Bajo el mismo cielo

EL ECO Y LA CALMA

NICOLE

Ha pasado un mes y medio desde que Alex es mi novio. Todavía hay días en los que despierto con el corazón acelerado, como si la pesadilla quisiera volver a recordarme que no se ha ido del todo. Pero ahora sé qué hacer. Me levanto, respiro, abro la ventana y dejo que el aire entre. Ya no me encierro. Alexander sigue ahí, no con la intensidad de alguien que quiere salvarme, sino con la constancia de quien entiende que sanar lleva tiempo. Me acompaña sin invadir, me escucha sin preguntar demasiado. A veces no decimos nada durante minutos, y eso me basta. Leo también ha estado cerca, desde aquella conversación en el café, algo cambió entre nosotras. No solo compartimos heridas, sino que ahora compartimos fuerza, Cuando una se cae, la otra sostiene y en ese equilibrio imperfecto encontramos algo de paz.

He vuelto a escribir, no sobre él, no sobre el dolor. Escribo sobre cosas pequeñas: el sonido del agua en la ducha, el olor de pan por la mañana, la sensación del viento en la piel. Cosas que antes pasaban desapercibidas y ahora se sienten como recordatorios de que sigo aquí. Mamá dice que me nota más tranquila y Lucas dice que sonrío diferente. Yo no lo sé, pero creo que, por primera vez en mucho tiempo, me gusta la persona que veo en el espejo. No completamente, no todos los días, pero lo suficiente como para no odiarla. Anoche, antes de dormir, volví a soñar con él. Solo que esta vez no me gritaba, no me tocaba, solo estaba ahí, detrás de una puerta cerrada, mientras yo caminaba en dirección contraria. Desperté un poco inquieta presintiendo que algo iba a pasar.




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