Capítulo 1
Rebecca
Emma duerme abrazada a su unicornio sucio, en el asiento trasero.
Lucas va en el copiloto, con la capucha del buzo subida y la mandíbula apretada. No ha dicho una palabra en dos horas. Solo me miró cuando subimos al coche y me preguntó:
—¿Estás segura?
No respondí.
Porque no estaba segura de nada, salvo de una cosa: si nos quedábamos, él nos mataba.
Ahora, mientras conduzco hacia un lugar que no conozco, con las manos temblando sobre el volante y una herida ardiéndome bajo la costilla, me obligo a creer que hice lo correcto. Aunque duela. Aunque sangre. Aunque Lucas no me perdone nunca.
—¿Cuánta gasolina queda? —pregunta él, sin mirarme.
—La suficiente. —Es mentira.
El bebé en el moisés improvisado gime. No llora aún, solo hace ese sonido suave que precede al desastre. Como un presagio.
Como el silencio antes de una tormenta.
El pueblo aparece de golpe, como si hubiese estado escondido detrás de la niebla. Casas bajas, farolas anaranjadas, una tienda abierta a medias con un cartel que dice “Pan y alma”. El mar no se ve, pero se siente. Está en el aire. En la humedad que se me pega a la piel.
—¿Aquí? —murmura Lucas.
—Aquí —respondo.
De repente el silencio se rompe.
Nick se despierta y y llora como si le doliera el alma. Su llanto despierta s Emma, quien también comienza a llorar sin parar de decir que tiene hambre. Y yo... yo estoy al borde del colapso. Siento la sangre pegajosa en mi costado, la herida latiendo, la vista nublándose por momentos.
Paro el coche frente a un McDonald's.
Lucas se gira, desesperado, con el ceño fruncido y los ojos encendidos de rabia y miedo.
—Mamá, ¿qué hacemos? No podemos quedarnos acá. Nick no para de llorar y vos… —me mira, me escanea— estás muy mal. Necesitas un hospital.
—Llévala a comer —le digo, sosteniéndome como puedo—. A Emma. Que coma una hamburguesa, que tenga cinco minutos de paz.
—¿Cinco minutos de paz? ¿Cómo querés que me siente a comer hamburguesas con Emma como si nuestra vida fuera normal? Vos no podés ni respirar bien. Nick no deja de llorar. ¡No podés cuidarlo tampoco!
Apenas me sostiene la espalda contra el asiento, pero levanto la voz como solo una madre puede hacerlo:
—Te dije que vayas a comer con Emma. Eso es todo lo que tenés que hacer. No es tu responsabilidad.
Lucas me mira como si le acabara de clavar un cuchillo. Aprieta los dientes. Pero asiente. Toma el dinero de la guantera. Toma a Emma de la mano. Se inclina hacia el moisés improvisado con desconfianza.
—Me lo puedo llevar también —insiste.
—Por favor. Vayan a comer —le ruego, con la voz quebrada, pero firme.
Y él obedece.
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Lucas
Emma salta a su lado con emoción cuando ve el cartel de los juguetes.
—¿Podemos pedir el que viene con la cajita feliz? ¿El que brilla?
Lucas asiente, sin pensar demasiado. No escucha del todo. Solo siente el zumbido de fondo en su cabeza. Hace la fila. Pide dos menús. Lleva a Emma a una mesa junto a la ventana, desde donde puede ver el coche.
Come rápido. Apenas mastica. Su vista va y vuelve del auto a su hermana. De su hermana al auto. Está lleno de ruido, pero él escucha todo como si estuviera bajo el agua.
—Lucas —dice Emma, masticando con la boca manchada de kétchup—, ¿vos tampoco me querés?
La pregunta lo desarma. Vuelve a mirarla, como si recién cayera en que ella está ahí, viva, preciosa, real.
Emma es pequeña, castaña como mamá, con el pelo hasta los hombros y la piel blanca como la leche. Tiene los ojos grandes, verdes, iguales a los suyos. Parece una Blancanieves salida de un cuento roto.
—Claro que te quiero. Sos mi princesa.
—¿Cuál de todas?
—Blancanieves.
Emma mira alrededor, frunciendo la nariz.
—¿Y los enanos? No los veo por aquí.
Lucas sonríe, pero la sonrisa le duele.
—Se han ido a trabajar.
Emma traga el bocado y pregunta, como quien no sabe que puede abrir un abismo:
—¿Con papá?
Lucas siente que el estómago se le da vuelta. Siente la hamburguesa subir, la sangre hervir, los ojos llenarse de algo que no quiere mostrar.
Tiene ganas de vomitar.
—¿Estás bien? —pregunta Emma, con la voz suave, clavándole los ojos como un cuchillo.
—¿Terminaste de comer?
—Aún no…
Lucas se levanta.
—Terminamos en el auto. Con mamá. Y con Nick. ¿Te parece?
—¡Sí! —dice Emma, y lo sigue como si fuera su héroe.
Y él se lo cree. Aunque sea por un momento.
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Rebecca
Nick no deja de llorar. El sonido me atraviesa como un cuchillo romo. Cada vez más fuerte. Cada vez más urgente. Me retuerzo en el asiento. El dolor en la costilla me corta el aliento, pero me giro como puedo.
Lo saco del moisés con manos temblorosas. Lo apoyo en mi regazo. Me duele todo. La espalda, los brazos, el pecho. El alma. Pero me desabrocho la blusa y lo acerco a mi pecho.
Nick se prende enseguida. Hambriento. Necesitado.
Y yo también. Necesito esto. Su calor. Su aliento tibio sobre mi piel. Me aferro a este instante como si pudiera salvarme.
Cierro los ojos.
Y me llega el recuerdo.
Estaba sola cuando empezó. Dolía. Dios, cómo dolía. Pensé que sabía lo que era el dolor. No tenía ni idea.
Me doblé en el suelo del baño, grité en silencio mientras Emma dormía en la otra habitación. Sebastián no estaba. No estuvo nunca. La sangre, el miedo, el parto precipitado.
Y luego… su llanto. El primer llanto de Nick. Lo sostuve sobre mi pecho, temblando, como ahora.
Volver a ese momento me hace llorar en silencio. Pero no puedo caer. Aún no.
El bebé se duerme. Lo acuesto con cuidado en el asiento. Mis brazos duelen, los dedos entumecidos. Me hundo en el respaldo del auto, con el rostro vuelto al techo, y todo se vuelve oscuro por un instante.
No sé cuánto tiempo pasa. Solo sé que despierto con un grito.
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Editado: 21.04.2025