ALEXANDER
No pude dormir. Desde que dejé a Nicole ene su casa, he estado dando vueltas en la cama, con la mente atascada en cada palabra que dijo. Es como si su voz siguiera resonando en mi cabeza, suave, temblorosa, pero firme. Esa forma en la que se sostuvo para contarme algo tan doloroso para ella…todavía me deja sin aire. No fue solo lo que dijo, sino cómo lo dijo. Con ese equilibrio imposible entre vulnerabilidad y valentía. No hay forma de escuchar algo así y seguir siendo el mismo después.
No hablamos mucho cuando le fui a dejar a casa, ella miraba a todos lados, con las manos aún un poco temblorosas. En más de una ocasión quise romper el silencio, pero a veces hablar demasiado solo sirve para que las palabras pierdan su peso. Al llegar a su casa, me miró. Fue un segundo, pero bastó para que entendiera que algo en ella había cambiado. Ya no era la Nicole que se escondía detrás de la risa, ni la que bajaba la mirada cuando sentía que algo la tocaba demasiado. Era ella, completa, con sus heridas, su historia y su decisión de confiar en mí. Me dio las gracias otra vez antes de entrar, y cuando la puerta se cerró, me quedé un buen rato en el auto, mirando la casa a través del parabrisas. Llovía, y las luces del porche hacían que las gotas parecieran diminutas estrellas cayendo al suelo.
No quise irme de inmediato. Parte de mí necesitaba asegurarse de que realmente estuviera bien, que el peso de su historia no la hiciera volver a encerarse. Pero también entendía que debía dejarla respirar. Así que, después de unos minutos, arranqué el motor y volví a casa. Ahora estoy aquí, con la chaqueta aún puesta, sentado en la oscuridad de mi sala, con las manos entrelazadas y la mirada perdida en algún punto del vacío. No sé cómo explicarlo, pero siento una mezcla extraña de rabia y ternura. Rabia hacia ese tipo -su ex por haberle hecho tanto daño. Por haber tomado una persona como ella y convertir su amor en miedo. Y ternura, por ella. Por la forma en que, a pesar de todo, trata de seguir creyendo. Porque, aunque no lo diga con palabras, lo sé. Si no tratará creyera, no habría estado ahí, contándome su historia.
Me paso las manos por el rostro; siento el cansancio físico, pero la mente no se apaga. Cada detalle que me contó se repite una y otra vez, y me descubro imaginando lo que tuvo que vivir. La veo llorando, sola, encerrada, sintiéndose culpable de algo que no era su culpa. Y me arde, me duele pensar que alguien le robó la paz de esa manera. Me levanto, voy a la cocina y me sirvo un vaso de agua, solo por tener algo que hacer. Miro mi reflejo en la ventana y casi no me reconozco: hay una rigidez nueva en mis ojos, algo entre impotencia y promesa. Promesa: Sí, eso es lo que siento. Una promesa que no sé a quién se la hice primero, si a ella o a mí mismo.
Vuelvo al sofá y caso el teléfono. Abro el chat con Nicole y el último mensaje es mío: “Avísame si estas bien, por favor”. Ella lo respondió con un simple: “Estoy bien. Gracias por todo, Alex. Buenas noches <3”.
Sonrío apenas. Tan sencilla, tan ella, siempre tratando de agradecer incluso cuando es ella quien da más. Pienso en escribirle algo, pero me detengo. No quiero sonar invasivo. Sé que necesita espacio para procesar lo que compartió. Aun así, no puedo evitar escribir una línea y dejarla en borrador:
“Estoy orgulloso de ti. Gracias por confiar en mí”.
No la envío, la dejo ahí, como si el gesto, aunque invisible, pudiera alcanzarla igual. Me recuesto en el sofá, cierro los ojos y dejo que la lluvia siga tratando de relajar mi mente. Cuando pienso en ella, no la veo como una víctima como ella cree, nunca la he visto así. Desde el primer día que la conocí, había algo en Nicole que me llamó la atención: esa forma suya de resistir incluso cuando está temblando. Esa sonrisa que usa como escudo, y que, cuando baja, deja ver la profundidad de alguien que ha sobrevivido a mucho más de lo que dice. Ahora entiendo por qué se asustaba cuando alguien la miraba demasiado tiempo. Por qué evita hablar de sí misma, o cambiaba de tema cuando mencionaba algo sobre el pasado. Entiendo sus silencios, sus distancias repentinas, la forma en que se disculpa por sentir.
Y duele. Duele pensar que tuvo que aprender a pedir perdón por existir. Me levanto y camino hasta mi escrito. El reloj marca las dos y media de la madrugada, abro una libreta y empiezo a escribir, sin pensar demasiado, necesito vaciar todo esto:
No sé cómo cuidarte sin tocar tus heridas, pero prometo aprender. No quiero borrar lo que fuiste antes de mí, solo ayudarte a no tenerle miedo a lo que vendrá después. Si el amor que conociste dolió, quiero ser el tipo de amor que cura sin exigir, que acompaña sin atar.
Cierro la libreta y respiro, me sorprende lo natural que se siente escribirle eso, aunque nunca se lo vaya a mostrar. Pienso en cómo quiero hacer las cosas bien, no apresurarla, no llenarla de promesas vacías, quiero ser constante: simplemente, estar con ella. Que entienda que el amor no tiene que gritar para sentirse, que no tiene que doler para que algo sea real. A veces creo que Nicole no sabe cuánto significa para mí. Desde que la conocí, mi vida empezó a moverse en otra dirección, ella llegó sin hacer ruido, con su voz baja y su mirada distraída, y poco a poco se fue volviendo mi lugar favorito. No fue por lo que hacía, fue por lo que despierta en mí. Me hizo querer ser mejor y no por obligación, sino por inspiración.
Esta noche, al escuchar su historia, entendí algo que hasta ahora solo intuía: ella no necesita que la salven, solo necesita alguien que se quede. Apoyo la cabeza en el respaldo y cierro los ojos, recuerdo vívidamente el brillo en sus ojos cuando nombró a Lucas con orgullo. Su hermano. Ese chico, sin conocerlo bien, ya se ganó mi respeto. Espero agradarle y que tengamos una buena conversación, quiero agradecerle por no soltarla porque si él no hubiera estado ahí, quizás ella… No. No quiero pensar en eso. La idea me atraviesa como un golpe, me levanto otra vez y camino hacia la ventana. La lluvia sigue cayendo, más suave ahora.
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Editado: 23.10.2025