ALEJANDRO:
Nunca pensé que una voz pudiera quedarse tan incrustada en la memoria. Pero la de mi pequeña sí. A veces la oigo cuando cierro los ojos, mezclada entre la de los demás, como un eco que no sabe morir. Me enteré de su partida mucho después de que se fuera. Fue mi novia quien lo soltó, con la naturalidad de quien comenta el clima.
—¿Sabías que esa chica se fue? —dijo, casi sonriendo, mientras se miraba en el espejo —.
—¿Qué? —pregunté, distraído, creyendo haber oído mal —.
—Que se fue. —Alzó una ceja, divertida —. Me lo contaron por ahí y pensé que te importaría.
Suelto una risa breve, incrédula.
—¿Y desde cuándo te importa lo que haga?
—No me importa —responde —, pero pensé que te gustaría saberlo.
Y volvió a pintarse los labios, como si no acabara de tirarme una bomba encima. No dije nada más. Me limité a observarla unos segundos, intentando que mi rostro no revelara el vacío que acababa de abrirse dentro de mí. Mi pequeña, se había ido. Era predecible, supongo. Después de todo lo que pasó, lo raro hubiera sido que se quedara. Pero una parte de mí…la más arrogante, quizá, pensaba que jamás se atrevería a hacerlo sin mi permiso. Y lo hizo.
+ + + +
Los días siguientes fueron un caos. No de los que se ven desde afuera, no. Desde afuera todo parecía normal: yo salía, estudiaba, reía, fingía. Pero por dentro todo era ruido. Me quedé sin saber qué hacer con el silencio que dejó. Con la costumbre de verla ahí, de oír su voz, de tener alguien que me miraba como si realmente creyera que podía ser mejor de lo que soy. Con Adriana, en cambio, todo es distinto. Ella no me mira así; por el contrario, ella me adoraba. Y aunque suene bien, no lo es. Adriana me ama como se ama una idea: sin conocerla del todo, pero convencida de que es perfecta. Mi pequeña, en cambio, me amaba conociendo todas mis ruinas y mis más oscuras perversiones. Y eso, joder… eso me quemaba por dentro. No podía dejarlo ir tan fácil, la busqué por mucho tiempo y no voy a mentir que aquello me enorgullece. Pregunté a varias personas, revisé redes sociales, incluso escribí mensajes que nunca envié y el resultado: absolutamente nada. Era como si básicamente mi pequeña jamás hubiera existido, como si se hubiera borrado.
Y por más que me repetí que no la necesitaba, que todo eso era pasado, cada noche volvía a pensar en ella. En la forma en que me decía “Ale” cuando intentaba calmar mi ira, en cómo temblaba en mis arrebatos, pero nunca huía, en cómo, aún después de romperla de tal forma que cambió completamente, me seguía mirando con amor. Nadie me ha mirado así desde entonces, ni siquiera Adriana con la que llevo años saliendo.
Adriana no sospechó nada, o prefirió no hacerlo, le convenía pensar que yo estaba bien y que la había elegido a ella, así como le mentí en la cara a mi pequeña durante nuestra relación. Y supongo que, en parte, si la elegí. Con Adriana no hay complicaciones, sigue el juego de todas las cosas que hago y eso es…cómodo. Así que cuando la universidad anunció el programa de intercambio en Londres, acepté sin pensarlo. Quería un cambio de escenario, algo que ya no me hiciera pensar tanto en aquella chiquilla tonta que quería entregarme todo de sí, pero que hasta mis más profundos deseos no fueron capaz de quitarle la inocencia que tenía.
Cuando Adriana me dijo que también fue seleccionada, sonreí. Debería haberme alegrado más, pero sentí una punzada de culpa, lo cual no es normal en mí. “Amor, tu vas a llegar lejos y yo siempre estaré contigo”. Esas palabras llegan a mi mente como una maldición. Recuerdo que mi pequeña siempre quería estar donde estuviera y seguro este lugar no sería la excepción.
Unas semanas antes del viaje. Alexander me llamó. Era raro, había tiempo que no hablábamos más que por mensajes.
—¡Alejandro, hermano! —gritó al otro lado de la línea, tan entusiasmado que casi me dolió la cabeza —.
—¡Alex! Vaya, pensaba que ya te olvidaste de mí.
—¡Nunca, tío! —rio — Escucha, te tengo una gran noticia.
—¿Es sobre la chica?
— ¡Si! ¡Me aceptó! —grita —. Por fin soy novio de Nicole.
Nicole. La palabra me atraviesa como un eco antiguo. Tuve que contener una risa nerviosa.
—Bonito nombre —dije, disimulando la puta incomodidad —.
—Sí, Es especial. —Y su tono cambió, se volvió más suave —. Tiene algo…no sé. No es como las demás.
Me quedo callado por un momento, imaginando su rostro, su voz. Pero sacudo la cabeza desechando la idea enseguida. Nicole es un nombre común, es imposible que sean la misma.
—Me alegro por ti Alex, espero conocerla la siguiente semana —le digo, no tan entusiasmado —.
—La vas a amar, estoy seguro —dice — Te dejó, que tengo que ir a verla. Me avisas la hora de llegada para estar pendiente.
—Si, te mantengo al tanto —le digo y no me da tiempo a más, ya que cuelga el teléfono. Me quedó mirando el teléfono durante un largo rato.
Nicole.
El destino tiene un sentido del humor bastante retorcido.
Los días que faltaban para el viaje pasaron y sentía el entusiasmo de Adriana a la distancia. No paraba de hablar de ropa, fotos, de cómo iba a ser “nuestra nueva etapa”. Yo asentía, fingiendo entusiasmo, mientras mi cabeza estaba en otro lado. No sabía por qué, pero desde la llamada de Alexander, las cosas volvieron a agitarse en mí. No porque creyera que se tratara de mi Nicole, eso sería ridículo. Pero el solo hecho de oír ese nombre me hizo recordar lo que sentía cuando todo empezó a desmoronarse. Y, joder, no me gustó.
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Editado: 23.10.2025