmente, aunque su voz seguía temblando un poco.

No entendía del todo de dónde venían tantas inseguridades. Quiero que, conmigo, Niki sienta que no tiene razones para dudar.

Tomé su rostro con ambas manos y me aseguré de que me estuviera mirando antes de hablar:

― Bonita, quiero que sepas algo: No entiendo bien por qué pusiste esa expresión en clases, pero lo que sí quiero que tengas claro es que no dudes de lo nuestro. Estoy haciendo todo lo posible para que esto funcione, y sé que tú también. Pero necesito que no me ocultes cómo te sientes. Quiero entenderte, apoyarte y que estemos bien.

Ella asintió, y aunque no dijo nada, su expresión pareció suavizarse. Con eso me bastaba por ahora.

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Los días pasaron rápido, y con ellos, las clases. Durante los siguientes dos meses evite cualquier interacción innecesaria con Isabela. Mi madre, dejó de insistir en el tema, pero Mariana no se cansaba de insistir. Aunque me exasperaba el tema, tenía paciencia. Lo que me alivió fue que, al menos durante ese tiempo, Isabela no intentó ninguna jugada contra Nicole, como alguna vez lo hizo con Layla.

Ahora, se acercaba el momento en que le pediría a Niki que fuera mi novia, sentía una mezcla de nerviosismo y entusiasmo. Quise planearlo todo con cuidado. Sabía que no podía pedir consejo a Cristian, porque haría un espectáculo de todo, ni a Leonora, porque la sorpresa se arruinaría en un instante. Así que recurrí a mi amigo, Alejandro.




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