NICOLE
El olor a café siempre me ha resultado reconfortante. Es curioso cómo algo tan cotidiano, puede convertirse en un refugio. El café se me ha enfriado por el tiempo que ha pasado desde que inicié esta conversación casi sin sentido. Alexander sigue sentado frente a mí, revolviendo distraídamente su café con una sonrisa que intenta ocultar el nerviosismo. Esa sonrisa la conozco bien. En este año he aprendido a conocer sus pequeños gestos, aunque él trate de ser inexpresivo. Sé que él puede leerme con la misma facilidad con la que lo hago yo, y eso me aterra sobremanera, porque esta vez no estoy escondiendo un mal día, ni una pesadilla, ni una de esas crisis de ansiedad que me visitan de vez en cuando. Esta vez, estoy a punto de contarle algo tan profundo, que no sé como se va a tornar la situación.
—¿Segura quieres hablar de ello? —interrumpe el silencio que se formó por varios minutos entre los dos —.
Asiento, aun sabiendo que esto es lo menos segura que he estado en mi vida.
—Podemos hablar en otro momento si quieres. No tienes que forzarte bonita.
—No, Alex —digo más rápido de lo que pretendía, dejándolo algo asustado— Tengo que decirte esto.
Él asiente, pero no dice nada más. Volteo para mirar a la ventana y afuera, el cielo se ve gris, como si presintiera que algo importante va a pasar. Desde la noche de su declaración, no ha pasado un solo día en que no me pregunte si hice bien en decirle que quería contarle mi historia. Cada vez que me mira con esa mezcla de ternura y respeto, siento que se merece la verdad, toda la verdad, aunque duela, aunque duela volver a decirla.
—No siempre fui así —empiezo—. No siempre fui…esta versión de mí que ves ahora. Hubo un tiempo en el que creía que amar a alguien era sinónimo de soportarlo todo.
Sin querer, mis manos tiemblan, así que las escondo bajo la mesa. Alexander se inclina un poco, sin tocarme, solo acercándose lo suficiente para hacerme sentir acompañada.
—Yo tenía quince —continúo— cuando conocí a mi ex. Él tiene mi edad, era encantador… de esos que saben exactamente qué decir y cómo mirarte para hacerte sentir especial. Me hizo creer que era lo mejor que me había pasado. La primera vez que nos besamos, recuerdo que sentí el corazón acelerarse de una forma que nunca me había pasado. Me hacía reír, me decía lo distinta que era a las demás, que conmigo todo era fácil. Y yo…yo necesitaba creer eso. Necesitaba sentirme suficiente para alguien.
Siento como poco a poco los ojos se me llenan de lágrimas y siento mucha vergüenza con Alex, pero me obligo a continuar.
—El primer mes todo fue…perfecto —le digo—. Hablábamos todo el tiempo, me dejaba en casa, me hablaba bonito. A mi madre nunca le agradó, pero cuando se enteró…aceptó las cosas. Pero Lucas… bueno, él nunca confió en él, decía que había algo en su mirada que no le gustaba y yo no quise escucharlo.
Sonrío con tristeza, las lágrimas se detuvieron por el rencor que comienzo a recordar.
—Quise tanto convencerme de que era amor, que no noté cuando empezó a convertirse en miedo y en asco por mí misma.
Alexander me mira muy serio, no dice nada, pero puedo notar como su semblante cambia.
—La primera vez que me engañó y me gritó fue con su ex —continúo—. No sabía que había terminado recientemente con una chica, él y yo nos conocíamos desde hace 3 años, pero no hablábamos mucho. Cuando la chica se enteró que tenía una nueva novia, enseguida lo buscó y él cayó. A los pocos días, según me enteré por mis amigas, ella lo volvió a engañar con otro chico y regresó conmigo arrepentido —me rio sin gracia— Y decidí perdonarlo, al pensar que solo podía estar confundido.
Me cuesta respirar al recordad la vergüenza que pase al llorar en el colegio y como varias personas se burlaron de mi por estar tan mal por una relación de un mes.
—La segunda vez que me gritó fue porque hable con un compañero del colegio. Solo eso. Me dijo que no lo respetaba, que estaba provocando a mi compañero. Yo…me sentí tan culpable…que fue la primera vez que pedí perdón, y él me abrazó después. Me dijo que solo tenía miedo de perderme y ciegamente le creí.
Trago saliva. Los recuerdos se agolpan, borrosos, cargados de vergüenza.
—Después vino el control. Me pedía que le dijera donde estaba y con quien estaba. Al principio lo hacía por medio a que se molestara, pero con el tiempo ya ni siquiera lo cuestionaba. Me aisló de mis amigos, de todos. Incluso de mi mejor amiga: si salía con ella, él aparecía, o me llamaba seguido.
Miro mis manos, otra vez estoy temblando. Aun me cuesta admitir lo que viene después.
—No sé en qué momento empecé a tenerle miedo —susurro—. Miedo de sus silencios, de su mirada, de lo que diría si no respondía un mensaje a tiempo. Y, aun así, lo justificaba. “Esta estresado”, “solo me cuida”, “yo tengo la culpa”. Me repetía eso tanto que terminé creyéndolo.
Alexander me observa sin apartar la vista. Puedo notar la tensión en su mandíbula, la forma en que aprieta los puños sobre la mesa.
—No tienes que seguir si duele mucho —dice con voz apenas contenida—.
—Duele —respondo—, pero necesito hacerlo.
Alexander asiente leventemente y yo respiro hondo antes de seguir.
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Editado: 23.10.2025