Era una tarde de primavera cuando sus miradas se cruzaron en el parque.
Él, un pintor bohemio con ojos color avellana, y ella, una escritora tímida con cabello alborotado. El viento susurraba secretos mientras las hojas caían a sus pies.
—¿Crees en el destino? —preguntó él, con una sonrisa.
Ella rió nerviosa. —No sé si creo en el destino, pero creo en este momento.
Así comenzó su historia. Pasearon juntos por calles empedradas, compartieron risas y confidencias. Las tardes se volvieron noches, y las noches, madrugadas. Sus corazones se entrelazaron como las ramas de un viejo roble.
Pero el destino no siempre es amable. Una oferta de trabajo la llevó a otra ciudad, y él quedó atrapado en sus lienzos y sus recuerdos. Las cartas se volvieron su refugio, palabras que cruzaban kilómetros y abrazaban almas solitarias.
Un día, ella regresó al parque. El roble seguía allí, sus raíces profundas en la tierra. Y él también estaba, con los mismos ojos avellana y la misma sonrisa.
—¿Crees en las segundas oportunidades? —le preguntó ella.
Él la tomó de la mano. —Creo en nosotros.
Y bajo el mismo cielo, se dieron un beso que selló su romance.
…
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Editado: 21.12.2024