NICOLE
Esa noche no logro dormir. Me quedo mirando el techo, reviviendo cada detalle, cada palabra. Me siento feliz, pero también asustada. Parte de mí todavía teme que todo esto sea demasiado bueno para ser cierto. Cierro los ojos, y la imagen de su sonrisa vuelve a mí. Y por primera vez en mucho tiempo, me duermo sin dolor. Sin pesadillas y puedo despertar tranquila. Todo gracias a él.
Al despertar, recuerdo el beso, que no es solo un beso; fue la forma en que Alex me miró, con esa ternura que parecía pedir permiso hasta para respirar. Nunca alguien me había hecho sentir tan vista, tan comprendida sin decir una sola palabra. Escucho unos pasos en el pasillo y la voz de Lucas golpea la puerta.
— ¡Niki! Mamá dice que si no bajas ya, se enfría el desayuno.
— Ya voy —respondo, con la voz adormecida.
Él entra sin pedir permiso, casi como siempre.
— ¿Qué pasó contigo anoche? Llegaste sonriendo como idiota.
— ¿Yo? —me hago la desentendida, aunque mi sonrisa me delata.
— Sí, tú. —Se cruza de brazos, con esa expresión de hermano mayor que todo lo sospecha —. Dime que no hiciste algo de lo que luego me va a hacer arrepentir de haberte dejado salir.
— Relájate, Lucas. Solo… fue una buena noche.
Se me escapa una risa suave, y él entrecierra los ojos.
— “Buena noche” … ajá. No me mires así, Nicole, que te conozco.
— Bueno, entonces sabrás que no te voy a contar nada —le saco la lengua y me levanto de la cama —. Anda, baja tú primero, que quiero arreglarme.
Lucas refunfuña algo antes de salir, y apenas la puerta se cierra, dejo caer mi peso sobre la cama. Me cubro el rosto con las manos. “Una buena noche” … ¿cómo definir algo que parecía más un sueño que un momento inolvidable? Durante el desayuno, mamá no deja de observarme.
— Te ves distinta, hija —dice, mientras revuelve su café — ¿Pasó algo?
— No, nada —miento —.
— ¿Nada? Tienes una sonrisa que no se te borra.
Lucas suelta una carcajada.
— Exacto, mamá. Algo raro hay.
Ruedo los ojos y bebo un sorbo de jugo.
— Dejen de imaginar cosas. Solo…me fue bien en el examen, eso es todo.
— Ajá —responde mamá, con ese tono que usa cuando no me cree—. Pues qué bueno. Se nota que te hace bien estar aquí.
Y sí. Tiene razón, me hace bien. Todo me hace bien últimamente: la universidad, las tardes con Leo, las risas con Alex. Y aun así, hay algo en mí que no termina de soltar el miedo. El día avanza lento y en la Universidad Leo me recibe con un cálido abrazo.
— ¡Por fin! Pensé que no ibas a venir hoy.
— ¿Por qué no?
— Porque… bueno, después de anoche, creí que estarías en otro planeta.
Le sonrío.
— ¿Qué tanto sabes? —le digo mientras le golpeo el brazo—.
— Suficiente como para decirte que Alex casi tira las velas y quema toda la casa antes de que llegaras —dice riéndose—.
— ¿En serio estuviste ahí?
— Sí, y me alegro tanto por ti, Niki. De verdad, se te ve…diferente.
Aquellas palabras, me alegran de alguna forma. Siento que estoy sanando para bien. En el transcurso de la conversación nos dirigimos a clases, y durante todo el trayecto no dejo de pensar en cómo Alex lo planeó todo. Las luces, los pétalos, la canción. The Reason aún suena en mi cabeza como un bucle. Durante la clase, me cuesta concentrarme. Siento su mirada varias veces, aunque intento disimular. Cuando nuestras miradas se cruzan, Alex me dedica una sonrisa leve, y no puedo evitar sentir ese calor subiendo por mis mejillas. Cuando terminan las clases, se acerca.
— ¿Te puedo acompañar? —me pregunta con esa voz suave que ahora me resulta tan familiar—.
Asiento y caminamos juntos. No hablamos mucho al principio, solo caminamos, y hay algo reconfortante en ese silencio compartido. No me siento presionada a llenar los huecos, no con él. Finalmente, Alex se detiene.
— Oye… —dice con un leve nerviosismo—. Gracias por lo de anoche.
— ¿Por qué me das las gracias? Tú hiciste todo.
— Porque…dijiste que sí. —Su sonrisa se vuelve tímida y baja un poco la cabeza—. Pensé que te asustarías.
Me muerdo el labio.
— Un poco sí me asusté —confieso—. Pero no de ti, sino de mí.
Él me mira en silencio, sin apurarme, sin exigir una explicación. Solo espera, entiende que hay cosas que me cuestan decir todavía.
— Entonces, ¿por qué te quedaste? —se atreve a preguntar luego de un rato—.
— Porque me di cuenta de que no quiero seguir huyendo —respondo, aun sintiéndome insegura de ello—.
Camina a mi lado unos segundos más y cuando llegamos al comedor, me toma de la mano. Es un gesto simple, pero en mí desata un torrente de emociones, así como murmullos de algunas personas que nos conocen.
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Editado: 23.10.2025