Los días se volvieron semanas, y semanas, meses. Él y ella se encontraban en cafeterías, bajo farolas en la lluvia, y en rincones secretos de la ciudad. Sus risas resonaban como campanas, y sus silencios eran como notas de una canción inacabada.
Pero el tiempo no se detiene. Las estaciones cambiaron, y con ellas, también lo hicieron ellos. Las dudas se colaron entre sus dedos entrelazados.
¿Era amor o solo una ilusión?
¿Podrían superar los obstáculos que la vida les presentaba?
Una noche, mientras miraban las estrellas desde un tejado, ella rompió el silencio.
—¿Qué somos?
Él la miró con ternura. —Somos dos almas que se encontraron en un mundo caótico. Y eso es suficiente para mí.
Pero la distancia seguía acechandolos. Las cartas se volvieron menos frecuentes, y las llamadas, más cortas. El roble del parque parecía más solitario que nunca.
Un día, ella recibió una carta con un solo párrafo:
“Te espero bajo el mismo cielo, siempre.”
Y así, ella regresó. El parque estaba igual, pero él había cambiado. Sus ojos avellana ahora reflejaban la tristeza de los días perdidos.
—¿Crees en los finales felices? —le preguntó ella.
Él la abrazó. —Creo en nosotros, incluso si es solo por un instante.
Y bajo el mismo cielo, se besaron como si el tiempo no existiera.
(...)
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Editado: 21.12.2024