Bajo el mismo cielo

CAPÍTULO 18

NICOLE

El sonido del despertador me arranca de un sueño que no logro recordar del todo, pero que deja un vacío extraño en el pecho. Estiro la mano para apagarlo y me quedo mirando el techo, intentando obligar a mis pensamientos a calmarse. La luz del amanecer se cuela por las persianas y tiñe la habitación con un tono dorado, cálido y frágil, como si el día todavía dudara en empezar. Me levanto despacio, arrastrando los pies hasta el baño. El espejo me devuelve una imagen con los ojos hinchados y el cabello revuelto. Me mojo la cara con agua fría, respiro hondo y me obligo a sonreír, aunque sea un poco. “Un día más”, me dio en silencio, como si repetirlo bastara para convencerme.

El aroma del café recién hecho llega desde la cocina, y eso me impulsa a salir. Mamá siempre se despierta temprano; dice que el silencio de la mañana es su momento favorito. Cuando entro, la encuentro moviendo una cuchara dentro de su taza, con el cabello recogido en un moño desordenado y esa expresión de paz que solo ella logra tener incluso entre el caos.

— Buenos días, amor —dice al verme—. ¿Dormiste bien?

— Más o menos —respondo, tomando asiento frente a ella—. Soñé algo raro, pero no lo recuerdo.

— Mmm ¿tiene que ver con eso? —pregunta preocupada—. Deberías dejar de estudiar hasta tan noche para que no sepa te vaya el sueño.

— No mamá, no creo que haya sido eso —murmuro, tomando un sorbo de café para disimular que sospecho que sí—.

Mamá arquea una ceja con una sonrisa leve.

— ¿Entonces? ¿Pensando en Alexander, quizá?

Casi escupo el café del susto.

— ¡Mamá! —protesto con las mejillas encendidas—. No empieces, por favor.

Ella suelta una pequeña risa y me observa con cariño.

— No te hagas la desentendida. Es evidente que te gusta. Cuando hablas de él, se te ilumina la cara.

Me cruzo de brazos, intentado aparentar indiferencia.

— Es solo un amigo. Además, hay cosas más importantes que pensar en eso ahora.

Pero incluso mientras lo digo, siento cómo el pecho me late con fuerza. No es tan sencillo negar algo que empieza a crecer sin que te des cuenta. Antes de que mamá pueda responder, escucho la puerta de la cocina abrirse y la voz de Lucas resonar desde el pasillo.

— ¿Ya empezaron con el interrogatorio matutino? —pregunta entre risas—.

— Llegas justo a tiempo para salvarme —le digo, aliviada—.

Lucas deja su mochila en la mesa y se sirve un poco de café. Tiene esa sonrisa relajada que solo se le forma cuando le fue bien en su trabajo.

— ¿Y de qué hablaban? —pregunta con curiosidad—.

— De que tu hermana tiene el gusto pésimo —responde mamá sin dudar—. Está intentado convencerse de que Alexander es “solo un amigo”.

Lucas arquea una ceja mientras se sienta frente a mí.

— ¿Alexander? ¿El que siempre viene a casa contigo?

— Sí, él —replico—. Y mamá está exagerando.

— Ajá… claro —dice él, disimulando una sonrisa burlona—. Entonces supongo que no te pones tan nerviosa cuando te escribe.

— Lucas, en serio —le advierto, lanzándole una mirada asesina.

— Ya, ya —responde levantando las manos—. Solo bromeo. Aunque, si te sirve de consuelo, el tipo parece decente. No como ese imbécil del que prefiero no hablar.

El aire se tensa un segundo. Lucas no pronuncia el nombre de mi ex, pero no hace falta. Ambos sabeos que sigue siendo una sombra en mi vida, una herida que aún se siente si alguien la roza. Mamá cambia el tema enseguida, con esa habilidad suya para suavizar los silencios incómodos.

— Bueno, ya es tarde. Deberías alistarte, Niki. No querrás llegar tarde.

Asiento, agradecida por el cambio de rumbo, y me levanto de la mesa. Mientras subo las escaleras, escucho a Lucas decir algo en voz baja, aunque lo suficiente para que lo oiga:

— Él no te merece, Niki. Y ese Alexander… parece quererte de verdad.

No respondo. No sé qué decir.

+ + + + + +

El camino a la universidad transcurre entre el ruido de la ciudad y mis pensamientos desordenados. A veces me pregunto si Lucas tiene razón. Alexander siempre está ahí, atento, paciente, con esa manera suya de mirarme como si todo lo demás desapareciera. Me hace sentir segura, pero también vulnerable, y eso me asusta más de lo que quisiera admitir. Cuando llego al campus, el viento levanta algunas hojas secas del suelo y las hace bailar frente a mí. El sol cae con suavidad sobre los jardines y el bullicio de los estudiantes llena el aire. Encuentro a Leonora sentada bajo uno de los árboles, revisando su celular. Me acerco y le toco el hombro

— ¡Por fin! —dice al verme—. Pensé que no llegarías nunca.

— Había tráfico —respondo, y dejo escapar una risa —. ¿Qué tal todo?

Leonora sonríe, pero noto un cansancio oculto en sus ojos. Desde hace unos días la siento más callada, más distante.

— Todo bien —dice —. Aunque todavía tengo cosas que resolver…en casa.




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