NICOLE
Despierto con el sonido insistente de la alarma. Durante unos segundos, me quedo mirando el techo, intentado ordenar el torbellino de emociones que me golpea cuando recuerdo los sueños de anoche. La frustración y la herida siguen ahí y trato de que no afecten mi estado de ánimo para que las personas de mi alrededor no se preocupen por mí. Me giro hacia el otro lado de la cama. Leonora duerme profundamente con el rostro tranquilo, como si nada y por un momento envidio la paz que ella transmite. Me restriego la cara con ambas manos, intentando borrar el cansancio y esa maraña de sentimientos que aún no logro entender del todo.
He hablado un sinnúmero de veces de esto con mi terapeuta, pero ninguna de las dos encuentra una explicación concreta. Son recuerdos que vuelven sin permiso, como heridas que se niegan a cerrar. Tomo el teléfono y reviso la hora. Si no nos levantamos pronto, llegaremos tarde.
— Despierta, Leo —le digo con suavidad—.
Ella hace un ruido entre gruñido y protesta, se da la vuelta y se cubre la cabeza con la almohada.
— Cinco minutos más… —murmura medio dormida—.
— No, ya es tarde. Cinco minutos se convierten en media hora contigo —insisto, moviéndola un poco hasta que finalmente se incorpora de malas, refunfuñando—.
— Odio las mañanas —masculla—.
— Yo también —respondo, mientras busco mi ropa para vestirme—.
Ambas nos movemos con la torpeza típica de la rutina universitaria. Entre el sonido del agua de la ducha, los pasos apurados y el aroma del café que sube desde la cocina, el día comienza. Cuando salgo del baño, Leo ya está revisando algo en su celular. La observo: es tan distinta a mí y, aún así nos entendemos de una forma que no pensé posible. Su compañía me ha hecho bien.
Las semanas han pasado más rápido de lo que imaginaba. El semestre está por terminar y de alguna manera, siento que todo empieza a tener sentido. Mi relación con Alexander ha mejorado, no podría decir que somos pareja oficialmente, pero hay algo en él que me da tranquilidad. Me escucha, me comprende, y, sobre todo, me respeta. Desde aquel incidente con Isabela, ha puesto límites claros y no ha permitido que vuelva a acercarse. Eso, por más simple que parezca, me dio una paz que había añoso no sentía.
Leonora también ha sido una luz constante. Se ha convertido en esa amiga que no sabía que necesitaba: divertida, directa, y con un don natural para sacarme una sonrisa cuando mi mente se llena de pensamientos oscuros. Y aunque sigo lidiando con los sueños y los recuerdos, ya no siento que me ahogan. Ahora cuando la ansiedad aparece, trato de aplicar lo que mi terapeuta da me ha enseñado: respirar, anclarme al presente, reconocer lo que siento sin dejar que me domine. Aun así, hay días en que mi mente vuelve atrás, al dolor, al engaño, al miedo. Pero ya no me quedo allí tanto tiempo. Tal vez esa sea la verdadera señal de que estoy sanando.
Últimamente hay una idea que no deja de repetirse en mi cabeza: hay personas que no valen lo que duelen. Y mi ex es exactamente eso. Me dolió, me destruyó, y, sin embargo, me enseñó lo que no quiero volver a ser.
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Los exámenes finales llegaron más rápido de lo que imaginé. Siempre he sido buena estudiante, pero eso no impide que el corazón me lata con fuerza cada vez que me siento frente a una hoja en blanco. Esta mañana el aula est6á llena de un silencio nervioso. Todos se preparan, algunos repasan en voz baja, otros solo miran fijamente el escritorio como si las respuestas fueran a aparecer por arte de magia. Alexander se acerca con esa sonrisa tranquila que siempre logra apaciguarme.
— ¿Lista? —me pregunta—
— Tan lista como alguien que no durmió lo suficiente —respondo sonriendo—
— Eso suena a que anoche estudiaste más de lo necesario.
— O a que los nervios no me dejaron dormir —le contesto, y él suelta una risa suave—
Tiene esa forma de reír que no es estruendosa, pero sí contagiosa.
— Confía en ti, Nicole. Has estudiado más que todos los del grupo juntos —dice, apoyando una mano en mi hombro. El toque es ligero, casi imperceptible, pero basta para que mi corazón se acelere.
El profesor reparte las hojas y el silencio se vuelve absoluto. Mientras escribo, pienso en lo mucho que he cambiado. Antes me habría paralizado por miedo a equivocarme. Hoy, respiro, pienso y sigo adelante. Cuando entrego el examen, siento una oleada de alivio. Afuera, el aire parece más fresco. Leonora me espera en la entrada con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¡Terminamos! —exclama, levantando los brazos—
— No cantes victoria aún, falta saber las notas —le respondo, riendo—
Alexander aparece detrás de mí, con el cabello algo despeinado y los papeles del examen bajo el brazo.
— Creo que te fue bien —me dice con seguridad—
— Eso espero —respondo—
— Podríamos celebrarlo después —sugiere con voz casual, aunque noto cierto nerviosismo en sus ojos—.
Leonora levanta una ceja divertida.
— Yo también quiero celebrar —interviene—
Alex la mira y sonríe.
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Editado: 23.10.2025